cuantas veces leíste "que lo parió"


Cuando muere Fontanarrosa, salvo excepciones que pudieron leerse sobre todo en la web, las necrológicas no distaron mucho del soporífero y lacrimógeno tono de las notas dedicadas al aniversario de la muerte de otro autor popular, Osvaldo Soriano. En general, la "prosa homenaje" –en los medios masivos- es una hiperbólica exhaltación de emotivismo y afectividad que invariablemente termina en una cursilería difícil de leer. Si existe un género lacrimógeno, entonces, podemos distinguir dos subgéneros. Mientras autores eruditos –o encasillados en ese lugar- motivan notas pomposas y solemnes, el autor popular despierta en gran cantidad de cronistas –siempre "fanáticos" de la obra del difunto- una necesidad, al parecer inevitable, de descargar dolor, impotencia y melancolía. Pero esto no es lo peor del asunto: del fanatismo a la intención de copia sentimentalista hay una corta distancia.
Imaginemos que la discusión acerca de si el comic es un género literario genuino se desarma frente a las historietas de Inodoro Pereira. Admito: son divertidas, sagaces, un poco machistas; y el duo Mendieta-Inodoro es uno de los mejores en la obra del rosarino. Acertadas consignas que no se toman muy en serio a sí mismas -como cuando Mendieta le dice a Pererira: "Vivimos en una época muy contemporánea"- y diálogos que hasta tienen un guiño a Lewis Carroll. "En el pueblo dieron la obra ´El gayinero´ de Pepín García basada en el libro del mesmo nombre", dice Inodoro."¿El libro se llamaba "El gallinero?", pregunta un hombre. "No", dice Inodoro."Se yama Pepín García".
Y si extrañamente expresiones como "Qué pucha" y "qué lo parió" funcionan en ese universo, cuando los periodistas travisten su propio estilo al del admirado autor –¿en homenajes parasitarios?- el resultado es bochornoso y acartonado. Si Fontanarrosa se inspira, por ejemplo, en el lenguaje "de la cancha" para crear la perfecta coloquialidad de sus textos, cuando otros citan la coloquialidad de Fontanarrosa el resultado (una reproducción de tercer grado) suele ser un desastre: la emotiva coloquialidad buscada -valga el oxímoron- se vuelve pretensiosa y artificial.

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