Sobre El cazador de instantes. Cuaderno de travesía (1990-1995)
Autor: Rafael Argullol
Editorial: El acantilado, $ 95
Los libros híbridos, de apuntes, apostillas y notas son, en potencia, una oportunidad. El escritor puede, gracias a la libertad de ese formato, dejar rastros de las percepciones que preceden o fundamentan otra parte de su obra, ofrecer un ángulo original al relato común y social a partir de sus vivencias. Rafael Argullol es narrador, ensayista y poeta, y ha recibido el premio Nadal y el de Ensayo de Casa de América.
Su último libro, El cazador de instantes. Cuaderno de travesía (1990-1995) sugiere, desde el título, que nos encontraremos con un diario de viajes; pero esa primera conclusión es errónea.
El cazador... está dividido en dos partes. La primera, "En medio de la travesía", no es más que un ensayo sobre la materia con la que trabaja la poesía: el tiempo. En vez de dar lugar a la frescura que parece proponer el género "cuaderno", nos encontramos con un texto en el que sobresale la pesadez de la prosa y la solemnidad con que toma tópicos clásicos y cristianos, como el Juicio Final.
La segunda parte se propone, sí, como un conjunto de notas dispersas, estructurados en bloques breves y numerados; en vez de título, cada párrafo lleva al final, entre paréntesis, una palabra que funciona como etiqueta de lo que se ha terminando de leer ("Melancolía", "Ego", etc). Aquí también hay reflexiones, armadas como extensos aforismos ("La existencia es una contradicción geométrica: cuando creemos que avanzamos en línea recta, lo cierto es que estamos dando vueltas alrededor de un círculo") o pensamientos en primera persona ("Sólo conozco una buena definición de maldad: vivir de prestado").
Más allá de breves destellos en los que el narrador elije contar una escena o describir parcialmente un personaje, el libro impone una ambiciosa rigidez que no alcanza profundidad filosófica ni literaria, ni contagia el entusiasmo de la experiencia narrada, a mitad de camino entre la rigurosidad teórica y la apreciación personal.
La segunda parte se propone, sí, como un conjunto de notas dispersas, estructurados en bloques breves y numerados; en vez de título, cada párrafo lleva al final, entre paréntesis, una palabra que funciona como etiqueta de lo que se ha terminando de leer ("Melancolía", "Ego", etc). Aquí también hay reflexiones, armadas como extensos aforismos ("La existencia es una contradicción geométrica: cuando creemos que avanzamos en línea recta, lo cierto es que estamos dando vueltas alrededor de un círculo") o pensamientos en primera persona ("Sólo conozco una buena definición de maldad: vivir de prestado").
Más allá de breves destellos en los que el narrador elije contar una escena o describir parcialmente un personaje, el libro impone una ambiciosa rigidez que no alcanza profundidad filosófica ni literaria, ni contagia el entusiasmo de la experiencia narrada, a mitad de camino entre la rigurosidad teórica y la apreciación personal.
Publicada en el suplemento de cultura de Perfil, Buenos Aires.
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