Con los copantes cronistas, gracias N. Mavrakis

Ayer salió en el Suple de Cultura de Tiempo Argentino esta nota en la que hablamos Dani Pasik linda e inteligente, Sebastián Hacher, Alejandro Soifer, Javier Sinai y yo. Aunque porque cuestiones de distancias no pude estar en la foto, publicaron "mis testimonios"  igual. Parece que tontería mi comentario, pero a veces en gráfica también es como en tele, "sin foto no hay texto". Asi que cope Mavrakis y sus respectivos editores.acá está:
Abajo la copié, con subrayado mío de las frases que me parecieron más chan, algunas, incluso, me hicieron reír. Son todos bravos eh. (como diría mi mamá no hay un muerto que se asuste del desgollado)

"Jóvenes cronistas"

Sonia Budassi, Daniela Pasik, Rodolfo Palacios, Alejandro Soifer, Sebastián Hacher y Javier Sinay hablan de un género en el que se cruzan periodismo y literatura y que casi no tiene espacio en diarios y revistas por lo que encuentra su lugar natural en el libro.

Las “cinco W” son una regla que usan los cronistas anglosajones para recordar lo que debe contar de inmediato un texto informativo: quién (who), qué (what), cuándo (when), dónde (where) y por qué (why). Hace unas semanas, el escritor y traductor Guillermo Piro hizo en su blog una broma sobre una sexta W: “La W de weather report, la previsión del tiempo. ¿No se dieron cuenta? Cuando el cronista argentino se calza la piel de Hemingway comienza siempre con la previsión del tiempo, al estilo: ‘Era una noche oscura y tempestuosa’.”
La observación tiene su gracia en la misma medida en que desnuda un síntoma común –la banalización de la experiencia bajo la forma del reporte climático, nuevo lugar común en medio de una proliferación cada vez mayor de crónicas y cronistas– en el interior de un género que, en nuestro país, resulta particularmente potente. Aunque no por eso la crónica, por momentos, parezca atrapada en una red sutil de ambigüedades.
América, narrada por sus propios descubridores, y la Argentina en particular, narrada por caminantes propios y extranjeros –desde Alonso Carrió de la Vandera en el siglo XVIII hasta los ingleses del XIX– hicieron de la crónica una práctica narrativa siempre legítima y vigente, sin demasiado que envidiar a íconos como Hunter S. Thompson o Ryszard Kapuscinski. Con casos paradigmáticos como el de Rodolfo Walsh, fundador casi al unísono con el estadounidense Truman Capote del non fiction, y un corpus de autores contemporáneos ya consagrados, como Martín Caparrós, Leila Guerriero, Josefina Licitra o Cristian Alarcón, la crónica continúa multiplicándose en libros, talleres y publicaciones especializadas. Sin embargo, como dispositivo narrativo “para contar el mundo”, la crónica también enfrenta nuevos desafíos.
¿Qué lugar real tiene hoy la crónica dentro de los medios? ¿Por qué, a pesar del éxito del género, casi no hay espacio intermedio de publicación entre los sitios web gratuitos y los libros financiados por las grandes editoriales? ¿Hasta qué punto las redes sociales en Internet redefinieron la urgencia de una experiencia subjetiva única? ¿Qué perspectivas hay más allá del circuito cerrado de los talleres de escritura donde se la practica y de las instituciones periodísticas donde se la premia y legitima?

La crónica debe ganarse su lugar en los medios por prepotencia”, dice el periodista y escritor Rodolfo Palacios, autor de El Ángel Negro (Aguilar, 2010), un trabajo sobre la vida del famoso asesino serial Carlos Robledo Puch. “Quizá algunos medios malinterpretan la crónica y la ven como un pasatiempo meramente literario. Eso es un error porque la crónica debe tener datos y es un género periodístico”, explica Palacios. “El desafío fue entrevistar a Robledo, investigar el caso, leer el expediente, hablar con los jueces, los familiares de víctimas y tratar de reconstruir la historia. Donde más presente está la crónica en el libro es en los ocho encuentros con Robledo en la cárcel y en mis viajes a Sierra Chica. Usé recursos de la ficción –aunque eso no quiere decir que en la historia hay datos inventados– para la construcción de escenas entrelazadas, diálogos, descripciones, sonidos, aromas y sensaciones”, cuenta Palacios.

Con respecto a los márgenes de publicación y circulación del género más allá de los libros, Sonia Budassi, autora de una investigación sobre la vida de las monjas, Mujeres de Dios (Sudamericana, 2008), y Apache, en busca de Carlos Tevez (Tamarisco, 2010), que reconstruye la vida del famoso futbolista a través de su propia persecución periodística, asigna un rol central a la idiosincrasia conservadora de los medios tradicionales. “Hay una tendencia a reiterar aquello de que los lectores no leen, y en general, a privilegiar los textos cortos, duros e informativos en revistas y diarios. Tal vez tenga que ver con cierta pereza intelectual que tienen quienes toman las decisiones en algunos medios: si la cosa marcha más o menos bien, mejor no asumir riesgos”, opina. En ese sentido, Budassi cree también que la crónica en sí misma a veces devela de manera autocrítica ciertas formas de hacer periodismo. “Quizá los autores de mi generación no se toman tan en serio a sí mismos en un sentido específico y se permiten salir del lugar del altar omnisciente habitual del periodismo, aunque tengan un acceso privilegiado a determinados territorios y personajes.”

“Creo que en los medios se les teme a los textos largos. Se teme que no sean leídos, como si la lógica del zapping televisivo se reprodujera sin diferencia en la gráfica”, opina Javier Sinay, periodista, ex productor televisivo y autor de Sangre Joven, matar y morir antes de la adultez (Tusquets, 2009), que recoge historias de jóvenes atravesados por la violencia y el crimen. “Cuando una crónica se hace bien, la diferencia de calidad es notable. Los editores de los pocos medios que publican crónicas lo saben y por eso no le temen: son conscientes de que vale la pena apoyar a un cronista para publicar un buen texto”, dice Sinay, destacando el rol que tienen algunas revistas que sí publican crónicas, como Rolling Stone, SH y Brando. “Después de sumergirse en busca de las fuentes, hay que escribir con cuidado porque se está contando una historia viva y, por otro lado, se está haciendo algo así como literatura. Y debe hacerse lo mejor que se pueda en ambos sentidos”, describe Sinay su propio trabajo sobre la delgada línea narrativa que exige la crónica.
Ese territorio que los medios suelen negar a la crónica tiene su correlato inverso en las editoriales. Y muchos cronistas escriben con la expectativa de ganar un espacio de publicación a partir de esa posibilidad. “Hay como una moda en el mundo editorial, pero no sé si tantos compradores o amantes del género. Un día te piden un libro de crónicas en una editorial grande o te compran una. Y entonces el libro, más allá de cómo le vaya después, te sirve para lucirte como periodista que investiga y escritor que narra bonito, pero todo sigue igual”, dice Daniela Pasik, autora de un viaje en primera persona al mundo de las cirugías estéticas, Hacerse (Grijalbo, 2010).

La crónica es un forma, si se quiere, de atacar el sistema desde adentro: las editoriales quieren editar investigaciones periodísticas, los cronistas tienen sueños literarios, la crónica dosifica cierta ficción bajo la apariencia de la verdad absoluta. Todos contentos”, sintetiza Alejandro Soifer, autor de Los Lubavitch en la Argentina (Sudamericana, 2010), una crónica sobre la historia y desarrollo de esa agrupación ortodoxa judía en el país. Por su lado, el periodista Sebastián Hacher, que acaba de terminar una larga investigación sobre La Salada, destaca el rol de la Web. “Hay un inmenso campo en blogs y sitios de Internet. Con la muerte de Néstor Kirchner, por ejemplo, la cantidad de crónicas que circuló por la Red fue tan grande como interesante”, cuenta.

¿Pero consideran los cronistas más jóvenes que ante ellos hay un mundo a ser contado muy distinto al que ya han contado sus sucesores? “La crónica, entendida como la entendían Walsh o Capote, es un género hermoso que permite la práctica mixturada del periodismo y la literatura. Realizado así, cualquier tema es interesante”, dice Pasik. Para Budassi, en cambio, los temas están siempre arraigados a una curiosidad personal. “Me interesan aquellos temas que me generen problemas, preguntas, algo que no termino de entender del todo, personajes a los que pueda quitarles el velo del lugar común y la estigmatización.” “No sé si hay tópicos que nos atraviesen como generación”, sugiere Sinay. Opinión que Palacios parece colocar en perspectiva: “Leo a los cronistas de esta generación, me fascina lo que hace Caparrós como cronista, pero también leo a los viejos exponentes del non fiction: Gay Talese, Tom Wolfe, Norman Mailer, Truman Capote, Joseph Mitchell. Con esto quiero decir que lo que ellos escribían sigue vigente. Se mantienen las motivaciones o la forma de encarar una crónica. Desde las tragedias griegas o shakespearianas, los grandes asuntos son los mismos”, dice. “En mis temas encontré una continuidad: hablar de sectores que fueron excluidos y que de una u otra forma terminaron por inventar un mundo nuevo. Me interesa contar esos mecanismos de creatividad popular, que son mucho más complejos y ricos de lo que parecen a simple vista. A veces el acercamiento de los periodistas a esos temas es desde la fascinación: se busca lo marginal o lo freak”, explica Hacher, cuyo primer acercamiento a la crónica fue con un análisis del culto del Gauchito Gil. “Los cronistas jóvenes tenemos cierta obligación de ir a buscar la pequeña gran historia que nos vaya construyendo un capital cultural que eventualmente nos permita dedicarnos a la vida del bon-vivant cronista estilo Caparrós: mezcla de vacaciones pagas por el mundo, jugosos adelantos editoriales y el nihilismo ilustrado”, agrega Soifer, más punzante.

Las limitaciones a la hora de publicar crónicas, por otro lado, hacen de muchos talleres especializados –como el de Cristian Alarcón, cuyo colectivo puede encontrarse en –una herramienta esencial para conocer en qué andan otros colegas. “En nuestro país no contamos con una educación formal en escritura como sí hay en universidades del mundo que hacen de la técnica una carrera en sí misma; en ese sentido, me parecen una opción siempre válida, aunque nunca hice un taller específico de crónica. No creo que sea un requisito indispensable para escribir”, dice Soifer. “Siempre es sana la confrontación con los pares y la lectura crítica, y puede darse en el marco de un taller pero también en una redacción o con otros escritores”, opina Budassi. “Está bueno tener compañeros para hacer ese viaje, y creo que los talleres a veces cumplen esa función”, agrega Hacher. “No creo que lo talleres sean un requisito obligatorio, pero son un buen punto de partida para escribir”, coincide Palacios, que en mayo publicará un nuevo libro de crónica policial y que el año pasado fue uno de los pocos privilegiados en participar de un seminario con el famoso cronista esadounidense John Lee Anderson.

Otros cronistas, en cambio, relativizan aun más la importancia de aquello que puede aprenderse en un taller. Y por eso ponen el acento en la importancia de cierta apuesta por el autodidactismo.

“Lo más importante es escribir y escribir, leer y leer, estar en la calle con los ojos abiertos y tratar de aprender de los editores y de los colegas”, dice Sinay, mientras que Pasik, finalmente, dispara: “Los talleres, en general, me parecen un poco ladris.”

Exploradores unipersonales de asesinos seriales, adictos a las cirugías o grupos religiosos; arqueólogos entre víctimas y victimarios de la violencia más joven y virulenta o en el corazón de un nuevo centro nacional de comercio off-shore; rastreadores de la vida profunda de monjas o estrellas internacionales del fútbol, uno de los factores ante los que la nueva generación de cronistas sí se enfrenta de manera inédita es a la saturación de narraciones que, como la tradicional crónica, tiene como centro una primera persona. De hecho, la vasta proliferación de voces que también apuestan a contar el mundo desde las redes sociales –en Facebook, Twitter, YouTube– muchas veces funciona con más instantaneidad –y a veces calidad– que los clásicos narradores de antaño. ¿La crónica ha cambiado desde que aproximarse “a la realidad” es mucho menos restrictivo que antes? En este nuevo contexto tecnológico, ¿es la “subjetividad” misma un privilegio en disputa?

“Si el cronista es alguien interesante, lo interesante de su crónica es su mirada. Y me importa menos ver a Robledo Puch filmado con un celular en YouTube, que la mirada de Palacios sobre ese personaje, por ejemplo. Por eso, la crónica, el libro o el diario en papel, no se van a ningún lado”, opina Pasik. “La velocidad de la información actual implica un grado de masticación mucho más grande. Twitter, blogs, videos, todos presentan pequeños fragmentos de información. Ver un twitt es comerse una pastilla: puede ser rica, pero no alimenta. Las crónicas son platos más elaborados. Requieren otros tiempos, otra forma de consumo”, coincide Soifer.

“La investigación y el tratar de ir a fondo con el objeto y sujeto del relato es algo imperativo al sentarte a escribir una crónica; en ese sentido, las redes sociales ayudan mucho porque suman fuentes, no veo una competencia sino una complementariedad”, explica por su lado Budassi. “Tengo la esperanza de que el avance de la tecnología –sobre todo las cámaras capaces de filmar y hacer fotos en alta definición– aporte nuevos formatos a la crónica”, dice Hacher, destacando emprendimientos digitales como Mediastorm.org y Elfaro.net. “La sobreabundancia de información torna todavía más importante la subjetividad del cronista. Por eso, debe organizar los datos con una voz diferente. La crónica es un producto con un valor agregado: la subjetividad que mira, que interpreta y que aporta”, opina Sinay. “En el caso de la aproximación a los hechos reales, la pregunta entonces es cómo contar lo que han visto millones de personas”, sintetiza Palacios. Y concluye con dos ejemplos casi inobjetables: “La crónica de Norman Mailer sobre la pelea Alí-Frazier en 1971 y la de Oriana Fallacci sobre la llegada del hombre a la Luna, demuestran que se puede crear un texto atractivo sobre un acontecimiento que vieron millones de personas. Lo importante, es cómo contarlo”.

"Te quiero/te quierooo/eres el centro de mi fotolog"

/dani umpi/josé luis perales

(las fotos fueron tomadas por mí y por G. Morochón (protagonista de la foto superior; invencible compañero)

quizá publique acá la historia de Vinilo, que es el gato que vino con el departamente que alquilé con mucha suerte para la beca en Madrid, pero es verdad que si lo hago habrá disgresiones a personajes, no personas, que tienen o no tienen mucho que ver. Como todo lo mío no se lee -como debe ser- en clave autobiográfica, entonces el nombre Vinilo, que sí existe, va a corresponderse con un nombre y una primera situación real.
(podría haber elegido imágenes de ciudades medievales, de supremas obras de arte arte conceptuales, de inefables arquitecturas que alardean de las mejores imponentes obras en la Gran Vía y demás pero no, y no es sólo porque no tengo cámara de fotos) 

tiene que ser real

Nuestros granaderos no terminan de representar una fuerza activa, enérgica, vinculada a la lucha. Generan fascinación, es cierto, pero más por su pose solemne, por su aura misteriosa de guardianes quietos: no sangran, no corren, no sudan, no pelean. Al menos esa es la imagen más usual: prolijos hasta la pose estatua, disciplinados hasta el estoicismo, no sucumben a provocaciones; ni siquiera reaccionan cuando un niño salta frente a ellos para verlos pestañear. Los granaderos remiten al glamour y no a la guerra. A la elegancia y no al barro. Al protocolo y no a la fiereza del momento límite que sólo puede medirse con la desesperada ansia de salvación, de la patria, del soldado, del compañero. El granadero es un muñequito de cuento para poner en la mesa de luz. Una reliquia pedestre, para mirar con nostalgia porque como los príncipes de los cuentos que se convierten en sapos, y viceversa, uno por momentos se los olvida, y piensa que ya no existen más.

No es una explicación sensata, ni una comparación válida para dudar, entonces, de que estos personajes sean de verdad. Pero igual, ¿están filmando una película? El nombre del archivo indica “Czech Republi”. Tierra lejana helada, de esas que dan para delirar y armar ampulosas escenas nacidas de la fantasía promovida por cierto tipo de ignorancia ¿Son reales? ¿A quién responde el hidalgo de caballo blanco? ¿Cómo el viento no logra voltear ese apelmazado plumón amarillo? ¿cómo no resbala esa pata elegante de caballo en esa nieve de pista de sky? ¿por qué parece a punto de batirse a espada con el enemigo y sin embargo, al fondo, los granaderos europeos del este hablan indiferentes, como quien charla en la fila del supermercado? ¿por qué caminan con desidia cuando su compañero, el hidalgo está a punto de pelear, probablemente, una batalla final? ¿La dorada armadura lo librará de qué tipo de arma fatal?¿será una lucha pareja, de espadas, de igual a igual? Esta imagen viene de lejos y está tan fuera de época, que yo quiero pensar que sí, por eso mismo, esta imagen tiene que ser real.


(texto que escribí para el suple de cultura de Tiempo Argentino, que no se va a publicar por motivos aburridos de contar)

replicante y pac pac pac pac

Estoy en Madris, como un golpe de suerte que algunos llaman beca. El frío fatal invernal, eso sí muy lógico. Y Rogelio Villareal, director de la mejicana y completísima revista Replicante, me publicó este texto que tanto tiempo hube de trabajar –lo cual no garantiza que eso se haya reflejado en el resultado final- en la edición de Enero.

Analicé y –oprobio de neologismo- croniquié, la campaña que hizo Topper “Fútbol Deporte Nacional”. Empecé a trabajar una versión para la revista Ñ, que se publicó en 2010, pero esta es una versión distinta, que va a algo más allá (¿de qué?). Ponele.


(Acá dejo una foto de unos pajarracos que abren
y cierran el pico y hacen ruido de pac pac pac.


La foto la sacó la artista Cecilia Orso en Alcalá de Henares. Ataque de cholulismo mal en la casa de Cervantes, de esas cosas que dan vergüenza confesar.)