Calamaro para niños

(columna sobre "un disco" publicada en el Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino)

Maneja una chica que tiene tres hijos en el asiento de atrás, insoportables a esta
hora, el cansancio indignado que provocan villanas aguas vivas amenazantes en la
orilla: nadie pudo bañarse con este calor. Y los niños hacen su catarsis en forma
de exabruptos, piñas fraternales, quejas y reclamos; pesado fastidio en el interior
del auto. Hasta que empieza a sonar “Quiero arreglar todo lo que hice mal/todo lo
que escondí hasta de mí” bastante fuerte. Los pasajeros de atrás, la conductora y yo
cantamos a los gritos, desafinamos y forzamos la voz. Se agitan las manos. Golpes
tipo tambor sobre tapizados, volante y puertas. Los chicos se ríen. Nosotras también.
Hay especial énfasis en las “malas palabras” de la canción –no permitidas a los niños
en otro contexto- y esta catarsis es liberadora. Somos la familia eufórica feliz de una
road movie naif y desaforada al sur de la costa atlántica argentina. El disco corrió
entero, aunque bajé el volumen a la tercera canción: de atrás llegaban ronquidos
suaves. Cada vez que vengo de una complicada y quiero levantar, escucho, entero,
varias veces, El Salmón. (Y desde luego grito fuerte, impostando la voz, cuando llega
la parte de las “malas palabras”.)