Te imagino y me provoca decirte vamos, te imagino y que mires con miedo a los caballos y decirte todo bien, vos caminá, hacé, hacé, hacé, dejate llevar por el lado oscuro pero que vuelvas; así sin autos la ciudad los edificios pueden verse en falsa escuadra, un vértigo oxímoron: crecen en silencio. Ahora mismo se adhiere el esmog a la calle, es una alfombra, en el tacho de basura roto se pudren los restos de un mac combo, el feriado lucha contra el cambio y pierde.
Dejé de fumar, tardo en responder cierto correo, es el peso débil y constante de lo que te queda viejo y bien, el jean gastado que cualquier madre hubiera insistido en tirar, metías las manos en la tierra sin asco y te imitaba un rato, breve: das muchas instrucciones de cómo eso se tiene que hacer.
Ahora no leo. Chateo por el móvil, me lamento mucho si no puedo votar y miro televisión. En Utilísima hay un programa que te da consejos de seguridad. Cuando llegues al hotel de una ciudad extraña, lo primero que tenés que preguntarle al conserje es el número de la policía.
Lo anoto y lo guardo. Por las dudas de que algún día vos también quieras flashearte con el mambo paranoico de la ciudad extraña, la paranoia es el efecto residual de la aventura, y de una vez por todas te animes a viajar.
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