Para Ñ escribí sobre un Salinger vivo, mi hermana no leyó Salinger y no entendió, la consigna era tremenda y el ex senador leyó todo

La consigna desde el vamos era un poco complicada, pero como nos gustan los desafíos, aunque después nos avergüencen los resultados, dijimos que sí.
"una carta a salinger, o una escena de ficción con él, o un diálogo, o una reescritura en miniatura de un libro de él", pidieron.
Como siempre asumimos que las consignas están ahí para que juguemos con ellas (la adrenalina de "ver si pasa"), me mini colgué con un personaje, el tan conocido del Guardián entre el centeno (y sus multiples traducciones).
Mi hermana lo leyó y me dijo que no entendió nada (no porque me haya hecho la sofisticada; es que nunca leyó Salinger). Lo más extraño es que el ex señador que lee lo leyó y después por eso me citó. (¡¡¡!!!)
Era esto:
El eterno retorno de Holden Caufield
"Elina G tenía nombre de señora, de vieja decían, y era tan particular que bordeaba el cliché de las películas más previsibles del cine yanqui: aquellas que toman el tópico universal de la lucha entre adolescentes lindos y adolescentes feos, y que suelen volverse una apología de la discriminación. Elina G era “gordita”, usaba lentes y el pelo carré muy lacio, tartamudeaba, y era amiga de la chica más odiada del curso, acusada con justicia de “cufa”, “chupamedias” y “buchona”. Pero Elina no tenía el carácter de su amiga, tampoco sacaba tan buenas notas y se vestía bastante peor que el promedio. En el viaje de egresados, Elina lloraba porque extrañaba su casa. La noticia trascendió. Los varones del curso se organizaron: pusieron un encendedor sobre el pulverizador de un desodorante y armaron un lanzallamas casero. Accionaron sobre el picaporte de la habitación de Elina G. El objetivo, creo, era que la amiga de Elina se quemara la mano, pero ella no fue la primera que entró. No todos éramos tan especiales como ella pero sí nos sentíamos valientes y tremendos, salidos de una historia leve, un poco triste, sobrevivientes de un drama gris como Holden Caufield, moviéndonos en un punto medio que oscilaba entre la adaptación mínima y la frustración constante, creyéndonos proyecciones vitales, únicas, de ese personaje que hoy podría ser nuestro abuelo pero que reaparece en cualquier colegio público o privado, de generación en generación."
(publicado en la revista Ñ, después de la muerte de Salinger)

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