En suplemento Radar de Página 12.

Rubia de New York

Desde producciones en revistas de moda hasta souvenirs que incluyen llaveros y cantimploras: la promoción del estreno de Evita en Broadway, con Ricky Martin como el Che, Michael Cerveris como un Perón pelado y Elena Roger como Eva, prometía un estreno exitoso para el show business y polémico (una vez más) para las almas peronistas. Y cumplió su promesa. Radar estuvo ahí y entrevistó a los protagonistas para hablar de aquel guión de Rice y Lloyd Webber estrenado durante el thatcherismo, del curso de peronismo que hicieron en Argentina antes del estreno, de las mil y una batallas (ganadas y perdidas) para despojarlo de sus clichés y de la actualidad de la obra allá en tiempos de Obama y el Tea Party.

Por Sonia Budassi
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Desde Nueva York
“El talón de Aquiles del imperialismo son sus intereses”, escribió Eva Duarte en uno de los tantos pasajes de Mi mensaje dedicados a Estados Unidos. En la génesis de su imagen pública se concentra la leyenda de la superación, el glamour personal, la justicia social, la lucha y la muerte. Al “imperio” nunca le faltó pericia para camuflar y apropiarse de los discursos ajenos, tomar fragmentos de la historia para sí y tejer su manto de victoria simbólica. Lo hizo con personajes históricos, guerras, eventos, conspiraciones. Desde hace treinta y cinco años, teje y vuelve a tejer el manto con que envolver el mito dorado del Río de la Plata. Lo hizo en Londres durante los ’70, lo hizo en Broadway durante la guerra de Malvinas, lo hizo Madonna durante el menemismo. Ahora lo vuelve a hacer en Broadway, con una argentina como protagonista y bajo el gobierno de un presidente negro. Evita vuelve a seducir al imperio.
En Nueva York, ahora es primavera. Michael Douglas y Rubén Blades, Carmen Barbieri y Barbara Walters, Ricardo Fort y Charly García, entre otros famosos dispares y artistas heterogéneos como para armar un ecléctico programa de farándula y alfombras rojas, asistieron a Evita, el musical dirigido por Michael Grandage que acaba de estrenarse en Broadway. La obra compite con magníficos locales como Spiderman, El rey León y Chicago pero, allende Eva y por Eva, se las ingenió para ser popular desde antes de estrenarse, por motivos que van desde un pequeño accidente a producciones espectaculares en revistas de moda. El Marquis Theatre tiene capacidad para 1612 personas, y suele estar lleno en sus funciones nocturnas y de matiné. Una semana antes del debut, la sala, ubicada en el primer piso del Hotel Marriot del Teathre District, se inunda; dudas y vértigo: deben clausurarla. Pero el inconveniente se resuelve apenas unos días después. Un paréntesis suficiente para que la obra ocupe un lugar inesperado en los medios. El despliegue continúa. Se inaugura la muestra de las joyas realizadas por el orfebre argentino Marcelo Toledo, réplicas de las reales tal como aprobó el Museo Evita de Buenos Aires; se levantan en el hall del teatro puestos de venta que ofrecen posters, pins, llaveros, imanes, ropa y hasta cantimploras con el logo de la obra –el rostro de Eva con un efecto stencil algo punk– y se instala un pequeño bar que, en el intervalo, ofrecerá porrones de Quilmes a 20 dólares. Mientras tanto, afuera, se multiplican los taxis amarillos que de tanto verlos en series y películas filmadas en Manhattan parecen de utilería, sólo que ahora llevan el cartel publicitario de Evita firme sobre el techo.

ANTES DE LA REVOLUCION

No bien se anuncia quiénes serán los protagonistas de esta nueva puesta –con el guión ya clásico escrito por Tim Rice y Andrew Lloyd Webber en la segunda mitad de los ’70–, la revista Vanity Fair invita al elenco a Argentina para hacer una producción fotográfica en la Casa Rosada. La visita se continúa en un encuentro con la presidenta Cristina Fernández y un entrenamiento histórico-actoral en el Instituto Nacional Juan Domingo Perón sobre, justamente, qué fue, qué es, qué significa el peronismo. Elena Roger, la argentina que ya había protagonizado la obra en Londres en 2006, será de nuevo Eva Duarte; Michael Cerveris –músico y actor estadounidense, con varios Tony por su trayectoria en Broadway, y conocido también por su personaje enigmático de la serie Fringe y películas hollywoodenses como The Mexican– será Juan Perón. Y por si había que darle una vuelta metapop, Ricky Martin fue elegido para el rol del Che, un personaje asociado más a su función de coro griego, una suerte de voz del pueblo –de varios tipos de pueblo– y editorialista de cada acción, que a la figura de Ernesto Guevara.
El estreno está precedido por conferencias de prensa televisadas en las que la camaradería entre elenco y director se despliega entre infaltables lugares comunes: declaraciones como “estoy aquí para aprender” o “es un gran desafío”. Los medios publican críticas elogiosas. La mayoría, desde el New York Times a la Variety, dejan traslucir una sospecha latente alrededor de Ricky Martin, que sólo una vez había sido parte de una comedia musical (Los Miserables), para terminar ratificándolo como “excelente” en su rol. Cuando se califica a Elena Roger casi nadie se priva de señalar el contraste entre la potencia de su voz y la pequeñez de su físico, combinación que la vuelve “grandiosa” en escena. Sobre Michael Cerveris también se habla de talento y de una singularidad: es quizás el Juan Perón más potente en la historia de la obra, el más profundo.

QUIEN ES ESA CHICA

En el aeropuerto de Nueva York, un turista argentino se acerca al primer puesto de los tantos que hay, en los que diversos oficiales chequean pasaportes. El empleado, un afroamericano grandote, descubre la procedencia del viajero y revisa las páginas mientras canta, con voz aguda “Don’t cry for me, Argentinaaaaa” para luego preguntar:
–¿Evita existió de verdad o es una historia del cine?
Bienvenidos a Evita on Broadway.
Si la identidad es una de las grandes fuentes de conflicto del peronismo –si se es o no se es; quién es más y quién es menos, quién es verdadero y quién es histórico, si es de izquierda o de derecha, etc., etc., etc.–, que nutre no sólo su historia sino las representaciones artísticas y ficcionales de la literatura al teatro y la plástica, una mítica maldición o bendición, según quién lo mire, abraza esta producción. El estigma de “antiperonista” que arrastra desde que Webber y Rice la editaran como álbum en 1976, para luego estrenarla en 1978 como ópera rock en el West End de Londres y en Broadway, todavía hoy genera polémicas e interrogantes por parte de sus protagonistas y de los espectadores. Cuenta la leyenda que la fuente de inspiración de los autores fue el libro La mujer con el látigo, biografía hipercrítica de Mary Main, publicada en Estados Unidos y el Reino Unido a fines de 1952, firmada con el seudónimo de María Flores por evidentes cuestiones de marketing. Llegó a Argentina luego del derrocamiento de Perón, en 1956, ya con el verdadero nombre de la autora. Según José Pablo Feinmann, se trata de la “primera biografía seria, documentada y bien escrita”, aunque “odiada por los peronistas y hasta por buena parte de los argentinos”. En el libro, nacido de la investigación que la autora realizó en Buenos Aires mientras Evita vivía, nada se decía del Che. Pero sí que Eva Duarte, una chica de “pasado oscuro”, se casó con “un general nazi”.
¿Qué retrato de Evita dibuja este musical? ¿Qué elementos recupera de sus puestas anteriores? ¿Podemos pedirle al género que complejice cuando, en general, se mueve bajo la lógica de héroes y villanos? ¿Qué veracidad puede esperarse, diría un desconfiado sentido común, de un Perón yanqui que encima es pelado, tal como se lo ve a Michael Cerveris en sus actuaciones televisivas y en el mismo afiche de la obra? ¿El musical de la abanderada de los humildes, la santa Evita, la arribista y manipuladora según esta versión, puede evolucionar a lo largo de los años mientras sigue inspirado en el mismo guión? ¿Es sólo pop, como dice Micky Vainilla? ¿Cómo procesa Broadway aquel personaje argentino, envuelto en un libreto cosido entre la intriga del ascenso social y el poder, el divismo y la entrega? ¿Qué hay detrás de la extrañeza, del raro sentido del nacionalismo consagratorio de “nuestra historia está ahí, en Nueva York, para todo el mundo” cuando Elena Roger, los bailarines o Ricky Martin dicen “the descamisadous” con ese acento foráneo pero hablando, en definitiva, en nuestro idioma? ¿La clave de ópera rock sacrifica voluntariamente la política y la veracidad histórica en nombre del espectáculo? ¿Es un cuento de hadas de la boda de una dudosa princesa proletaria con un villano, que termina por convertirla en bruja? ¿O es al revés?

EVAS SUPERSTARS

Webber y Rice, antes de trabajar juntos por última vez en Evita, ya habían creado otro personaje que muere joven: Jesucristo Superstar. La obra ha dado desde los ’70 un linaje de Evitas, todas rutilantes en su singularidad: Patti LuPone, Madonna (cuando vino a filmar al país la conmoción fue tan grande que hasta recibió amenazas) y Elaine Paige. Elena Roger es la primera argentina (la versión de Nacha Guevara es otra) en representar el rol en el extranjero. En películas como Eva Perón protagonizada por Esther Goris, transcurren quince minutos hasta que se muestra que había amor en esa pareja, y en una de las últimas, Juan y Eva, todo es tierno y romántico desde el minuto cero. Con estos antecedentes citados al azar, la puesta de Broadway podría resultar un tanto violenta para alguna sensible alma peronista. Bajo la máxima de la economía de recursos materializada con éxito desde la dirección, en la primera escena sabemos que Evita muere: una pantalla de cine muestra imágenes documentales del funeral, mientras diversos trabajadores lloran al frente del escenario. Entonces irrumpe el Che para lanzar la primera de una extensa serie de chicanas mediante la canción, ya elocuente desde el título “Oh, what a circus”. “¿Pero quién es esta Santa Evita?”, se pregunta. “¿Por qué tantos aullidos histéricos de sufrimiento? ¿Qué tipo de diosa ha vivido entre nosotros? Ella tuvo sus momentos. Tenía un poco de estilo. (...) Tan pronto como el humo de la funeraria se despeje, ¡todos vamos a ver cómo ella no hizo nada durante años!” El personaje de Ricky Martin, que despierta aplausos antes incluso de actuar, se mantendrá sin cambios, con idéntica crítica actitud hasta el final. Su carisma no opaca el tono cínico y por momentos despectivo que provoca incluso risas en el público. En los pasillos de los camarines, José, su asistente, habla en castellano y saluda al visitante con amabilidad. Si alguien le pregunta “¿Cómo estás?”, responde “Bien, muy contento. Y demasiado ocupado” y señala el cartel que dice “Ricky Martin” de la puerta. El puertorriqueño es la celebrity más famosa de Broadway en estos días. Las producciones, aquí, no escatiman presupuesto. Compiten no sólo por quién tiene el elenco más prestigioso o a la estrella más famosa. También es característica la inversión en efectos especiales, escenografía voluptuosa, fuegos artificiales y toda parafernalia hecha para impactar e incluso abrumar al espectador. La puesta de Evita, en cambio, recurre a la cantidad necesaria de decorados que, aunque monumentales –como el célebre balcón de la Rosada– resultan funcionales. Evade el tentador recurso fácil y, casi austera, contribuye a amplificar las virtudes actorales de Cerveris y Roger y el in crescendo narrativo de la obra. Un punto para Michael Grandage, y otros dos para los protagonistas que lo saben aprovechar.

LA EVITA DE ALLA

–Mrs. Roger, come on!! –se escucha la voz de Grandage en el pasillo, llamándola a ensayar.
–I’m almost ready –responde Elena Roger desde su camarín.
¿Por qué algunos argentinos se van dolidos luego de ver la obra? Para muchos hay escenas que recrean rumores maliciosos más que documentos históricos (Perón en pareja con una adolescente, por ejemplo). O, simplemente, son demasiado fuertes para el sentir peronista habitual. Cuando Eva llega a Buenos Aires gracias al apoyo de Magaldi, se explicitan situaciones que en otros relatos se representan de un modo más sugestivo. En una secuencia ágil e ininterrumpida, se la muestra como feliz amante de varios hombres. A medida que se suceden casi sin solución de continuidad, la calidad de los regalos que le hacen se incrementa. A Roger esa escena no le produce ningún resquemor. Nieta de abuelos paternos peronistas, y de abuelos maternos italianos antiperonistas, cuenta que estos últimos “le tenían como un miedo a Perón”. Su abuelo vino de Italia porque estaba “en la lista negra”, dice. “Por ahí por no sacarse el sombrero cuando había que cantar el himno. Perón tenía muchas de esas cosas, para laburar tenías que ser peronista... A ellos eso les chocaba y anulaban cualquier posibilidad de cosa buena que podía llegar a tener.” Tantas veces hemos escuchado la historia de Eva en sus múltiples versiones, que parece casi imposible que no se hayan cristalizado en cada nueva representación ciertos clichés y estereotipos, que van tranquilamente desde la figura de la inmaculada a la de la trepadora. “Yo no me ofendo tanto porque se muestre que se acostaba con uno y con otro porque ella estaba muerta de hambre en Buenos Aires y sí lo hacía; lo dicen los libros. ¿Cuál es el problema? Hoy no es un problema. En ese momento lo era. Y hoy que vivo en otra sociedad no la juzgo. Y tampoco me duele que se muestre eso, porque fue así.” Además, señala Roger, ¿por qué no pensar que los hombres también la usaban a ella? En ese entonces, afirma, las mujeres no se casaban por amor sino “para que el tipo las mantuviera, les diera la casa y qué, Evita era peor porque no se casaba. Pero quería lo mismo, quería un tipo que la cuidara, que le pusiera un departamento, ¿entonces qué estamos juzgando? Sí, ella podía ser materialista, ¿por qué no? De hecho tenía un montón de joyas. Pero lo real de esta historia es que en esa sociedad logró, siendo mujer, tener un lugar al lado de un hombre, un lugar muy importante en la sociedad argentina y todo lo que dio a los pobres para mí lo hizo de corazón. Yo ahí no veo nada oscuro”. La Evita de nuestros días tiene algunas variaciones con respecto a la versión londinense de los ’70. El último Perón inglés, Philip Quast –que no conoció Argentina–, por ejemplo, le daba más peso al autoritarismo y el vínculo entre él y Eva estaba basado en un pacto de conveniencia. “Cerveris le da más peso al amor y a lo humano.” Sin embargo, aún perviven ciertos esquemas porque también como ópera rock la obra generó una iconografía propia, lejana a la referencia realista. “Yo lucho contra la imagen del balcón. Evita nunca le habló al pueblo con el vestido con el que fue al Colón”, dice Roger. Las dimensiones de ese cambio de vestuario son tan grandilocuentes, el vestido es tan ancho, que no entra en las escaleras por las que Roger sube al decorado, así que tiene que ponérselo, rápido y a escondidas, en el mismo escenario. Para lograrlo, cuenta con un dispositivo: el Christian Dior cuelga desde el panel de luces y comienza a bajar hacia el cuerpo de la actriz en el momento justo, segundos antes de que ella suba a cantar “Don’t cry for me, Argentina”, el himno de su posible redención. “Ella jamás le hablaba al pueblo vestida así”, continúa Roger. “De hecho, cuando Madonna hace la película, lo hace con un trajecito.” Cuenta que intentó cambiar la escena. Y que no lo logró: “Era tal la imagen de la Evita de acá. Esa aparición es casi como la de la Bella Durmiente, es algo tan icónico que la gente no soportaría verlo de otra manera. O sea, los productores no quieren mostrarlo de otra manera”.
Entre la documentación histórica, el estudio y un guión rígido los actores luchan por encontrar matices. El director estuvo de acuerdo y así avanzó la pareja. “En la puesta de Londres ella era mucho más irónica y despótica, eran muy dictadores los dos, todo era poder y dinero.” Elena Roger habla del efecto a veces inevitable cuando se trata de ficciones basadas en hechos reales. Dos argentinos, durante la temporada londinense, le dijeron la misma semana: “¡Es tal cual!”. Y otro: “Muy buena la obra. ¡Pero nada que ver, eh!”.

EL PELUQUIN DE PERON

Michael Cerveris acaba de ser nominado otra vez a un Tony como Mejor Actor. La obra recibió dos nominaciones más, a mejor coreografía y a mejor recreación histórica. Los afiches con su foto, en la que se lo ve sin pelo, confunden, casi molestan. Pero, al salir a escena, su caracterización, incluido el peinado hacia atrás, es “tal cual”. En la sala de peinados hace chistes sobre el tema con una de las tantas encargadas de la realización y mantenimiento de los tocados de Eva y del suyo. En un estante se ven tres pelucas de Roger, correspondientes a escenas consecutivas, con el rodete tirante. Si se mira en detalle es posible notar que a medida que pasa el tiempo de la narración en la que la actriz las usa, las raíces oscuras se ven más pronunciadas.
“El director quería hacer todo más auténtico, más basado en la historia y en la realidad, hacer algo más complejo, tal como fue. Elegir a Elena, que es argentina, obviamente tuvo un efecto muy fuerte”, dice Michael Cerveris.
Lord Webber reorquestó esta producción para sumar argentinidad. Aunque estamos en Broadway. Se cuelan, entre el tango, algunos ritmos brasileños. “La música es más argentina algunas veces, otras... suena más a otras cosas que a los americanos les suena (se ríe)... Ellos creen que lo es”, dice Cerveris.
“Mi desafío era no darle una interpretación de blancos y negros, sino tratar de introducir contradicciones y humanidad, y creo que intenté entenderlo desde una perspectiva histórica, pensar en la persona real”, sigue Cerveris y a su alrededor, su camarín, más que parecerse a una unidad básica, como alguien ha dicho, muestra una ambientación tan prolija, cálida y esmerada que es más propia de un santuario o de un museo homenaje. En apenas 10 metros cuadrados convive la bandera oficial argentina sobre una pared, un mate y un termo, libros enormes de doctrina peronista, La razón de mi vida en una antigua edición, fotos en sepia de Perón en cuadros y portarretratos, discos de pasta que emiten a Enrique Santos Discepolo desde un tocadiscos, junto a un colección de LP apilados que incluyen uno con el último discurso de Eva. Huele a sahumerios. Se recrea la atmósfera de una posible devoción. En su libro de visitas firma quien ha sido, según cuenta Cerveris, el responsable de guiarlo en su estudio sobre Perón durante su visita al Instituto en Buenos Aires: un investigador que pidió especialmente que no se lo mencionara a él, sino a dicha institución estatal, en eventuales entrevistas. En castellano se lee: “Te nombramos el primer peronista norteamericano”.
Desde luego no es posible saber si Cerveris es peronista, pero se esfuerza en hablar de las lecturas políticas de la obra, y relatar aquellos dichosos matices que quiso encontrar para que su personaje no sea catalogado como un “mero dictador latinoamericano del montón”. “A Eva se le pueden criticar muchas cosas, pero no que ‘no hizo nada’, como dice el Che”, afirma Cerveris sobre la primera de las críticas que hace el personaje de Ricky Martin apenas comienza el musical. Durante los ensayos, cuenta, se preguntaron “qué es verdad según los documentos de la época, qué es lo que se sabe históricamente, cuál es la versión negativa y la positiva, y luego qué hemos leído en el guión, y evaluamos las cosas con las que estamos de acuerdo o no”. Sobre los detalles de cómo se conocieron, por ejemplo, hay versiones disímiles y ninguna legitimada académica u oficialmente. Más allá de eso, continúa Cerveris, después tuvieron que ver “qué queríamos contar en este momento, independientemente de que sea histórico o ficcional”.
Cuando sus fans hispanohablantes lo esperan a la salida del teatro, tras una valla custodiada por patovicas Johnny Bravo que lo acompañan hasta una enorme camioneta negra de la producción, él se esfuerza en hablarles en español. Cerveris dice creer en el “sentido social” que implica que la obra pueda interpelar a los latinoamericanos que están subrepresentados en Broadway –y en las ficciones norteamericanas en general–. Y parece debatirse entre las vanas culpas por las concesiones al guión y el aporte que él se esforzó en hacer. Mientras Elena Roger piensa que los estadounidenses ven Evita como “un entretenimiento y nada más”, él sostiene que en este momento, previo a las elecciones, la obra se enlaza con la coyuntura estadounidense, en un marco en el que “los conservadores viraron tanto hacia la derecha extrema que todo se volvió demasiado polarizado. Las ideas sobre quién habla desde las esperanzas y las necesidades de la gente son debates que se están produciendo y los partidos políticos, por primera vez en un largo tiempo, son diferentes el uno del otro de una manera muy clara”. Luego de salvar todas las distancias posibles, Cerveris se anima, osado en su prudencia, a conectar a Obama con Perón. “Muchos le reclamaban que los cambios prometidos en campaña se hicieran inmediatamente”, dice. Y analiza que una actitud similar es la del Che, cuando habla desde la voz de una izquierda que por ansiosa se vuelve desencantada.
“Evita y Perón no fueron simplemente dibujitos animados, la esposa manipuladora, el autoritario latinoamericano. No puede pensarse que toda esa gente que fue al funeral desde todos los rincones del país, cuando no existían los medios de transporte de hoy, fueron llevadas a la fuerza. El pueblo no es un rebaño.” Dicen que cada negación encierra una afirmación previa; imaginamos qué texto es responsable, en este show, de la afirmación anterior.

LA EVA DE HIERRO

“Pienso que lo que más conseguimos fue cambiar la intención de las cosas que decimos”, dice Cerveris. En un momento, Eva comienza a decirle a Perón, sobre el desafío de gobernar: “nosotros” y luego se corrige en un “vos...” como un fallido que pretende mostrar su interés por ocupar el lugar de mando. “Elena, en vez de cantarlo como si tuviera esa ambición egoísta de poder, le quita la ironía, pone el énfasis en ese ‘vos’ con la idea de querer que Perón se sienta seguro, con lo cual parece ser exactamente lo opuesto al objetivo del guión. Ella es más generosa, interpreta un ‘vos sos importante, vos tenés que hacerlo’”, explica. En “She is a diamond”, Perón canta con otros militares y sugiere que deberían hacer dos o tres cosas de las que prometieron. “Pienso que está escrito intentando ser un chiste para que él quede como un dictador frívolo a quien no le importa la gente. Yo, en cambio, traté de interpretarlo como que quiere señalar a los generales que ‘En verdad existe una buena razón para hacer lo que hacemos. Entiendo que por razones políticas aún no podemos hacer más, pero Evita tiene razón. Debemos hacer las cosas así’.”
¿Con qué personaje de la historia puede asociar Cerveris a Perón? Hace un silencio. Piensa. “Es raro, a veces me recuerda a mi abuelo italiano. Y hay algo de mi experiencia en Argentina, en general la sentí muy italiana. Quizá porque la gente que conocí era descendiente de inmigrantes. Y hay algo de las fotos que vi de Perón, su estilo, su ropa y ese aire de viejo mundo, muy masculino, que me recuerda a mi abuelo. Eso quizá me permitió hacer una conexión personal con el personaje y entender que la política puede ser muy complicada, y a veces parece injusta, pero que hay momentos en que hay que ser duro en las formas, al estilo del Viejo Mundo, formas que no son tan modernas ni políticamente correctas; la pregunta de cómo llevar a cabo las cosas y qué es lo permitido para alcanzar un bien superior. Recuerdo, cuando era chico, que mi papá me dijo que no podía ir a una fiesta. Y yo argumenté, argumenté, y argumenté hasta que él reconoció que sus motivos no eran buenos. Y finalmente me dijo: ‘Bueno, está bien, pero igual no podés ir’. ‘¿Pero por qué no puedo ir?’ ‘Porque yo ya he tomado la decisión.’ En esa época, era imposible de entender para mí. Pero ahora comprendo que en pos de algo importante a veces se hace algo antipático o injusto para servir a un propósito mejor.”
Cerveris tampoco encuentra un paralelo con Eva entre los personajes de la historia. No comparte la asociación popular de la chica que se hizo de abajo, esa idea que heredó Madonna para algunos de sus compatriotas. Aunque, para la Evita on Broadway tiene una hipótesis disruptiva: “Tengo la sospecha de que el tono de la producción original y las piezas escritas en alguna forma están más dirigidos a Margaret Thatcher y al contexto político inglés de esa época. Habla de una mujer extremadamente poderosa como cabeza de gobierno y me parece que escribieron Evita pensando en Thatcher más que en la propia Eva, y en sus opiniones sobre una presidenta mujer; hablan más de eso de que lo que Evita realmente fue. Nunca tuve la oportunidad de preguntárselo, es una teoría mía”. Aclara, también, que en los ’70, cuando los británicos escribieron el guión, era más difícil acceder, desde Inglaterra, a la información sobre Argentina, no sólo por la cuestión tecnológica, sino por la censura del gobierno de facto.
El telón del Marquis cae y sobre él se mantiene un enorme escudo del Partido Justicialista entre banderas argentinas. En el centro del telón, que está en un teatro del centro de Broadway, que es el centro mundial del espectáculo, que es el corazón de ese imperio de los discursos de Evita, están las caras de Perón y Eva, las mundialmente conocidas, clásicas, que sonríen. Durante un año, que es lo que estipula el contrato, ese telón va a levantarse, dos veces por día, y las expresiones de quienes miren la obra irán de la diversión a la aversión, cambiantes, pero es seguro que los rostros del telón, sonrientes, históricos, seguirán ahí.

Las ideas no usan corbata (u otro título mejor)

 
 Publicado en la Revista de la Universidad Nacional de San Martín.
Sonia Budassi

Hay una idea. Cientos de ideas. Las ideas tienen vidas productivas y felices, se escribe sobre ellas, se desarrollan y se expanden, crecen y se las expresa en el aula de una universidad del conurbano bonaerense, pero también en otra en Dresde, en Río de Janeiro, en una comunidad indígena del norte del país, en un monasterio europeo, en un hospital chino, en plena selva a orillas del Amazonas, en una cena de profesores hindúes, en un viaje en colectivo interurbano, en una biblioteca parisina de postal. Las ideas sueñan su propio ascenso social. Las más lúcidas y trabajadoras crean escuela. Buscan colonizar otras mentes, otros claustros, plasmarse en más papers que las legitimen con muchas notas al pie para que se reproduzcan en pequeños actos políticos en una plaza o en una habitación oscura con un velador de lectura, una noche, mientras una estudiante quiere atraparlas para sí. La vida de las ideas configura las vida de las personas. Algunos dirán que es al revés.
Es sabido: las ideas van a la guerra. En el combate son desplazadas por otras. Sufren pérdidas, amputaciones, desplazamientos, plagios u olvidos. A veces triunfan. Las ideas buscan aliadas, se suman a otra corriente y salen airosas y transmutadas. Algunas son antiguas, pensadas y vueltas a pensar, orgullosas, experimentadas  y soberbias, victoriosas e inquietas, hacen pie como la sal del mar en tierras dispersas y toman otra figura que salta en el tiempo como esos pececitos que salen del agua y dibujan un arco en el aire para escapar de un hambriento delfín.
Las ideas están condenadas a vivir en los hombres y en las mujeres, por eso también su realidad es tan ardua. Entre lo material y lo simbólico. Repleta de incontables y pequeñas batallas cotidianas porque son las que padecen esos hombres y esas mujeres que se dedican a ellas y que, aunque quieran, no pueden hacerlo las veinticuatro horas del día. Porque los hombres y las mujeres dedicados a estudiar también dan clases y pagan impuestos, viajan para conocer y participan de Congresos, quieren quedarse debatiendo pero deben detenerse para ir a dormir; los hombres y las mujeres viven buscando esas ideas y volverlas mejores, se especializan y quieren difundirlas, repensarlas a la luz de otro hombre o mujer especialista pero a veces el tiempo no alcanza como en aquella remera pop de un escritor a quien le han dicho pop: “So many books, so little time”. La ya conocida historia de los ruidos de la mundanidad.
Salir del closet. Las ideas y lo que ellas generan a veces tienen miedo, o muchas preocupaciones existenciales que las llevan a agruparse. ¿A qué campo pertenezco? ¿cómo puedo profundizar más en mí? ¿Hay alguien más que me piense parecido? Y entonces sin querer se hacen amigas de las ideas de su propia disciplina y se encierran en un cajoncito que los hombres y las mujeres que las estudian llaman “especialización”. Y porque quieren ser ordenadas, organizadas, y por rigurosas, los cajones de cada disciplina de las ciencias humanas al final suelen quedar ordenados por categorías similares. En el placard gigante del conocimiento sucede que el antropólogo habla con antropólogos, el filósofo medieval habla con filósofos, el crítico de arte habla con el teórico, el etnógrafo con el etnógrafo. Muy pocas veces, sin embargo, se juntan dos medias de distinto par; la gente lo ve mal cuando no se da cuenta de que, en definitiva, son todas medias que comparten un placard.
Pero las ideas –o el ‘pensamiento’, o el ‘conocimiento’, como se prefiera- a veces tienen un golpe de suerte y cumplen su deseo egomaníaco de que hombres y mujeres les dediquen, como nunca, tres días enteros para pensarlas, vociferarlas, volverlas solidarias en el debate crítico; que los hombres y mujeres les dediquen tiempo y abran todos los cajones; revolver el placard, sacar cada prenda al sol y colgarlas del mismo cordel. Mirarlas a cada una en sí y en su conjunto, con el viento en la cara y el cielo arriba y detrás.

¡Oh no! ¿De nuevo esto?

recién les escribí un mail a mis amigos, ex compañeros del Suple de Cultura. A Hernán Arias, que es critico literario, editor y escritor, y a Mercedes Urquiza que es una gran crítica de arte y curadora. Para hacerme la graciosa, y por chiste interno, porque además en Perfil otra vez se están atacando los acuerdos con los trabajadores, y echaron injustamente a varios, les cité un par de discursos de Evita, y...
Iba a postear un artículo que escribí, como hago en este blog (cuando me acuerdo), para ir teniendo un archivo personal, pero mejor pongo esto que es más importante.

Hagan click.



“Libres” por telegrama

Categorías:  LLEVALOPUESTO
La editorial Perfil, propiedad de Jorge Fontevecchia, envió telegramas de despido a ocho trabajadores del ex diario Libre. El cese de labores se da en medio de una tregua pactada en el Ministerio de Trabajo, en la que además de las negociaciones paritarias, la empresa se había comprometido a no desvincular personal tras el cierre de esa publicación.

Ellos, nosotros, y los otros. Notas sobre el campo cultural durante del Kirchnerismo. Publicada en la Revista Crisis, hace más de un año.


Nosotros

Tememos a la obviedad pero también al cinismo. Se nos dice, siempre se nos dijo, que debíamos cultivar “el sentido crítico” pero también “colaborar en la construcción” (nadie terminó de definir qué era eso). En el fondo, lo que nos importó fue leer bien; lo anterior opera de base para irrumpir ante el riesgo de lánguida indiferencia o de canchera iconoclasta intervención. Si caemos en algún maniqueísmo, suena una alarma como un corrector. Tampoco nos gusta que nos imaginen escribiendo nuestras más o menos felices ficciones en la torre Rapunzel que espera monárquico llamado del gran sello editorial o del editor de moda (si es que algo de eso existe).
Leandro de La Plata
A una cuadra está la legislatura bonaerense con sus cúpulas europeístas y su corrupta morfología espiritual de agujero negro: a algunos aún no les interesa votar, pero casi nadie sabe para qué sirve un legislador provincial. Estoy con Leandro. Conoce “el paño”. Ahora milita en Octubres y tiene su web de periodismo político; le va bien. Trabajó con Magdalena pero también en el diario HOY. Amplia experiencia militante. Ahora se declara feliz con su trabajo en una Subsecretaría de La Nación; viaja en combi hasta Buenos Aires porque nació en Rawson pero vive en La Plata. Tomamos un café que llega tibio.
Joven Admirador
Leandro renunció al HOY cuando le ofrecieron ocupar el cargo de editor por el mismo sueldo. Otro periodista lo reemplazó de inmediato bajo las mismas condiciones que él rechazó: el siniestro paradigma (¿transgeneracional?) de lo esperable. Le pregunto si conoce a Joven Admirador, él también trabajaba ahí. Parece que ya en ese entonces hacía lo mismo que cuando lo conocí, años más tarde, en otra redacción. Joven no tenía maldad eh. Sólo era un tanto individualista, de hábitos trepadores y una inteligencia demasiado moderada. Declaraba haber leído a Walsh y a Cortazar. Admiraba a Jorge Fontevechia y a varios periodistas televisivos. Estimo que también le gustaba CQC, aunque nunca lo hablamos. Siempre saludaba con un beso. Sueña, en secreto, con participar de una antología de cuentos.
Nosotros
Cuando Cristina asumió fui hasta Avenida de Mayo con un amigo escritor para verla en el recorrido en auto desde Congreso a Casa Rosada. Después escribí 140 caracteres sobre esa sensación de que ella me miró a los ojos a mí. Mi amigo decía que en realidad ella lo había mirado a él. No hacemos teorías sobre la seducción del líder, ni sobre la empatía emocional que generan los actos de concurrencia masiva, ni de los ritos colectivos que te hacen sentir parte.
Joven Admirador
En la redacción, Joven es de los que hacen comentarios sobre las carteras de Cristina a modo de queja indignada como lo haría, si la tuviera, mi tía Nené. No tengo que decir que espero críticas más agudas de quienes hacen periodismo político. Y de los que trabajan con el lenguaje en general, y quizá con esto vuelvo al tópico obvio del sentido crítico de los obreros de las letras como imperativo, de la supuesta responsabilidad social que debería colocarnos del lado de “cierta verdad”, lo del intelectual comprometido, la literatura militante y lo políticamente correcto como gesto de evolución o como acto despreciable. Todo eso puede ser escrito con signos de pregunta.
Nosotros
Me pasa a buscar en su súper auto (es el único de mis amigos escritores que tiene super casa y super auto) y todo el camino voy a ser copiloto atrevida acariciándole el cuello o poniendo mi mano sobre la suya sobre la palanca de cambio: es afecto: nunca vi a Juan llorar así.
-Era como un padre- repite. Pienso en el tópico literario de la búsqueda del padre como búsqueda de la identidad y, horror, siento que caímos en la tan temida obviedad cuando él completa y reafirma:
-Era un padre para todos nosotros, los que estamos en la búsqueda, en medio de un proceso identitario.
Juan es militante trans. Al instante recuerdo –pero no lo digo, no da- el casamiento de Julia (amiga artista) en 2007; ella la más impensada para el matrimonio: siempre contagió una cosa izquierdosa-anarquista. O ella cambió o yo la leí mal. Mientras comíamos un cazuela de pollo con una salsa rica y exótica, Gastón (amigo cineasta) definía el peligro que significaba para él que se le atribuyan dotes paternalistas a los presidentes en Argentina, al extremo de considerarlos casi como Mesías que te salvan o te hunden. Vimos la cuestión como reproductora de la abulia cívica, el mal universal de los tiempos; el voto y me voy (si es que se tiene la deferencia de ir a votar). No hubo vals como no hubo Iglesia, pero sí música festiva; la charla terminó apenas llegamos a la pista en la que no se escuchó ningún “Meneadito” pero sí mucho The Cure.
Nosotros, Leandro de la Plata y el Joven Admirador
De nuevo en La Plata, Leandro me dice:
-¡No sabés! Me encontré con Joven Admirador en el Costera viniendo para acá. Agarrate: ¡Joven Admirador se hizo kirchnerista!
Primero me da un ataque de risa, le digo que no puedo creerlo. Después pienso en la engorrosa ambivalencia de “lo políticamente correcto”. Más tarde en el sentido común de la endogamia y en el otro rincón el “dudo de todo”.
Nosotros, ellos
Estamos en una cena, en Recoleta, en un piso 15; un piso enorme lleno de obras de arte y comida rica y un vino delicioso que no voy a probar pero del que el resto de mis compañeros beberá hasta bordear lo impresentable. “¿A vos siempre te invitan a lugares así?”, me pregunta el periodista cultural rosarino. Digo que sí. Lo digo en chiste.
El anfitrión es extranjero y representa a su país manejando un centro cultural que tiene base acá. Cuando nos llevaron de visita a la nueva sede en construcción se nos explicó que había sido un patronato de la infancia, que después fue ocupado por cientos de familias hasta que ocurrió el violento desalojo. El guía terminó de narrar la seguidilla con un “pero nosotros estamos en contra de todo tipo de violencia”. Ante una pregunta, contó que el Gobierno de la Ciudad les cedió el terreno por treinta años.
El anfitrión es de lo más interesante y simpático. Hace chistes y cuenta anécdotas ambientadas en todas partes del mundo. Al lugar entran artistas extranjeros y algún agregado cultural. No hay música. Estoy en el grupo que se queda en el balcón. Hablamos de fiestas, de política y de la muerte de Néstor. Una de mis compañeras se autoproclama peronista –su papá fue candidato a intendente por su pueblo varias veces; se dice que en el 83 perdió por 200 votos por culpa de un cantito ingenioso y chicanero- y tiene la idea de cantar la marcha peronista acá. Otro sugiere que deberíamos consultarlo. Yo digo que quién podría estar en contra: hasta quedaríamos pintorescos frente a los artistas extranjeros, les regalaríamos desinteresadamente una simpática escena autóctona para contar a su regreso. Prima la prudencia y alguien pide permiso. Con la mayor elegancia, gracia e inteligencia que yo haya visto combinadas alguna vez, el anfitrión dice que no. El rosarino, que no entendió el chiste, vuelve a preguntarme, borracho, si siempre me invitan a lugares así. Entonces le digo la verdad, le digo que no y ensayo una hipótesis simplista: la diferencia entre el dinero que mueve la literatura y el arte a cierto nivel. Cerca nuestro, en el sillón, el director de la revista cultural extranjera habla por lo bajo de “contracultura”, y de que no entiende bien cómo varios de sus “jóvenes alumnos becados, todos con una carrera interesante” se muestran tan cercanos a las ideas de quienes “están en el poder”. Yo me acuerdo de que en un recreo de la clase, una de mis compañeras me contó que era “apolítica” mientras tomábamos un café expreso grande de Mc Donalds. Por vergüenza, dice, no quiso decírselo a todos, y aclara que está de acuerdo con la asignación universal por hijo.
Nosotros, ellos y yo
Antes de ayer, mientras pensaba en este dossier, me llega vía facebook un video titulado “Quién es quién en la política argentina”. Un bodrio extenso; burlas y descalificaciones a dirigentes de distintos partidos.
Sensación de pesadilla: por un minuto siento que el monstruo más improductivo del 2001 no había quedado atrás. Le paso el link a una amiga que se dedica a otra cosa. “Está bueno”, dice por chat. Cuando empiezo la discusión me dice que el tema le aburre. Cuándo le digo que no lo puedo creer, dice que salga un poco del “cascarón de tus amiguitos escritores” y vea cómo piensan los demás; aparte ella está en el trabajo y no puede seguir hablando. Me deprimo. Después leo la secuencia como un festín de críticas constructivas. Después pienso en que si sos escritora, valdría ser nihilista sólo al extremo (producto de importación). Después pienso en la herencia literaria de CQC. Después pienso que mostrar cierto optimismo tampoco está bien. Después pienso en oh, la complejidad. Después recuerdo varias escenas, que forman una secuencia en nosotros, en ellos y en mí. Y recién entonces me pongo a escribir.