Alejandro Caravario (qué emoción, qué honor, ¡sus novelas me gustan tanto!) reseña Los domingos son para dormir para la Revista Llegás
Uno, varón al fin, podría caer en la tentación de leer Los domingos son para dormir, el muy bello libro de relatos de Sonia Budassi, como fisgón. Quiero decir, adentrarse sigilosamente en territorio femenino y auscultar la intimidad (meditaciones, anhelos, preferencias sexuales, soliloquios inconfesables) de esas heroínas sencillas, como las que alguna vez invitamos al cine o les propusimos un porvenir sereno y colmado de niños. Sería una lectura instrumental, de servicio, acaso valiosa en el arduo mercado de la seducción y la conquista, pero condenada al desconcierto. Porque las mujeres que animan los cuentos de Sonia son incompletas, vacilantes, inestables. Habitantes de un mundo de transiciones, un limbo en el que se superponen (no se suceden, ahí está el problema de esta gente) la inocencia infantil y el rigor de la adultez, el legado familiar (aquella información segura y anticuada) y el protocolo de la chicas modernas con aspiraciones profesionales, la periferia (el pago chico) y el centro. Escenario clave, la casa. Allí se juegan los pormenores del coto femenino. Sólo que el lugar que antes protegía es ahora la exposición de un tablero que nunca se acomoda, donde todo es desorden. El relieve caótico de la soledad. Como en “Todo lo de anoche”, un cuento sobre la resaca del domingo (un día para dormir), en que una joven junta sus pedacitos y los de un departamento estragado. Aun así, sobrevive en ella (y creo que en todos los personajes de Sonia) un resto poderoso de voluntad erótica (sus chicas son chicas guerreras, atentas al delineador y a los efectos de las medias de red) que su compañero desaira. Pero no es el desamor sino la eventualidad pura lo que resalta el encuentro fallido, el sexo insípido. Por lo demás, los hombres de Los domingos son para dormir -borrosos, fuera de foco- suelen ser insuficientes. La casa, decía, porque los gozos y las sombras de las roommates (veinteañeras en vías de desarrollo) son un tópico que el libro examina en forma recurrente. Las roommates colocan en primer plano, polarizada, la mezcolanza de la formación sentimental. “Las cosas que brillan a mi alrededor”, un relato que me gusta especialmente, es el que ejecuta con mayor énfasis esta confrontación. Clarisa, la chiruza (un gran personaje, cifra de la sensibilidad budassiana), y Fabiana, la separada y audaz. Complementarias en un compinchismo de superficie, la colisión entre ambas es inevitable. Y también, tal vez, es inevitable el melancólico final que tritura el cuento de hadas de cierta clase media acerca de la disposición feliz de las mujeres al matrimonio y la familia. La infancia se intercala en los relatos como referencia y contrapunto constantes, y la fruición de la narradora se palpa en el detalle: Mujercitas, caramelos Sugus y Media Hora, Palitos de la Selva, Pequeños Ponies, Barbies y un largo etcétera que, además de registrar una época, apoya las historias en un espacio verificable, que se describe con ojo de cronista y cuyas señas particulares más elocuentes son precisamente las marcas, los nombres propios que definen conductas y pertenencias culturales. Ay, la infancia y los saberes de la infancia dañados por el páramo de lo real se cuelan como apuntes dolorosos. Pero nunca forzados (el páramo más crudo se narra en “Acto de fe”, tal vez el mejor cuento, una pesadilla también doméstica en el exilio extremo, metafísico). Y, al mismo tiempo, contribuyen a airear, a darle un ritmo incesante, hecho de saltos, a la primera persona que domina el libro. “Me pregunta qué opino (pienso: mediocre) y le digo que hay algo que no termina de cerrarme, frase que, lo sé, inquieta a hombres como él. Mi interés pasa por otro tipo de temas, no sé si soy la indicada para dirigir tu tesis, no, no es que no me interesa en absoluto (el café está frío y el edulcorante que trajeron tiene ciclamato y sacarina, un gusto asqueroso).” Como en este fragmento de “Roommates”, la prosa de Sonia circula de continuo en distintos niveles, se interrumpe, retrocede y acota, evoca y compara, dentro de un espinel inagotable que vitaliza el texto y es la forma perfecta de la vacilación, de esa primera persona desperdigada. Es también un recurso envolvente, impregnado de humor, que mantiene al lector a rienda corta. Curioso, voraz.
5 comentarios:
Será porque tuve sensaciones parecidas a las del autor de esta reseña o simplemente porque escribe buenas reseñas, pero de todas las que leí sobre tu libro esta es la que más me gustó.
Ya me avisaron que en Mendoza hay suficientes ejemplares del libro.
Saludos.
Lei el libro de corrido, me atrapó. "Acto de fe" es el mejor cuento, directamente radical. Pone en jaque todas las certidumbres de la pertenencia cultural y social y lo inscribe en una historia petulantemente divertida, perversa. La reseña está excelente.
Maguila: Gracias por pasar por acá. A mi también me gustó mucho esta reseña. Que bien lo de Mendoza! Gracias again.
Santiago: ¡Gracias para tí también!
Maguila: Gracias por pasar por acá. A mi también me gustó mucho esta reseña. Que bien lo de Mendoza! Gracias again.
Santiago: ¡Gracias para tí también!
Qué linda lectura hizo. 'Los domingos son para dormir' es de mis libros favoritos del último tiempo, no me equivocaba cuando te anticipé que ya estaba encantada esa vez que hablamos y recién había leído unas poquitas páginas.
Un beso y hasta pronto!
Publicar un comentario