Entrevista a Vitagliano

más posteadora de entrevistas que entrevistadora posta.
cuac.
¿final del día en la redacción?
Acá una versión de la entrevista que se publicó en Cultura de Perfil la semana pasada. Hay un nuevo sello editorial que saca una nueva novela de Vitagliano. La versión prolija no es del todo esta.
"Leer es un acto de confianza"

Info de copete:El sello Eterna Cadencia acaba de debutar con el lanzamiento de "Cuarteto para autos viejos", nueva novela de Miguel Vitagliano, que es no sólo un libro sobre el amor, si no de los intentos por controlar el mundo que nos rodea. El novelista habla, en esta entrevista, de su concepción literaria, y de la novela como una manera de romper "las posibilidades de cálculo, ofreciendo nuevas posiblidades más que el cálculo y la medida" y lograr una y del intento de escribir una "épica de la frustración".

"Soy de esos autores que investiga mucho; me divierto, la paso bien", dice el escritor Miguel Vitagliano en una primera aproximación –claramente llena de entusiasmo- a su último libro, Cuarteto para autos viejos. Profesor de teoría literaria, celebrado ensayista y autor de varias novelas - como Posdata para las flores, Vuelo triunfal, Golpe de aire y La educación de los sentidos, entre otras- Vitagliano desestima la idea de que Cuarteto represente un quiebre en su obra, aunque sí reconoce un "momento distinto". Vuelo triunfal, estaba ambientada en la década del 50; La educación de los sentidos, incluía una historia del Japón mientras que en esta última enlaza cuatro historias en el Buenos Aires actual. "En aquellas novelas no había una mirada histórica sino, una mirada que parte de la invisibilidad de lo cotidiano, de las cosas que van sucediendo". Su última novela conserva, entonces, esa perspectiva. "Me interesaba jugar con distintas voces para que creen un tono, dos femeninas que funcionan como si fueran dos instrumentos de cuerda, que tienen un timbre particular y dos voces masculinas que funcionan de otro modo".
-Recién hablabas de investigación, ¿en qué sentido la aplicás a la literatura?
-Para mí escribir una novela no es tratar algo que conozco si no lanzarme hacia algo que está ahí por descubrir. Por lo tanto no escribo novelas sobre lo que manejo si no sobre lo que ignoro. Esto es lo que me impulsa a meterme en el mundo de esa novela e ir aproximándome de distintas maneras que no tienen que ver sólo con la estructura misma. Al lanzarme sobre cosas que desconozco hay cuestiones como en este caso, las matemáticas, porque hay un personaje que es aficionado de los cálculos en las que tengo que meterme. Traté de hacerme a la voz y al modo de ver de ese personaje, y así con cada uno para descubrir el timbre, eso único de cada uno de ellos. Investigar es meterme en ese universo rodeado de pequeñas cosas.
-La novela está en tercera persona, pero en la mitad aparece un "creo", que tiene un impacto bastante fuerte...
-Los lectores del manuscrito me decían, ‘¿acá se te escapó?’ (se ríe) Es la mostración de que toda tercera persona es una primera. Y esa palabra tiene tanto que ver con la creencia como con la creación.
-En la contratapa se hace referencia a que es un libro sobre el amor, pero otro gran problema que plantea es el de tener el del control. Cada personaje quiere ejercer control sobre lo que lo rodea; cada uno a su manera.
-Cuando uno cree que controla algo, no lo controla. En ese sentido, esos personajes y si se quiere el protagonista, que es taxista, el hombre que hace las casitas, que recorre la novela anonimo, y tan anónimo que por momentos sólo aparece como referencia de otros personajes, cree que controla las cosas. El resto también, y la novela va jugando con esa fantasía del control a partir de lo que aparece como casualidad y la no casualidad. Las cosas que a mí me gustaba pensar como autor es que, ahí donde el lector pueda esperar la casualidad, la casualidad no ocurre, y al revés. Los personajes inventan cosas que los otros van a leer como casualidad.
-Hay momentos claros en los que la novela trabaja, sutilemente, carcomiendo las expectativas del lector...
-En las cuatro partes aparecen timbres diferentes y la novela va jugando acerca de las conexiones que hay entre estos personajes, y ahí juega otra vez la casualidad y la no casualidad. Creo que el arte está más vinculado al no control. Vivimos en una época, en una sociedad, donde todo parece estar controlado, segmentado, parcializado, todo es medible. Generalmente, mis personajes siempre tienen esa ilusión de que controlan, pero mis novelas no. En todas mis novelas aparecen -quizá en esta más- personajes que van midiendo lo que hacen o no hacen y la realidad se les escapa. Cuarteto... tiene que ver con una épica de la frustración. Hay un autor clásico de la teoría literaria que decía que las novelas cuentan la historia de personajes que están buscando algo y que al final esos personajes no llegan a conseguir lo que buscan y que esa frustración del personaje es el éxito del novelista. Eso me interesa. Pensar que una novela se presente de esa manera, rompiendo las posibilidades de cálculo, ofreciendo nuevas posiblidades más que el cálculo y la medida. Y en el caso de Cuarteto una de las cosas que a mí me atrajo como desafío técnico, formal, es que pudiera ser épica en ese sentido pero que tuviera altas dosis de concentración.
-En un momento dijiste que te interesaban las novelas que hablaban...
Pienso el hablar y el decir. El decir tiene el peso de lo afirmable, de lo meditable; otra vez, del control. Tiene que ver con aquel que profiere un discurso y siente que es algo que él controla. El hablar es aquello que se lanza sin ser dicho. Aquello que está dando vueltas por allí y no termina de afirmarse con la autoridad. La novela tiene más que ver con el hablar no por la oralidad, sino porque quizá es un discruso opuesto al cientifico. El hablar es indeciso, vacilante. Es el que tienen los individuos que siempre piensan que dicen cuando hablan y sin embargo hablan por debajo de lo que dicen. Creo que esto de trabajar las novelas con la invisibilidad de las cosas, está ligado con el hablar. Es lo que se ve en la fotografía cuando se mira lo que está fuera del centro, ese detalle menor; eso es lo hablado frente a lo dicho. Me interesa no registrar ese hablar; si no poder interpelarlo.
Fuera de contexto (fragmentos sueltos de la desgrabación):
"
-Si tuviera que hablar de un libro de la literatura argentina hablaría de un libro de poesía, la Masmedula de Girondo.

-La lectura es un acto de confianza. Y vivimos en una sociedad que ha cambiado ese valor por el de la conveniencia.
-En un punto, en el trabajo de lanzarse a escribir una novela, me meto en ese mundo y lo interesante para mí es que voy trabajando con un solo personaje, sino con una pulverización en lo que me interesa es encontrar y confrontar para tal vez formularme nuevas preguntas en la que la literatura que uno escribe o la que leo tiene una forma, algo de lo que se juega ahí del orden del conocimiento. Pero es un conociimiento que no tiene contacto con el mundo. No es un conocimiento que se pueda mostrar. Y en la escritura de la novela pasa eso, en esas distintas voces, ofrecen perspectivas diferentes para mirar las cosas pero no se pueden pensar en términos de conveniencia. Reivindico que la novela es mucho más que un género, es una forma de mirar que puede atravesar distintos generos, y hasta un modo de contruir eso que llamamos literatura. Cuando uno piensa en una novela, necesariamente tiene que ser despareja por más tersura que el novelista quiera adjudicarle, es una, como diría Bajtín, una de las formas artísticas que trabaja con el no arte para hacer arte. En el Siglo XX, está bastante extendido a las otras artes, pero en la novela es algo muy fuerte el trabajo con aquello que no es arte, que está dejado de lado, lo que el discurso social ha dejado caer comod desprestigiado. Es fascinante el trabajo en donde uno va tanteando ese tipo de cosas.

Entrevista a Pedro Mairal

"Yo era un bicho de otro lugar"

(se publicó una versión hace un par de meses en el suplemento de Cultura de Perfil)
Información de copete: Autor de cuentos, poemas y novelas como la celebrada El año del desierto, el debut de Mairal como ganador del Premio Clarín en 1998 fue el que le dio una fama inusual. A poco de publicar Salvatierra (Emecé), novela en la que vuelve a los paisajes entrerrianos, habla del peso de ser un "joven escritor sudamericano" y de la necesidad de recuperar "el silencio de la escritura" después de las repercusiones de Una noche con Sabrina Love. "La poesía me sirvió como un lugar en el que sabía adonde estaba parado", confiesa, mientras asume que Ramón Paz, lo ayuda a escapar de "la información de solapa".


"La voz del narrador no es nada moderna, en ningún momento pongo ninguna cercanía con algo generacional como los blogs. No podía haber un narrador cool. Era un tipo que cuenta esa historia con el padre y tiene alrededor de 50 años en Gualeguay", dice Pedro Mairal sobre el protagonista de Salvatierra, su última novela, con la que vuelve al catálogo de uno de "los grandes sellos". Sus textos, desde los Pornosonetos -que firma como Ramón Paz-, a la novela El año del desierto, forman parte, para lectores diversos, de lo más interesante de la narrativa argentina contemporánea. Y motivan a leer, al mismo tiempo, la manera en que el autor continuó escribiendo y publicando luego de su resonante debut como ganador de la primera edición del Premio Clarín-Alfaguara en 1998 por Una noche con Sabrina Love.
-Hay una idea recurrente, en la que cuadra Salvatierra, de que tu literatura se mueve dentro de las formas clásicas.
-Tengo una cosa clásica personal. Me acuerdo de esa discusión Tabarovsky-Martínez, yo la simplifiqué en vanguardia y tradición. Es una pelea que cada uno tiene que batallar solo. Vos tenés una especie de tradición literaria, cosas que considerás literatura con mayúsculas, que tiene que ver con tus primeros deseos, con la manera en que pensas en qué es escribir bien. Después se empieza a colar tu propia voz, la manera en que encontrás las cosas nuevas, las de tu época. Estás todo el tiempo con un peso histórico y con otra cosa que estás tratando de actualizar, que es tu lenguaje. La peleo mucho solo y no creo que esa tensión se resuelva nunca. Tengo una cosa muy fuerte con Cortázar, García Marquez, Borges también.
-¿Y poetas?
-Con Neruda, Vallejo, e incluso Juan L Ortiz. Gianuzzi me sirvió para la segunda cosa, para cuando empecé a escribir más como yo. Descubrí a un poeta que hablaba de la experiencia urbana. Yo tenía un estilo muy lírico, escribiendo sobre los ciclos naturales, era medio nerudiano (se ríe). Y después me casé, empecé a trabajar, a pagar impuestos y el lirismo se me fue al carajo. Ese imaginario no me servía más para escribir. Entonces me dije, ¿cómo hago? Si no adapto la escritura a lo que me pasa no me sirve más escribir, no me digo, no me narro...
-Solés decir que también lees a gente de tu edad.
-Empecé a hacerlo más a fines de los 90. Nunca fui de la generación de los 90. Si bien yo iba a leer al Rojas en la época en que leían Cucurto y Llach, yo no era de esa generación. Tenía un estilo más clásico. Confieso (se ríe) que tengo algunos poemas que escribí a los 20 años en los que hablaba de tú. O sea que era totalmente anacrónico, era un bicho de otro lugar. Y empezar a leer a gente de mi edad como Washington Cucurto, Santiago Llach, Fabián Casas, o Martín Gambarotta me cambió mucho. Cada historia y cada cuento te implica replantearte todo eso. Por supuesto que es algo que no viene tan concientemente.
-¿Y cuál es tu temor cuando viene ese planteo?
-Está la cuestión de la elección léxica. Leo a gente de mi edad para ver qué dice:¿ auto o coche?¿traje de baño?¿malla?¿cara?¿rostro?
-También está el peligro de que ciertas palabras envejezcan.
-Claro, vos te hiciste el modernito y ponés que hablan de los blogs, del mouse y por ahí dentro de cinco años eso es una antigüedad. Algo de eso pasó con mi cuento Hoy temprano.
-Cuando ganaste el premio Clarín tuviste mucha exposición. ¿Cuál es la parte negativa de eso?
-La mayoría de las cosas que pasaron con el premio fueron buenas. Que suene tu nombre, que hoy en día si un taxista te pregunta qué hacés, le digo que escribo. Y cuando me preguntan qué, les digo Una noche con Sabrina Love y se dan vuelta y te miran como "oh, vos escribiste eso".
Es por la película también. Que un libro tuyo esté como en el disco rígido de la gente es buenísimo. Después, la parte mala...pensá que ese año había 800 escritores que se presentaron al premios; son 800 tipos que clavan chinches en mi foto. El ambiente de la gente que escribe es chiquito. Además un premio vinculado a un multimedio genera también guerras de medios, gente que está atenta a "a ver a quién premia este diario". Después de haber publicado un libro de poemas que había leído un grupo de amigos pero nada más, me vi en medio de un fuego cruzado.
-Además era un salto de género
- Sabrina tampoco cuadraba desde la perspectiva de "la gran novela latinoamericana", porque era un cuento largo, eso puede decepcionar, aunque para mí está bien. Después, aparecer en dos tapas de suplemento seguido, a los 28 años, y yo parecía de 17...supongo que a mucha gente le habrá molestado eso (se ríe). Lo que hice fue bajar la persiana un poco. Me puse a escribir poesía y una especie de falsos diarios personales, ideas chiquitas que no le mostraba a nadie. Hasta el 2005 no volví a publicar una novela. Necesité ese tiempo también para recuperar ese silencio interior, el silencio de escritura. Te hace mucho ruido lo otro, sobre todo si sos muy joven. Ahora me puedo bancar un poco de exposición, con todo lo que me implica de vanidad y todo; el auto googleo te puede quitar tiempo también. Pero a esa edad te sacude mucho. Y más si entre los comentarios buenos viene uno que te destroza, pero que tiene que ver con una guerra que te trasciende; que te está pegando a vos pero a todo lo que te rodea también. Entonces la poesía me sirvió como un lugar en el que sabía adonde estaba parado.
-¿Y ese fuego cruzado del que hablabas?
-También existen las capillas y las camarillas en poesía, es cierto. Pero son todos igual de pobres en número de lectores. Nadie espera nada más a que salga su librito, que en todo caso salga alguna reseña en algún lado.
-En la caricatura del poeta versus el narrador, el poeta aparece como más prejuicioso con respecto a la supuesta sencillez de cierta narrativa.
-Sí, a los poetas más puros la narrativa les parecía una vulgaridad; a los que son tan excelsos con el lenguaje. Pero la poesía actual abandonó un poco eso. A mí me interesan los poetas que se pusieron a escribir narrativa como Casas y Cucurto. Ojalá esa especie de frontera tan marcada entre poetas y narradores se esté desdibujando. De hecho a mí me lo preguntan como si fuera una ambigüedad sexual, ‘¡¿Qué sos poeta o narrador?!’¡Quieren que te definas! (se ríe)
-Decís que no sos programático para escribir, pero sí parece que pensaste una política de publicación.
-De tener un libro de poemas, pasar a Alfaguara e incluso a Anagrama, fue una cosa que me excedió totalmente. Me quedaba grande ese traje, esa es la verdad. No digo que sea grande para ese libro, pero la figura del tipo que va a seguir publicando a los 28 años...además no sabía bien qué significaba eso, es decir...no tenía libros escritos...El hecho de pensar ‘estas líneas que estoy escribiendo van a salir en una edición de Anagrama’ me paralizaba; también pensar que lo que estaba haciendo era un libro. Ya tenía mi primer libro en la editorial en la que todos quieren estar y necesité bajarme de eso, no podía escribir desde ahí, ni para eso. Hubo como un crecimiento casi botánico; tuve que volver a mis poemitas, sin que el diminutivo sea peyorativo; trabajar textos cortos, ir creciendo con mi escritura de a poco. Así que publiqué el libro de cuentos, y después la novela la llevé a Interzona y la estuve trabajando mucho con el editor, Damián Ríos. Era una editorial con mucho prestigio pero más chica, y yo sabía que iba a estar con un seguimiento más personal. De a poquito fui contruyendo otro tipo de relación, más coherente entre lo que yo escribía y el mundo editorial. Si no, era una especie de cosa que quedaba como en el cosmos, allá arriba que no sabía bien cómo era. Y ahora estoy publicando en Emecé, es como que vuelvo a los grandes sellos, pero fue todo un camino.

***
Ramón Paz en contra del joven escritor sudamericano
"No me saco con vos la calentura/sino la soledad querida mía/el frío en la intemperie de este día/el hielo de nacer a la cordura", se lee en un poema de Ramón Paz, que publicó sus Pornosonetos por Editorial Vox y Eloísa Cartonera, aunque también pueden leerse en la web. "Empecé a escribir con varios seudónimos. De alguna forma eso funcionó durante un tiempo para escribir con más libertad. Los seudónimos se van revelando de a poquito. De todas formas siento que eso lo escribió Ramón Paz (se ríe). Uno se va metiendo en el personaje, lo mismo me pasa con otros seudónimos que uso en internet. Podés escaparte de lo que yo llamo información de solapa. ‘Pedro Mairal nació en tal año y publicó...’. Eso a veces te pesa. Esa especie de figura de joven escritor sudamericano...¿cómo haces para escribir con eso encima? Más que para te den un poco más de bola, no sirve para nada. Pero a la hora de escribir, solo, si pienso en "joven escritor latinoamericano", cierro la computadora y me voy a tomar una cerveza. Los seudónimos son una manera de salirme de eso y de escribir con más soltura. Incluso capaz que las cosas que escribo con seudónimo queden y el resto no. No importa igual".

recibo vía mail; hay más info acá: http://periodistascolaboradores.blogspot.com/

"¡PERIODISTAS DEL MUNDO, UNÍOS!


¿Por qué en los últimos diez años las redacciones periodísticas, pero también las productoras de tele y radio, han reducido su flota a su casi mínima expresión?

¿Por qué cuesta tanto mover el salario de los/as trabajadores/as de prensa como para actualizarlo, algo que se logra con bastantes mejores resultados en otros gremios (sólo por poner un par de ejemplos: los camioneros y los/as trabajadores/as de subterráneos)?

En buena medida, esta precarización generalizada se debe a que nuestro gremio ha quedado dividido en dos claros sectores: los que trabajan adentro de los medios (como personal de planta) y los que están afuera (como colaboradores o freelance). Si cada vez hay menos puestos fijos y los pocos que quedan son crecientemente pauperizados y con sueldos cada día más miserables, es porque allá afuera existe un ejército de mano de obra que ofrece su trabajo en las peores condiciones: son los/as colaboradores/as.

Los/as colaboradores trabajan por un pago absolutamente depreciado, ya que en la mayoría de los medios prácticamente no se ha modificado el estipendio por esta labor en los últimos 10 años (diciembre de 2001 mediante). Los/as colaboradores también se hacen cargo de absolutamente

todos los gastos de producción de su trabajo (teléfono, conexión a Internet, viáticos, etc.) y de buena parte del gasto de la reproducción de su fuerza de trabajo, de la que, cuando se trabaja en relación de dependencia, debería hacerse cargo el empleador (como por ejemplo, obra social o los días por enfermedad, parto, etc.).

¿Por qué una empresa periodística va a elegir contratar a alguien y hacerse cargo no sólo de su sueldo sino también de las cargas sociales (obra social, jubilación, etc.) si le resulta mucho, muchísimo más económico y menos conflictivo tener un una redacción atomizada en el éter (ya que no tiene que lidiar con personas que se puedan agrupar en un mismo espacio de trabajo para poder reclamar por mejoras)?

Por lo visto, el problema de los/as trabajadores/as de planta está íntimamente relacionado al de los/as trabajadores/as externos (colaboradores o freelance). Mientras no nos unamos en los reclamos por mejoras laborales, la situación de ambos sectores va a seguir empeorando.

Los/as periodistas colaboradores/as que nos venimos organizando desde hace poco más de un año tenemos la certeza de que la depreciación de nuestro salario y el empeoramiento de nuestras condiciones de trabajo también implican precarización para los/as que están dentro de las redacciones.

Por eso consideramos que es importante unirse en esta lucha, porque si no, perdemos todos/as.

el "yo lírico"

Leo una reseña de La mitad de la verdad de Irene Gruss (Bajo la luna/339 páginas/$ 49 )


Un domingo se ve que

Destapa la pava que está en la hornalla, la levanta y la acerca a la lamparita que cuelga del techo, humito sobre la luz, el agua ya está caliente pero no como para quemar la yerba.

Ir con una bolsita de Cotto y una cuchara hasta las vías. Escarbar y traer la bolsa llena de tierra. Hay un lombriz; sorpresa. Un grito chiquito y la cuchara se cae.

Comprar plantas, hacer gajos, regar, transplantar, tocar tierra, cambiar de maceta, hay hojas secas pero más verdes, cambiarlas de lugar, ponerlas más al sol, hacer planes sobre su futuro; jugar a la casita.

¡Leo!

Oyola ganó el Dashiell Hamett. Acá la buena nueva.

Acá una entrevista
"Hablando con un amigo mío que es tatuador, el que me hace todos los escrachos, ahí me puse a pensar en el gauchito y en el concepto de llevarlo hacia el terreno de la fe", revela Oyola que añade que Santería es la primera entrega de una saga de cuatro novelas. "Como en las cartas, esta es la primera hilera, la del pasado de la víbora blanca, faltan el presente, el futuro y, por último, las cosas que no se pueden cambiar, lo definitivo".

(Oyola publicó muchas lindas novelas, y también le dio a Tamarisco el honor de editar un cuento suyo en un Simple: Oxidado)

viernes playmobil


no hay ni barbies ni pin y pon ni mandys religiosas.
Playmobil no deja afuera ningún sector, creo, de la sociedad.
Por lo menos están los más agradables.

Hay muchas profesiones, oficios y ocupaciones faltantes, supongo que
algunas por respeto, y otras seguro por miedo; no da para fabricar, mucho menos para jugar,
con muñecos así, piensan los fabricantes.
Los playmobil son lo que hacen.

Los playmobiles siempre fueron carísimos.
En Bahía los tenía un primo
que no me los prestaba porque -él tenía de los piratas- decía que eran para varón.

Así que le pedí a mi mamá una bolsa de soldaditos de plástico. Y me la compró.
Alguna vez llegué a convencer a alguna amiguita de que jugara conmigo.
Pero no era tan necesario; jugar a la guerra sola era divertido igual.

Bruzzone cosecha piletas, niños y elogios

Quintín anuncia la salida de 76 de Félix Bruzzone, y lee y reseña uno de los mejores cuentos de la antología Uno a Uno, Sueño con medusas.

" El primer cuento que leí de Bruzzone fue Barrefondo, que forma parte de En celo (2007) y me llamó la atención: es un relato seco, denso, bien escrito y los personajes tienen entidad, no son espantapájaros como suele ocurrir en estas antologías. Es la historia de dos limpiadores de piletas de natación y una rubia que los llama para trabajar en el country y los calienta. Los tipos, Yuyo y Tavo, son dos lúmpenes que hablan en un lenguaje cifrado y el currículum del autor consigna que en su vida real se dedica a limpiar piletas de natación y que vive en Don Torcuato con su mujer e hijo. Así, los personajes, especialmente el narrador del cuento, resultan versiones alternativas de Bruzzone: tipos que hacen lo mismo que él o, refinando la idea, es él en la piel de otros. Una perspectiva interesante."
Quintín lee lo que leo en clave gremial en otro contexto, y en otro contexto Quintín lee el cuento de Uno a Uno, Nada para hacer:


Interesante el aluvión de coments politicos y de clase.

En el pueblo tienen

distintas estrategias para llegar.
En la llanura pampeana hay viento, cardos de colores y buena predisposición.
Pero ojo que el caballo más astuto es el que ves más mancarrón.







Diarios de trabajo, cuadernos de una revolución


Sobre Cuaderno de Notas de Chejov, y Días malditos (diarios de una revolución) de Iván Bunin

Una vez, el crítico George Steiner contó en una entrevista que recibió el llamado de un alumno en su casa. Se notaba que el joven llamaba de larga distancia; interferencia, la voz algo agitada. El estudiante acababa de terminar Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievsky, y sentía una tristeza enorme. Llamaba para encontrar consuelo en su maestro.
A pesar de la distancia entre idiomas como el español y el ruso, la literatura de ese país, desde Tolstoi a Chejov o Bunin, genera una impresión de cercanía, una punzante molestia, una oscura identificación pero, sobre todo, tiene la virtud de contagiar la honda ferocidad de la existencia. Aún ante experiencias históricas y paisajes divergentes, una cultura y una dimensión del ser nacional con raíces más que distintas, ante cualquier traducción más o menos cuidada, las obras rusas pierden su efecto de bruma lejana y se tornan vívidas, interpelantes para el lector local.
Casi en simultáneo, acaban de distribuirse en la Argentina dos libros que parecen haber sido concebidos como un mismo relato paralelo y continuado, un camino para acercarnos a Rusia desde dos ángulos encrespados, uno más bien áspero, el otro fríamente aterciopelado; uno austero, el otro furibundo, sobre el período prerrevolucionario y revolucionario; sobre la posibilidad de la literatura en tiempos revulsivos; dos rarezas, dos escritores con voces personales narran en notas sueltas al hombre ante el cambio y la tradición.
Por un lado, Cuaderno de notas (La compañía), de Anton Chejov; una selección del material en bruto del autor de El jardín de los cerezos, escrito entre 1891 y 1904, el año de su muerte. Por otro lado, Días malditos. (Un diario de la revolución) (Acantilado) de Iván Bunin, el que resultó ser el primer ruso ganador del Premio Nobel, cuando corría el año 1933. Los dos escritores se llevaban diez años de diferencia –Chejov era el mayor– y fueron grandes amigos, como lo muestra su correspondencia. Bunin dijo de él: "Les digo honestamente que conocí otra gente tan sincera como Chejov, pero no me acuerdo de haber conocido a alguien tan sencillo, tan enemigo de toda afectación, de toda frase altisonante, como él". La amistad no sólo fue literaria, sino íntima; las opiniones de Bunin con respecto a Chejov son, sin dudas, las de un confindente. Cuando contrajo matrimonio con la actriz Olga Knipper, Bunin escribió, sabiendo la dificultad de Chejov para relacionarse con las mujeres, su aversión al compromiso y sabiendo que la relación del matrimonio fue, sobre todo, epistolar, que su decisión de casarse había sido "un suicidio peor que Sajalín". Chejov viajaba constantemente buscando el clima que lo ayudara a apalear su tuberculosis, y murió joven, a los 24 años. Iván Bunin vivió la mitad de su vida fuera de Rusia, y murió en 1953.
Versión borrador. Cuaderno de notas, como afirma acertadamente Leopoldo Brizuela en el posfacio, no es un "diario a secas". Heterogéneo y multiforme, el libro compila anotaciones de distinto tipo, dispuestas en pequeños párrafos o apenas una oración. Con un latido persistente, y algún moderado (chejoviano) golpe narrativo de efecto, contienen desde observaciones sobre sus viajes a reflexiones al modo de aforismos pero también diálogos y análisis sobre Rusia y su gente, descripciones ("Una mujer encinta, de brazos cortos y largo cuello, ¡qué parecida a un canguro!") y nombres propios para personajes y fragmentos de escenas de sus obras. Cuaderno de trabajo, pero también registro de necesidades materiales, hay, incluso, listas de cosas para comprar, de deudas y citas pendientes: "El 21, concierto de órgano en la catedral de San Esteban"; "Debo a Suvorín 16 guldens"; "1 camisa, 1 camisón, 2 pañuelos y un par de calcetines".
Son años previos a la revolución, y el libro descubre la fisonomía de ciertos personajes de ficción pero también, de vez en cuando, la del propio Chejov. Los fragmentos vibran en una sintonía compleja, con pesados aires de verdad. "Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire inquilino no te intimide. No son águilas, sólo ratas o perros".
Observador sensible y austero, desfilan por aquí personajes que evaden el arquetipo para entrar en la descripción particular, en el vínculo conflictivo de su condición social, humana y relacional, miserables o justos, sean campesinos, comerciantes, funcionarios, nobles, "el extermidador de chinches" o artistas. El mundo de la familia está expuesto con la tibia ambigüedad de lo inevitable, y por eso mismo, envuelto en una tragedia plagada de silencios más que de exclamaciones. A Chejov le basta con nombrar un personaje por su vínculo: "El hermano escribe para el pueblo". O "la cuñada", "el huérfano", "la madre", la "esposa". Como en sus relatos, la virtud se presenta en la situación in media res, especulaciones tempranas, situaciones inconclusas que hablan de una historia mayor, casi siempre levemente opresiva. "El funcionario, al que habían tratado de imbécil, decía a su mujer que el deber está por encima de todo, que la vida familiar es un deber, que hay que ahorrar, que un centavo llama a otro centavo, y así sucesivamente."
Una noción de justicia a contrapelo, denuncias tácitas de una realidad aún hoy vigente, muchas de sus observaciones giran en torno al dinero. Dice que alguien gana "de 25 a 50.000 rublos", pero que aún así se suicidó por razones económicas. Y luego: "Cuando alguien se proclamaba en contra del dinero, contra el interés, contra el lucro, creía escuchar sólo sandeces, divagaciones de hombres que no quieren trabajar. Ser pobre y no tener nada que perder es más fácil que ser rico. Sí, pero entonces ¿qué?". El tema es recurrentes en escenas y en aforismos. "Hazte amigos de injusta riqueza, reza el proverbio, porque la riqueza justa no existe ni puede existir". Placentero y multiforme, lo que depara la lectura de Cuadernos... es una fruición análoga, casi un continuum –de recursos, imágenes y personajes– de la ficción del "maestro del relato breve".
Cerca de la revolución. "Si la humanidad ha llegado a concebir la historia como una serie de batallas, es porque antes consideró que la lucha era esencial para la vida": la frase de Chejov sirve de preámbulo para abordar Días malditos. O, mejor aún, pensar a Bunin cuando Chejov escribe: "El deseo de servir al bien común debe ser obligatoriamente una necesidad del corazón, una condición de la felicidad personal; si no proviene de allí (...) no sirve". El libro está escrito entre los convulsionadísimos años de 1918 y 1919. En 1920, Bunin huye de Rusia hacia el exilio y el libro se termina.
Los mismos personajes a quienes Chejov observa desde el interés y la sensibilidad, y describe desde la sutileza y no desde el juicio tajante, Bunin los reescribe desde el pavor, la sensación de amenaza y la opresión de la pérdida. Las grietas del error, los desvíos de lo que considera justo y los arrebatos de las fuerzas sociales se inscriben para él en un visceral desencanto ideológico que da paso a una verdadera tragedia personal, a un dolor irreparable, nostálgico y hasta iracundo.
En primera persona, fiel al género diario, su escritura emana una inquieta espontaneidad, una prosa perturbadora y quejumbrosa, intercalada, todo el tiempo, con noticias de los diarios, observaciones cotidianas referidas a la revolución y transcripciones de diálogos entre soldados, obreros y campesinos, pero también entre amigos y escritores.
Bunin configura un escenario monstruoso, un decorado violento que toma su propia voz, la de un escritor que ha perdido la fe pero no la furia. Describe de modo impresionista y detallado los paisajes de Odessa y Moscú. Los carteles, en especial, le sirven como metonimia y síntesis de los sucesos que lo horrorizan: "Nuevamente, ese maldito cartel: la cabeza del soberano, muerta, azul, afligida, con la corona ladeada por el garrotazo que le pegó el campesino". Más adelante señala que hay uno nuevo, del mismo estilo "tosco y popular", con un campesino armado con un hacha y un obrero con un pico que golpean "furiosamente" la calva de un general atravesado por la bayoneta de un soldado rojo. Debajo, una leyenda: "A golpearlos bien y duro, muchachos". Cada vez que se encuentra con un amigo, contrasta, con enorme tristeza, la indignación propia, su repugnancia, con la indiferencia ajena.
Creciente rebaño. Las críticas al régimen llevan a Bunin a un desprecio impiadoso y a una aversión hacia las masas, a las que no duda en llamar, sean soldados u obreros "animales", "brutos", "bestias", con la impotencia de quien siente que la única medida que puede tomarse es quedarse al margen, desconfiar de los mensajes oficiales y desde luego escribir en secreto, en soledad: "El tono de los periódicos no varía. Están escritos en la misma jerga pomposa de las plazas, traen las mismas amenazas, la misma rabiosa fanfarronería, y es todo tan vulgar, tan evidentemente falso, que es imposible creerse ni una sola palabra, y uno vive, por lo tanto, totalmente enajenado del mundo real, como si estuviéramos en la Isla del Diablo". Narrador al borde del masoquismo, va a las manifestaciones y a los paseos populares para comprobar su fracaso: "Salimos a dar un paseo. Es indecible el peso que sentimos en el alma. El gentío que inunda ahora las calles me resulta insoportable. Estoy harto de ese creciente rebaño".
El libro también podría llamarse "diarios del sufrimiento político", o "de la incomprensión". Muy cerca de los acontecimientos como para poder analizarlos, sintiéndose demasiado tocado como para poder pensar, a menudo en su prosa comete los mismos "errores" retóricos de la propaganda que critica, aunque no deja de ser, incluso en sus momentos de mayor virulencia –y por eso mismo– interesantes, imperdibles piezas reaccionarias, sin afectación. Bolcheviques, rojos y blancos, o medidas como "la nacionalización", dejan de ser figuras de la historia y devuelven al lector una existencia compleja, un peso particular aunque sea desde la parcial mirada del disidente.
La pérdida de la propiedad privada es uno de los tantos desvelos de Bunin. Cuenta que el poeta Alexander Fiodorov le relató su pesar por su casa de campo. "Ni siquiera puede arrendarla porque se ha convertido en un ‘bien del pueblo’ (...) Ahora resulta que ésta pertenece al pueblo y que allí, junto a su familia y metidos en medio de tu vida íntima, vivirán unos ‘trabajadores’ ¡Dan ganas de colgarse de tanta rabia que produce!". El diario es un vivo testimonio de los cambios, del momento en que las cosas dejan de ser lo que eran, cuando la literatura, pero también la Iglesia, abandonan sus formas, su función conocida.
En el patio de una parroquia que antes detestaba y ahora funciona como refugio, Bunin deja un margen de esperanza al describir a su hija y su mujer. Pero incluso esa paz le genera, dice, "un doloroso bienestar". En la posdata que cierra el libro se lee: "Enterré con tal cuidado las páginas que seguían a estas, que no conseguí encontrarlas cuando huimos de Odessa, a finales de enero de 1920". Las publicadas bastan, sin embargo, para observar a un personaje político desvastado, un escritor usando todos sus recursos, una escritura que se camufla, desde un extremo opuesto, con su propio inevitable proceso histórico.




Nota de tapa del Suplemento de Cultura del diario Perfil.

carne argentina



21 hs, el martes 8 de julio, en Lambaré 873.
Leen María Moreno, Marcelo Guerreri y el pony mutante ruso.

el sueño energizante de una redacción vacía

a las diez de la noche termino el recuadro de la nota de tapa, ese hijo del diseño, de la deficiencia de las imágenes, más que de la forma y la pasión, "Chejov sobre tal", "Bunin sobre cual"; recuadros hijos cedidos al cansancio, al brillo deseado para el cuerpo de la nota, siempre primeriza, prioritaria, primogénita, el resto son fragmentos casi ilegítimos que le vienen a suceder, no diría de relleno para no ser condescendiente, o al menos así es cuando pasan cosas como esas de que los cierres se adelanten.
La noche en la redacción tiene una virtud: el silencio, eso por lo que tanto rogamos durante el día pero que no se da porque no está en la clara naturaleza comunitaria de la redacción y al lado hablan con Moria o con gente famosa que pocas veces conozco -aprendí qué significa "raqueteras"- pero del otro lado de la parecita hablan con el oficial, a ver si hay un avance, adónde está el detenido si no es en ese "nosocomio", dicen así pero ahora no; son solas las cien computadoras, bestias diurnas que por la noche son apenas muñecos de peluche plásticos, silenciosa presencia que bajo la luz agresiva de tubo parecen, todavía, más solas que yo; y ya no dicen ni hacen, están en paz.

Una película del apocalipsis o el decorado de una de terror japonesa: cuando me levante cansada del escritorio y camine hasta la impresora a buscar la que con suerte sea la versión definitiva, saldran hojas a4 con extrañas inscripciones, suceso algo raro que voy a subestimar pero que después tendrá sentido, cuando ya en el ascensor me siga una sombra que luego me mata o me ataca pero no, en el camino de vuelta no hay sobresalto, los taxis y subtes son la bondadosa arca que nos contiene con sus demoras, algunos no tuvimos esas saludables jornadas laborales en horario de oficina, pero otros no tienen casa, no tienen trabajo fuera de acá, el transporte público, pero yo pienso en si llego o no llego a la presentación tal, en llamar o no al autor o al presentador pero la voz no se apaga, espero llegar a casa cuanto antes pensando en escribir más y de lo mío y cuando llego me acuesto, ceno y duermo, en otro orden, creo que escribir nunca es demasiado, al otro día alguien va a decir que me perdí la mejor presentación, o la lectura del año.

tamarisquito

Vanoli representó a Tamarisco en el debate sobre sellos indendientes en la Sea y el autor de Ravonne estuvo -entre otros- en la lectura final de cierre. Acá el periodismo da cuenta de manera simpática.

Hoy y Mañana!

¿Existen las editoriales independientes en Argentina?
Una conversación abierta entre autores y editores

¿Qué es una "editorial independiente"?¿Cuáles son las características que la definen como tal?¿Existe la "edición independiente"?¿Independiente de qué?
El surgimiento de nuevas editoriales pequeñas -que rápidamente recibieron el nombre de "independientes"- marcó el formato hasta ahora inédito que adquirieron numerosos aspectos claves de la industria del libro: la relación de los editores con los autores, con la crítica literaria y con las editoriales poderosas. Una nueva batería de conceptos surgió para explicar la "independencia": bibliodiversidad, gestores culturales, etc.; también para explicar las nuevas formas transnacionalizadas de las editoriales automáticamente reconocidas como "grandes", referencia inevitable en la construcción identitaria de sus contrapartes "independientes".

Con ánimo de discutir estos conceptos y problemas, y tematizar estos aspectos simbólicos y materiales complejos del campo cultural argentino, el Grupo Campichuelo organiza dos jornadas de encuentro entre autores y editores los días 4 y 5 de Julio, en el auditorio Francisco Madariaga de la Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos. Bartolomé Mitre 2815, 2º piso.
Viernes 4 de julio
18:00 hs: Apertura
19:00 hs: Mesa debate con Juan Calcagno (El Andariego), Miguel Balaguer (Bajo la Luna) y Victor Redondo (Último Reino). Coordina: Juan Terranova
Sábado 5 de julio
17:00 hs: Mesa debate con Hernán Vanoli (Tamarisco), Damián Tabarovsky (Interzona) y Gonzalo Castro (Entropía). Coordina: Javier Alcácer
19:00 hs: Lectura The Power Trío Special. Julián Urman, Lucas "Funes" Oliveira y Joaquín Linne.
20:00 Vino de Cierre.
Organizan Grupo Campichuelo y Sociedad de Escritores y Escritoras de Argentina.

foquismo


un libro caro y...

Una ambiciosa rigidez
Sobre El cazador de instantes. Cuaderno de travesía (1990-1995)
Autor: Rafael Argullol
Editorial: El acantilado, $ 95

Los libros híbridos, de apuntes, apostillas y notas son, en potencia, una oportunidad. El escritor puede, gracias a la libertad de ese formato, dejar rastros de las percepciones que preceden o fundamentan otra parte de su obra, ofrecer un ángulo original al relato común y social a partir de sus vivencias. Rafael Argullol es narrador, ensayista y poeta, y ha recibido el premio Nadal y el de Ensayo de Casa de América.
Su último libro, El cazador de instantes. Cuaderno de travesía (1990-1995) sugiere, desde el título, que nos encontraremos con un diario de viajes; pero esa primera conclusión es errónea.
El cazador... está dividido en dos partes. La primera, "En medio de la travesía", no es más que un ensayo sobre la materia con la que trabaja la poesía: el tiempo. En vez de dar lugar a la frescura que parece proponer el género "cuaderno", nos encontramos con un texto en el que sobresale la pesadez de la prosa y la solemnidad con que toma tópicos clásicos y cristianos, como el Juicio Final.
La segunda parte se propone, sí, como un conjunto de notas dispersas, estructurados en bloques breves y numerados; en vez de título, cada párrafo lleva al final, entre paréntesis, una palabra que funciona como etiqueta de lo que se ha terminando de leer ("Melancolía", "Ego", etc). Aquí también hay reflexiones, armadas como extensos aforismos ("La existencia es una contradicción geométrica: cuando creemos que avanzamos en línea recta, lo cierto es que estamos dando vueltas alrededor de un círculo") o pensamientos en primera persona ("Sólo conozco una buena definición de maldad: vivir de prestado").
Más allá de breves destellos en los que el narrador elije contar una escena o describir parcialmente un personaje, el libro impone una ambiciosa rigidez que no alcanza profundidad filosófica ni literaria, ni contagia el entusiasmo de la experiencia narrada, a mitad de camino entre la rigurosidad teórica y la apreciación personal.


Publicada en el suplemento de cultura de Perfil, Buenos Aires.