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Prejuicios, etiquetas y generalizaciones, la prensa suele descubrir el libro del año todas las semanas. Sabemos que una publicacion con aspiraciones de circulación masiva necesita nutrirse del áspero goce de convertir su rutina en una determinación certera que, cuando la máquina editorial funciona, cambia el trabajo de discernimiento por el reposo activo del lugar común. La sentencia en forma de título nace a veces del prejuicio o la ignorancia más que de la lectura, el pensamiento o, mucho menos, el rigor. Decir, por ejemplo, que las “editoriales independientes” son interesantes de por sí es un fácil detonante, un botoncito generador de contenido tan bueno como puede serlo cualquier otra generalización.
La editorial 451, por ejemplo, es española y la distribución de sus libros en el país fue recibida, en ciertos espacios de la capital, con una efusividad refleja y muchas veces ingenua.
(Nos estamos salteando el problema, la eficaz pero frágil carátula del término independiente, utilizada con desatino muchas veces para equiparar un proyecto como puede ser VOX, con otro extranjero y bien distinto como el de Tusquets, Acantilado, Anagrama o la misma 451, autoproclamadas independientes pero con una diferencia abismal en cuanto a sus recursos y apuestas, entre otras varias diferencias. Largo etcétera.)
*Una novela de una festejada nueva editorial.
Entonces, el libro.
“Un cajón conservaba docenas de recortes dedicados a la Casa que repetían una y otra vez la manida y proverbial ‘escultura habitable’”, se lee en Casa, tercer libro del peruano Enrique Prochazka que, según anuncia la contratapa, fue nombrada “la mejor novela del año 2004” en su país. Los recortes son periodísticos: un personaje busca saber quién es, en principio, a partir de lo qué dicen de él y de su obra los diarios y las revistas. El detonante de la novela es un golpe, un hombre que cae y nota que ha perdido la memoria de los últimos quince años. Prochazka no elige un personaje simple, sino a un “genio loco”; Hal es un reconocido arquitecto, tan famoso como ermitaño, que ha construido su propia casa de una manera original y exótica. El lugar se intuye como un Frankestein posmoderno, mientras las primeras páginas prometen un descubrimiento detectivesco, de estilo inglés intelectual, en el que, más que pedir testimonios para reconstituir su identidad, el personaje busca con un énfasis que irá colmando cada página, leer los símbolos de su obra; los indicios que él mismo ha construido en su pasado.
Hasta acá, todo parece ir bien. Pero en seguida el autor elige despegarse del riesgo posible y tomar, en cambio, el camino de la pretensión intelectual, del despliegue de citas cultas y de ciertos clichés de la sofisticación y de lo que se supone complejo.
La redundacia como efecto de la estupidez
Enrique Prochazka toma el tópico del doble; cada vez que se refiere a sí mismo, Hal habla de un “Alguien”. “Apareció la mañana colorida, que hinchándose como una burbuja parecía huir del ciego y ya inútil alfabeto de mil toneladas que Alguien y su erróneo dios habían inventado”. También su hija adolescente funciona como espejo de su esposa muerta; lo sabemos porque suele reiterarlo en varios pasajes.
Mientras el personaje recorre la casa buscando esos raros efectos que él como arquitecto a diseñado, observa con distancia el movimiento de sus hijos y de un mayordomo atildado que por momentos recuerda al simpático e irónico personaje de Batman. Pero en busca de todos los recovecos, los juegos de ángulos y espectros ópticos que el diseño arquitectónico de su hogar le ofrece, Hal encuentra “el centro” y la novela da un vuelco. En ese reducto blanco y hermético, el personaje recuerda algunas cosas de su vida, pero también lee obras de antropología en las que se afirma, por ejemplo, que en ciertas tribus, ante la escacez poblacional, se concebía un sororato (es decir, una forma de incesto), “donde la hija, no la hermana, era la igual a la madre”. Ese subrayado, innecesario como todo subrayado, sobre la tensión erótica entre Hal y su hija no es el único.
Cada capítulo está precedido por citas a distintos autores. La frase de Levy Strauss sobre el incesto es tan obvia en esta novela como la de Borges: “¡Oh, dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”. A medida que se avanza, entre teorías del arte, antropológicas y filosóficas que no complejizan la experiencia literaria ni la cosmovisión del personaje sino que desarticulan y desinflan la intensidad narrativa, la novela se vuelve un cúmulo de pretensiosas abstracciones que diluyen el interés del comienzo. Laberintos, mitología griega, poemas que escribió el arquitecto -“se dispuso a leer con atención y pausadamente su propia obra maestra, sin perder de vista que ella era efecto no del talento, sino del horror moral e intelectual”-, el recuerdo de una confusa iniciación del protagonista junto a un indígena australiano al que llama “el Gran Hombre”, y diversas consideraciones teológicas que terminan por crear una novela de nula densidad, en la que se descubre, sin las vueltas que ya se le han dado desde lo paródico, la gran influencia, tardía, de Borges.
Literatura arcaica
¿Qué propone hoy una literatura que adopta a Borges desde la llana reescritura, desde el solemne homenaje? Es sabido que los best sellers tienen la sana intención de enseñarle cosas al lector sobre distintos tópicos, y que eso los vuelve interesantes agentes culturales. Pero no parece ser éste el objetivo del autor; por el contrario, concibe un arcaico proyecto literario, una literatura frívolamente “seria” y “profunda”. Prochazka parece querer hablar de cosas importantes, inteligentísimas y complicadas, que luzcan escritas con resaltador amarillo fluo.
No es una desviación del narrador si no parte de su estrategia, dejar de lado otros potenciales nudos narrativos, como por ejemplo el reencuentro de ese hombre con una familia a la que le no hablaba desde hace años, entre otros.
Enciclopédica y cosmopolita
La ambición de concebir una novela enciclopédica y cosmopolita es visible desde el vamos, a partir de los nombres de los personajes, “Hal” (alguien me dice que puede hacer referencia al crítico norteamericano Hal Foster), “Anna”, “Aleister”, “Señor Clarke”, todos de tono foráneo o que no suenan precisamente ni peruanos ni latinoamericanos, y también en las nulas referencias a una sociedad, lugar y tiempo determinados. Casa parece traslucir esa ideología de best seller literario de calidad –un estilo que tiene copyright en, precisamente, sellos “independientes” europeos-; de literatura “fina” de exportación, que se pretende para lectores “inteligentes” de cualquier parte del mundo. Pero en ese propósito Casa termina siendo algo ezquizofrénica: en este contexto, no puede extraerse de la redundancia otro efecto de lectura que no sea la subestimación del lector. Y al mismo tiempo, las numerosísimas referencias a artistas disímiles –desde Le Corbusier al escritor Sebald- parecen buscar engolosinar a ese lector con cierta idea de cultura para que se intuya compartida.
Esta combinación hace que Casa sea una obra difusa, que no termina de hablar ni del mundo, ni de la representación, ni de la filosofía, ni de sus propios personajes de manera convincente; y que termine sumando a una larga lista de libros falsamente inteligentes.
1 comentario:
¡usted engalana la revista!
Y esperamos la segunda parte. :)
Saludísimos (x 2) desde la ciudad del calorrr.
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