¡Am! ¡Pará de chamuyar!

Héctor Pavón me había mandado este cuestionario para una nota que hizo en Cultura de Clarín. Mientras deseo irme a una quinta, una casita en la playa, en el arroyito o la montaña a dedicarme a full a esos menesteres que nos apasionan pero sigo acá, me consuelo posteando despreocupadamente eso que respondimos a las corridas pero super entusiasmo como siempre.

1-¿Un escritor, un pensador, cuando va de vacaciones se desprende totalmente de su actividad intelectual, o por el contrario, disfruta y padece de una actitud creativa permanente?

Creo que hay una falsa generalización en la dicotomía entre los escritores “de biblioteca”, y los de “la experiencia” al estilo -casi incurriendo en la caricatura- Hemingway aunque, claro, hay excepciones; básicamente la idea es simplificadora.
Según mi percepción, los escritores estén donde estén, y a pesar de poder mezclarse en rituales comunes a otros, en territorios nuevos, nunca dejan de tomar notas, de captar impresiones, de leer, de preguntarse, de escuchar y ver, emocionados o cínicos. En ese sentido, no se “toman vacaciones”. Es probable que en otro aspecto eso también les pase a los contadores en Mar del Plata; quizá ellos se transformen en perceptivos sensibles por el beneficioso efecto del run run del mar. Pero creo que entre el masoquismo y el hedonismo, la diferencia entre otro tipo de vocaciones, es que en la nuestra casi cualquier material es potencialmente narrable, o interpela un lenguaje, un código, un paradigma, lo que vuelve casi imposible mantenerse indiferente ante el entorno o dejar de pensar en lo que uno viene trabajando; por más que en lo primero termine en un texto o no. A veces tengo una sensación muy discutible; la de que otras vocaciones - que no trabajan con el lenguaje, o el arte- tienen una relación más diferenciada, una división más clara entre trabajo y ocio; una distancia asumida, más aproblemática y quizá más sana.

2-Barthes dice que un escritor es un falso vacacionista, dado que aprovechan el aislamiento en el mar o en la montaña para terminar un texto, corregir pruebas, gestar un proyecto. ¿Estás de acuerdo?

Mi interpretación de la pregunta tiene algo de conciencia proletaria, pies sobre la tierra, pero también me remite un poco al mito Tom Wolfe: La utopía del trabajador asalariado de las palabras, el más o menos prestigiado ratón tipeador, que de pronto puede retirarse a escribir “La Novela” lejos de la ciudad. No puedo saber si esa utopía, en tiempos en que el trabajo de los escritores y de los que escriben sobre lo que leen está un poco devaluado, puede alcanzarse, pero parte de esa fantasía está, en ese plano inestable y fantasioso pero no condicionante. En los 90, me contaron, un escritor usaba una remera que decía: “Too many books, so little time”, o algo así. Las notebooks, con su culto capitalista al individualismo, su ilusión de no lugar potencialmente creativo como las antiguas moleskines pero con su magia wi fi de poder estar “conectados”, permitieron ejercer esa proclama con respecto a la escritura y su socialización, desde cualquier parte del mundo. En mi caso, nunca fui a ningún lado sin, como mínimo, mi cuaderno. Mis últimas vacaciones fueron dedicadas a corregir Los domingos son para dormir y las de este año serán para terminar de escribir una novela; otra vez surge esa noción ambigua de trabajo y placer, de voluntad y goce, los límites borrosos; poder, durante unos días, alternar la concentración con la natación y el bronceador (dejar de lado las obligaciones cotidianas; sólo “escribir y disfrutar”).
Ahí está el peso glorioso de la contradicción: escribir cuando todo el mundo vive, anda semidesnudo, al borde siempre del bochorno si se lo piensa desde otra perspectiva (en un punto algunos podrían concebir ese habitat promiscuo de la playa como antinatural); se escribe durante el año encerrado y solo; el cliché indica que sin inclemencias visuales ni climáticas. Pero no queda otra, y está bueno, el escritor se lleva a sí mismo y sus ansiedad de escribir incluye siempre tanto la ansiedad de vacaciones (vivir bajo las condiciones de cualquier veraneante, pero torcerlas un poco para sí) como su neurótica, imprescindible, necesidad de reclusión.
3-¿Qué lees en vacaciones, algo en especial que guardaste para ese momento o lo que simplemente tenés ganas de leer?
Me resultan simpáticas las declaraciones de Pauls con respecto a la dificultad de leer en la playa y la aversión de la arena en los libros que expone en La vida descalzo. Luchar con la pringosidad del protector solar, la luz absoluta del sol tan distinta a los rayos gama del monitor, transpirando, en la incómoda toalla o reposerita -en el mejor de los casos- no impide que lleve incluso libros gordos, sumamente incómodos y postergados durante el año por la placentera actividad diaria de leer sobre lo que tengo que escribir. Igual uno siempre carga con un libro de último momento. Estoy esperando tener unos días libres para terminar Breve historia de la literatura argentina, de Prieto, esos libros que uno por la coyuntura no pudo terminar de leer en su momento y textos más recientes: La cisura de Rolando, de Gabriel Bañez, Nudos de Patricia Ratto, y Anís, de Mariana Dimópulos, otro crítica literaria, algunos de poesía como el extrañísimo Cinco por uno de Mario Arteca y más, siempre tengo una lista abrumadora; es inevitable hacer que los libros hagan viajes de muchos kilómetros; lástima que a veces, como decía esa remera, no da el tiempo para todos, pero esa es una obsesión tan personal como compartida.

7 comentarios:

f. m. dijo...

había un x en la playa, en cabo polonio, con máquina de escribir.

Sonia dijo...

f.m:
Uf!
¡Que dato estás tirando, una imagen fortísima, propia de casi de una pintura surrealista!
Se agradece, quedé invadida por esa situación...

Anónimo dijo...

Fresán tenía esa remera, ¿sabías?

Sonia dijo...

Sí, sabíamos, sabíamos. Me pareció arbitrariamente que iba a quedar un poco canchero decir su nombre ahí.

Nicolás dijo...

Lo del run run del mar en Mar del Plata es puro mito. Después de vivir 15 años ahí, uno se olvida de las olas, de Alfonsina y de lo romántico de la sudestada trayendo el olor a puerto. Dejás de ir a la playa, soñás con NY y te imaginás cómo será una ciudá donde haya museos, más de un ciclo de cine arte y gente que no viva de la experiencia neurórica "odiamos a los turistas/necesitamos a los turistas/odiamos a los turistas".

Sonia dijo...

Nico: muy bueno ese ciclo neurótico!

Natalia Molina dijo...

Buenísimas respuestas las suyas, Sonia!.
Y cuando leí lo del run run del mar, creo que me remitió al run run del río en las sierras...y lo entiendo perfectamente a Nicolás...
En alta temporada, casi el encierro, en baja temporada, disfrutar de los lugares bellos, y siempre ese ciclo neurótico...
saludos desde las sierras (en temporada baja jaja)