"La fantasía del gringo rústico de campo"

Ayer se publicó en la revista Ñ, este texto que escribí, sobre Heinze, durante la semana. Comparto el espacio con geniales escritoras, teníamos derecho a elegir a nuestro jugador, para hablar de lo que inspiran desde su anatomía, actitud y demás. Preferí no hablar más de Tévez -y por suerte escribió sobre él Gabriela Saidón -sino de quién, bella coincidencia, hizo un gol ayer. El primero de la selección en el Mundial.

Madurez, frescura y experiencia
Por Sonia Budassi

Gabriel Heinze no es de los niños casi adolescentes de la Selección, esos púberes tardíos llenos de hormonas estandarizadas por la edad. Preciosa mezcla de madurez, frescura y una experiencia que no lo pone del lado del que "está de vuelta", sino de una entusiasmada seguridad, cumplió, ariano, perfectos 32 años en abril.
Su primer nombre, Gabriel, es nombre de Arcángel, y de uno protagónico, importantísimo en términos cristianos. Pero el segundo es Iván, de raíces rusas e inevitable asociación directa al sádico zar, apodado "El terrible". Esa combinación es su oxímoron: en su nombre ya se leen las grietas de una provocativa perversión.
Lo busco en Facebook y descubro el grupo "para que Gabriel Heinze no esté en la Selección". Pero se sabe que el desaire es hijo de la envidia. Una boca generosamente delimitada, contundente, compite con el resto de sus rasgos en el que cada elemento tiene un peso fuerte: los pómulos pronunciados, las cejas tupidas, los ojos –repito los ojos– cristalinos, hipnóticos, luminosos, atrapantes. No es una armonía dócil.
Una amiga dice que los rubios no le gustan porque son insulsos. Que no le transmiten nada. Estoy segura de que nunca vio a Gabriel y sí a esos metrosexuales andróginos sin sangre tipo Beckham. La belleza de Heinze es demasiado viril. Quizá por eso molesta a los hombres. Hay otro dato relevante en la biografía del rubio: es entrerriano. De un pueblo llamado Crespo. Es imposible, entonces, resistirse a la fantasía del gringo rústico de campo. Sus mechones dorados, a veces en cortes urbanos, de conductor de transporte público, incitan otra vez un cruce que estalla en el desborde, cuando lo ves gritando, porque grita, patea, pelea feroz, en todos los partidos. Es un arcángel guerrero en la cancha y, siempre, un mix perfecto del estereotipo proletario, menos urbano que rural. El colectivero esmerado y el paisano hijo de inmigrante. La última vez que lo vi usaba jeans anchos, como pinzados: bombachas de campo urbanizadas. Gabriel Iván es el tractorista que habría aprobado el casting de aquel videoclip, Crazy, de Aerosmith. El que, transpirado, se acerca con esa mirada brava y dulce a la vez, y te lleva hasta el galpón para mostrarte la lana grasosa de las ovejas que acaba de esquilar. El que, galán macho, rústico adiestrado, te ofrece un mate gentil, y te ayuda, dándote la mano de un brazo fuerte, hipermusculoso, a subir a la cosechadora. El que, después, muestra ese otro costado, salvaje, sin tantos modales, que emerge cuando quiere pegar y grita como un puma, caliente, en un partido, aunque, ahora, en la película, sus gestos son sólo para vos y manifiestan la precisa actuación de una perversa caballerosidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No se puede añadir nada ni decir mejor.
Grande! ;-))

Anónimo dijo...

que huevos tenes sonia.
Que buen texto! no me habia detenido en este tipo, pero escribis tan bien como en Los domingos son para dormir.
te felicito, chica talentosa!
J.

Agustina dijo...

Me encanta!!! y Me transporta en cada frase, Felicitaciones :)

PD: Mis amigas dicen lo mismo de los rubios, pero como todo, es relativo y subjetivo!

Saludos y Éxitoss!!