Mi fracasito decía una cosa maomeno así:
Por los libros vergonzantes
Muchos creen que las bibliotecas son snobs; en una época se vendían estantes con falsos lomos de libros. Muchos propietarios desean, en el fondo, que los títulos expuestos funcionen como símbolos de sí mismos; elegantes metonimias de su personalidad; una forma implícita de provocar en los invitados comentarios como, “¡Pero qué culto es, con todos esos libros que tiene!”. Pero como en todo diagnóstico a partir de elementos aislados, hay altas probabilidades de que el resultado sea un fiasco. Si uno puede estar seguro de que pocas personas han leído (no hablo ni siquiera de leer bien) todos los libros que exhiben, esto corre tanto para las obras maestras como para los recetarios de cocina. La biblioteca, como mueble elocuente, está sobrevalorada.
Revolviendo usados en una librería de Avenida de Mayo, encuentro Cuando los hijos buenos hacen cosas malas de Katherine Levine. Me pongo a ojearlo enseguida: una obra fascinante por sólo tres pesos. Si las bibliotecas obligan a la convivencia de obras diversas, en el extremo de esta promiscuidad saludable siempre habrá un sector de libros que muchos consideran “vergonzantes”. No me voy a meter con los que son complicados ideológicamente. Algunos pueden esconder El alquimista, el tomo de algún famoso poeta revolucionario converso al oportunismo, las obras completas de alguna trágica poetisa o, yendo al prejuicio de género, cualquier título de autoayuda como éste. (No sé por qué Ludovica Squirru siempre tendrá más estatus que Horangel; y alguien me dice “¿por qué Horagel no tiene prestigio y el I-Ching sí? ¿Por el prólogo de Borges y la edición cara?”). De mi nuevo ejemplar usado puedo decir que tiene diálogos maravillosos y capítulos ridículos como Batalla de bikinis; Niños malos: cómo reconocerlos o el más simpático Elegancia satánica. Es un buen libro de consulta, que se mete con un tema de manera radical, imprevisiblemente humorístico. Sin ni siquiera recurrir al kitsch y al camp, obras como éstas resultan, simplemente, un hallazgo un poco raro.
Revolviendo usados en una librería de Avenida de Mayo, encuentro Cuando los hijos buenos hacen cosas malas de Katherine Levine. Me pongo a ojearlo enseguida: una obra fascinante por sólo tres pesos. Si las bibliotecas obligan a la convivencia de obras diversas, en el extremo de esta promiscuidad saludable siempre habrá un sector de libros que muchos consideran “vergonzantes”. No me voy a meter con los que son complicados ideológicamente. Algunos pueden esconder El alquimista, el tomo de algún famoso poeta revolucionario converso al oportunismo, las obras completas de alguna trágica poetisa o, yendo al prejuicio de género, cualquier título de autoayuda como éste. (No sé por qué Ludovica Squirru siempre tendrá más estatus que Horangel; y alguien me dice “¿por qué Horagel no tiene prestigio y el I-Ching sí? ¿Por el prólogo de Borges y la edición cara?”). De mi nuevo ejemplar usado puedo decir que tiene diálogos maravillosos y capítulos ridículos como Batalla de bikinis; Niños malos: cómo reconocerlos o el más simpático Elegancia satánica. Es un buen libro de consulta, que se mete con un tema de manera radical, imprevisiblemente humorístico. Sin ni siquiera recurrir al kitsch y al camp, obras como éstas resultan, simplemente, un hallazgo un poco raro.
3 comentarios:
fiajte que los nuevos ricos de los 90 llenaron su biblioteca nuevita con tomos de la coleccion clarin!.
o por lo menos eso vi en varias casas de amigxs.
saludetes!
...un amigo de infancia tenía una bilbioteca de falsos lomos. pero la había hecho él mismo, con lomos de libros comprados en saldos (!)...
...a mi también me dieron ganas de comprar "Cuando los hijos buenos hacen cosas malas". parece una obra fascinante...
jajajaja, muy bueno!
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