Un miedo justificado

La vida en el espejo. Ercole Lissardi. Editorial Hum

(reseña publicada en la sección Cultura del Diario Crítica)

La fobia se define, clínicamente, como un miedo intenso pero, sobre todo, desproporcionado. Esta falta de medida en relación al objeto determina lo patológico de la reacción. Ercole Lissardi (Montevideo, 1950) apenas sugiere una aversión a los espejos para introducirnos en una trama que, por el contrario, hace trastabillar ese diagnóstico, alardeando con el poder del objeto, justificando el terror. En su quinta novela editada en el país, el autor reitera un estilo que lo separa del resto en el marco de la producción rioplatense. Si el autor protesta ante el rótulo de su literatura como “pornográfica”, La vida en el espejo se concentra, sí, una vez más, en las relaciones sexuales del protagonista como medio de acceder, además de a la obvia satisfacción del deseo, a ciertas verdades. Pero decir que es una novela erótica sería limitar las expectativas. Lo que pasa durante esas relaciones trasciende a las mujeres y terminan en el espejo que, a medida que avanza la historia gana protagonismo hasta narrar él mismo algunas escenas. El dilema está en dejarse engañar como Narciso o reconocer en su doble la naturaleza perversa de un simulacro que es, a la vez, independiente.

La tensión entre Eros y Thanatos por momentos desafía la verosimilitud. El lector, en la primera página, se pregunta por qué este hombre que afirma, “Nunca me gustaron los espejos”, a modo de carta de presentación, no los tapa al alquilar un departamento cubierto casi completamente por ellos. Ciertas expresiones, en especial las personificaciones, en las descripciones de escenas eróticas, generan también una distancia inconveniente. De todos modos, la novela logra narrar obsesivamente la convivencia enfermiza entre dos órdenes; del otro lado del espejo - una burla a Lewis Carrol- todo es más siniestro que absurdo. El recurso típico del género fantástico del siglo XIX, según el texto clásico de Todorov, logra su manifestación personal al mezclarse con escenas más vitales, como las del levante callejero. Lissardi encaja en ese análisis del teórico ruso: en La vida en...personaje y lector comparten hasta el final –y aquí el mayor logro de la novela-las vacilaciones con respecto a lo que está sucediendo de un lado y del otro del reflejo.

1 comentario:

Salvador dijo...

Carrol también es siniestro.