Marcelo López escribe una reseña de La marca del milagro
de Damián Terrasa (Editorial Tamarisco, 2007) en un nuevo número de la revista NO RETORNABLE

“La función de la literatura no es corregir las distorsiones a menudo brutales de la historia inmediata ni producir sistemas compensatorios sino, muy por el contrario, asumir la experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y sus oscuridades, y tratar de forjar, a partir de esa complejidad, formas que la atestigüen y la representen” decía Saer, en El concepto de ficción (1).

Por supuesto, comenzar con esta cita del santafesino, no quiere decir, de ningún modo, que la novela en cuestión –La marca del milagro-, tenga que ver, o incluso mantenga, algún tipo de filiación interna con la obra de aquel autor. Sin embargo, y sea o no homologable la poética de Damián Terrasa a la propuesta de Saer, hay algo en lo que ambas –la novela, la propuesta saeriana- se asemejan: en su función. La novela de Terrasa, como demandaba el santafesino, no intenta de ningún modo “corregir las distorsiones a menudo brutales de la historia inmediata”. Más aún, se apropia de ellas y las convierte en un factor clave de su material narrativo. Esas distorsiones, en realidad, lo que hacen es configurar una parte fundamental de su objeto y del mundo que, por acto reflejo, nos devuelve la novela. No faltan en esta ópera prima travestis, ni una candidata a presidente que intenta dar una imagen parecida a Evita, tampoco la problemática de la violencia social que el fútbol se encarga de hacer visible cada fin de semana (los aprietes a dirigentes, las corridas entre hinchas, etc).

Los sistemas de exclusión que la novela veladamente propone –me refiero al problema de la sexualidad, la violencia social- derivan, a otro nivel, en una exclusión más particular: la exclusión del sentido. Se promete, ya desde el título, un “milagro”. Y, ¿qué es lo que un milagro, en tanto tal, debe excluir? Precisamente eso, el sentido. Si la explicación tuviera un sentido lógico (una confirmación racional, digamos), entonces no sería un milagro propiamente dicho. No contaré de qué se trata ese milagro que se menciona ya desde un principio. Vale la pena leer la novela y despejar esa duda por motus propio.

Divertida, de una escritura muy ágil pero trabajada con un tratamiento formal poco convencional, la novela de Terrasa tensa los lugares comunes de la literatura para ubicarse, por momentos –son los menos, pero sí los más divertidos- en situaciones incómodas, como por ejemplo: narrar la travesía de una aceituna antes de ser deglutida por un personaje casi infrahumano o el punto de vista de una muñeca de plástico (literal) que ha sido tirada a una bolsa de basura.

También la locura es un modo de exclusión social y no falta en la novela. Denominamos, casi en una convención tácita, como “loco” o “anormal”, a todo aquello que no respeta una serie de parámetros dispuesto por una entidad superior jerárquicamente –el Estado, las diferentes ciencias, en este caso, la psicología-. La historia de la mujer que anhela casarse y ve potenciales maridos por todos lados, no deja de tener en sí misma una cierta dosis de cinismo que resulta divertido. Pero, a la vez que divierte y distiende, esa misma historia atraviesa la novela como metáfora de la sociedad. El corte, la separación cada vez menos clara entre lo que es “ficción” y lo que entendemos por “realidad”, es un modo de cuestionar el momento que nos toca vivir.

La marca del milagro, es una novela tan original que se da el gusto de hacer su crítica social más concreta y seria a través del monólogo interior de uno de los personajes más border: “todos juntos en el mismo tacho, a la espera de no se sabe qué, y con la angustia palpable de que ya no vale la distracción fácil de mirar hacia el costado, de drogarse con el invento de un futuro que nos hacen creer eterno, repleto de proyectos, hipotecas, planes, metas, cualquier cosa que pueda entretener pensamientos porque la conciencia de lo finito de nuestras existencias es demasiado pesada, abrumadora…” ¿Quién dice esto? ¡la muñeca!.

“Asumir la experiencia del mundo en toda su complejidad, con sus indeterminaciones y sus oscuridades” pedía Saer en la cita textual del principio. Damián Terrasa lo hace, a través de una forma que por momentos es compleja, pero que representa perfectamente esa zona de indeterminación que la realidad suele presentar. La apuesta del autor no es menor, y la lectura de esta divertida novela bien vale la pena.

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