Iván Schuliaquer cuenta bien pero en otros términos esas charlas que hemos tenido

cuando pega el viento más fresquito en el último verano de nuestras ambiciones; cuando galopamos fieros la necesidad de pertenecer a esta urbana civilización, la supervivencia a veces no tiene glamour y la tragedia es pedestre y casi parece agremial
ponele:
_Ey, me aumentaron el alquiler pero no me pagaron el sueldo todavía y tuve que pedir guita prestada. Estoy medio en el horno. ¿Si te enterás de alguna changa me avisás?
***
_¿Vos sabés cómo es para tener un poco más de tiempo sin terminar robándoselo a la familia? ¿No habrá que hacer la gran Félix, la gran Fogwill, laburar de algo que no tenga que ver con escribir?
***
_Sí, a mí también me invitaron a esas jornadas, un embole.
_Bueno, pero pagan, hay que agarrar, ¿no?.
_¿En serio?¿Cuánto?
***
_Juan Diego me dijo que se cansó un poco de los Objetos...Ahora está contento pero eh.
***
_El laburo de recepcionista, en un punto, me rinde mejor, me quedan horas libres, las uso para corregir. Está bien.


Vía Crítica Iván quita la fantasiosa oscuridad de la pipa ajedrecista y cuenta estas historias en una doble página super bonita que resume ciertas vagas fantasías y domésticas realidades sobre cómo la gente como uno, la que no es como uno, se gana el pan o en otros términos el cronista se pregunta:

"
De qué viven los escritores argentinos"
(Yo creía que de rentas)
confiesan su changa Oyola, Bruzzone, Incardona y tantos más.

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