La noche de los museos

Museo de Arte Popular José Hernández (Avenida Libertador 2373) los escritores Sonia Budassi y Leonardo Oyola leerán su obra con la musicalización de Marcelo Ezquiaga.
21 hs!
Acá todas las actividades, van a leer muchas escritoras que me encantan

Antes de la muerte de un toro

Publicado en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino (en la web la foto no se ve completa :( ) (pobre bicho che)


Cada vez que un león come a un hombre en la ficción, una preadolescente encuentra una edición amarilla de la colección Robin Hood en un rincón de su casa. El ejemplar pertenece a la madre. La niña no leerá sus páginas, pero admirará las pocas hojas con ilustraciones en blanco y negro. No pensará en aquella época en que no existía Internet. Valorará que los diarios impresos no eran multicolor. Un libro con dibujos monocromo es atractivo. Los diseñadores, hoy, aman el recurso. 
La mosca camina sobre el piso de madera plastificado. Está atontada y lo atribuimos al frío. El enfrentamiento es sin dudas desigual. Hombre contra bicho. El momento previo a la acción y reacción es el más interesante. Lo anti “media res” que se enseña en los talleres de guión. Arrancar las alas de una mosca entre amigas de cinco años puede ser un ritual de iniciación no buscado. Pero con los toros la historia empezó hace tiempo: ilustrar el pasaje del niño al adulto de manera oficial. Hay un momento previo, entonces. ¿Los leones comen personas y magnifican la venganza del mundo animal? ¿El hombre se venga del toro? La mirada que precede la lucha juzga la prolijidad de la muerte, que es segura, del toro bravo: si llega cansado y golpeado, el torero no será aplaudido. La muerte limpia cotiza más. ¿Imagina la chica argentina que por cada libro amarillo de páginas amarillas que abre sólo para ver los dibujos que ahora son retro, monocromáticos, el soplido fuerte de un toro escapa de su nariz por última vez, en otra parte del mundo, donde la sentencia mortal está prefijada, desde la Edad Media, hasta hoy y que el corazón del torero asustado puede verse en la fotografía y no desde los palcos? No sé si esa información contribuiría a la belleza del mundo.
armamos una pequeña REDACCIÓN DE RESEÑAS Y ARTÍCULOS
PROYECTO COLECTIVO TAN HUMULDE COMO PODEROSO
escrito por periodistas y emprendedores de nuestra bella cultura
que UD quizás, 
debiera conocer.
Ya hay un texto de Ximena Tordini sobre un libro de Ignacio Molina
con pasajes tan lindos como éste:

"Los relatos que integran En los márgenes recuerdan a esos mapas que hacíamos en la escuela primaria. Primero el mapa político comprado en la librería del barrio, encima, pegado sobre el margen izquierdo, un copia en papel de calcar en la que coloreábamos los cuatro climas o los principales ríos. El mapa comprado no era el territorio, y el mapa traslúcido que le superponíamos hacía dialogar nuestro propio trazo con el territorio nacional. En los márgenes exhibe un gesto similar, en el que dos modos de realidadficción se encuentran: el registro que se presenta como autobiográfico y una edición literaria en la que apenas cambian los nombres propios y se eliminan los comentarios de los seguidores del blog."

Hazte fan de dicho blog!

Se publicó bazar americano. Aquí mesmo, la reseña que escribí sobre el libro Bellas Artes del compatriota Luis Sagasti!

Bellas Artes, de Luis Sagasti, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011
“Por los espejitos de nieve que cuelgan de los árboles pasa como ráfaga la cara de Beuys, deshecha entre la tierra. Los espejos de nieve como pequeñísimos haikus perfectos”.

El narrador de Bellas Artes, de Luis Sagasti, afirma que Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, puede leerse de varias formas: como “la alucinación de un herido de guerra, desvaríos de un ex combatiente viejo, o una historia de ciencia ficción autobiográfica”.
Una hipótesis de lectura multiforme – sobre un texto híbrido- podría arriesgarse sobre la propia novela Sagasti. Porque el libro adquiere, por momentos, el tono de una fábula para niños tan tierna como truculenta. Por otros, puede leerse como un trazo que toma el gesto de un Imago Mundi que tensa lo extemporáneo y lo actual. Y, de ese modo, Bellas Artes plantea la posibilidad de un efecto universal: poner en evidencia el conflicto entre lenguaje y mundo.
La novela regala, además, un tratado de estética con el foco puesto, en especial, en el proceso creativo motorizado por el dolor, la experiencia o el azar. En este sentido, hay una preocupación centrada en la búsqueda más que en el resultado, aunque estos no se omitan. Se comenta El Principito de Saint Exupery, y el momento de su muerte, responsabilidad del aviador Host Rippert. Se describen los bocetos que dibujaba el escritor, pero también los del militar culpable. Se cuentan las performances del artista Beuys y cómo sobrevivió, luego de una batalla, gracias a los tártaros y al chamán de la tribu que leía constelaciones.

copa américa

"ARGENTINO: marea roja, perdon pero mis papis no me dejan hablar con personas que sean de paises que nunca ganaron la copa america ni mundiales, solo hablo con brasileros y uruguayos, con ellos si nos podemos gastar y divertirnos, con vos me aburro"
Fuente: Diario Olé

Mi declaración elegida del día pertenece al loco Abreu en el marco de conferencia de prensa en que le preguntan como jugar con Argentina:

Periodista: -¿Y qué habría que hacer con Messi?
Abreu:- ¡Carnearlo!

La incomodidad como contracara del asombro

Copio algunas notas desprolijas que me sirvieron de base para presentar el libro de cuentos En los márgenes, de Ignacio Molina. Editorial 17 grises.
Cuando empecé En los márgenes de Ignacio Molina me dio tal entusiasmo, que cuando me puse a releerla, con las partes marcadas incluidas, me dije: uy, cómo hago, en la presentación me van a dar ganas de leerles todo el libro!
Así que, y también teniendo en cuenta los críticos que nos acompañan en esta mesa, voy a compartir con uds algunas notas sobre los tópicos y climas –porque en la literatura de Molina hay historias, personajes, pero también texturas y climas intensos- que fui apuntando durante la lectura, dejando mil cosas afuera.

1) El sentido común
En los 90 tuve la suerte o la desgracia de hacer uno de esos cursos de “control mental”, que daba consejos sobre cómo relajarse cuando tenés la cabeza muy acelerada, o te cuesta dormir. Una sugerencia, que todos los que íbamos confesabamos hacer, por sentido común, era lo de imaginar, para combatir el insomnio, un lugar bello y tranquilo. ¿Vos qué lugar imaginarías?
una Playa paradisíaca, un arroyo de aguas transparentes y tranquilas, un atardecer
Pero en el universo de molina, o de medina, el narrador de este libro, las cosas tienen otro valor, y suelen ser encantadoramente distintas al sentido común:
Leemos:
“Como hago siempre que no puedo dormir, traté de pensar en lugares tranquilos a esa hora de la noche. Por ejemplo: la cancha de básquet del club Napostá, una esquina desierta de la Paternal”.
Lo que atraviesa el libro es una mirada propia, distinta, sobre tópicos que nos resultan familiares. Sin efectismos, el libro de Ignacio logra quebrar nuestras expectativas sobre pequeñas cosas, rutinas, eventos cotidianos que podríamos haber vivido, en cualquier ciudad, cualquiera de nosotros.

2) El tiempo:
El paso del tiempo es quizá el núcleo o conflicto de este libro. A veces pareciera que En los márgenes es un texto de iniciación al cuadrado: hay pasajes del viaje iniciático del adolescente a Buenos Aires. Y después, el siguiente cimbronazo, es el de la adaptación al mundo del trabajo, de las responsabilidades familiares, de la paternidad, sobre todo eso: el paso de además de hijo, padre. La pregunta de la pareja del narrador que se va reiterando: ¿Como te ves siendo padre?
Por un lado, entonces, estos ciclos narrativos, a veces se condicen con ciclos vitales, y son definidos por estas experiencias de vida muy fuertes. Por otro lado, en estos ciclos intervienen también las marcas temporales propias del autor, desviadas, personalísimas. Como, por ejemplo. cuando antes de contar una acción, fija el momento histórico:

“Anoche, después del partido de Olimpo...”
Entonces, la marca temporal es una marca personal. Hay un tiempo biográfico propio pero es como si las estaciones existieran al interior de Molina: y esto no lo convierte en un narrador aislado sino que, por el contrario, vive integrado y susceptible al entorno, vive observando y cuestionando. Es más, podría decir que está incrustado, y problematiza desde ese lugar. Esto le brinda al texto dinamismo en el que, por ejemplo, salir a hacer las compras al supermercado chino, pueda llegar a ser una auténtica aventura, aunque esté contado con el estilo Molina: un tono austero, claro, preciso.
3) La trama:
Para no anticipar demasiado lo que Uds seguro leerán en breve –porque además ser un spoiler está mal- sólo voy a contarles un aspecto del maravilloso mundo medina. En este caso, me gustaría que vean en qué pueden consistir algunos climax, es decir ese momento intenso que la narrativa clásica hace coincidir con la resolución de grandes peripecias, como cuando un protagonista boxeador gana una pelea, o el asesino malvadísimo es capturado por un carismático justiciero. En el mundo molina, el clímax puede darse en una escena, como por ejemplo, aquella en la que
está con su bebé en la casa de unos parientes, que parecen lejanos, en Avellaneda. Él y su mujer los visitan para que conozcan al bebé.
Es domingo, está presente esa modorra de la sobremesa con calor después del asado y de haber tomado algo de vino. Y, en un momento arranca esta conversación, que si hubiera sido escrita por otro narrador podría calificarse de trivial:

“Cuando se enteró de que yo era de Bahía Blanca, Ovidio dejó pasar unos segundos y me dijo que él conocía a una mujer que tenía un hermano que había jugado muchos años en Olimpo pero que ahora no podía recordar su apellido”.

Finalmente, el primo recuerda el apellido: Oviedo.
El narrador cree que se trata de un histórico jugador de los 80, pero no pueden comprobarlo si no saben el nombre.
“Ahora el problema lo tenía yo: con el nombre de pila podría llegar la confirmación definitiva de que nos estábamos refiriendo a la misma persona.”
Va cayendo la tarde, el bebé del narrador despierta llorando en una habitación, y el padre va a buscarlo: lo que sigue es uno de los tantos pasajes casi místicos que encontramos en el libro. Y un ejemplo más que ilustrativo de los tipos de climax del relato, y de los descubrimientos geniales que mueven la trama:
“Mientras caminaba al interior de la casa, tuve una especie de iluminación. Lentamente, como pidiendo permiso, vino a mi cabeza una música con sonido de AM que, durante casi veinte años, había estado durmiendo en un lugar recóndito de mi memoria: “Raúl Daniel Schmidt, José Ramón Palacio, Manuel Cheiles, Alfredo Aquiles Oviedo”...y casi al trote fui a alzar al bebé para volver sobre mis pasos.
-¡Alfredo Aquiles! Dije a los gritos, sin miedo al ridículo, cuando volvimos al fondo.

4) Cuestiones de clase y cuestiones de edad.
Como en otros textos de Molina, en los margenes pone el foco en lo cotidiano, hasta configurar una verdadera épica de las costumbres. Entre lo doméstico y los social, los escenarios, paradójicamente, le van a parecer al lector tan cercanos como extraños.
Lo que circula –y es troncal- es la sensación de extrañeza de quien no da nada por supuesto, ni siquiera el recuerdo evocado mil veces, pero, sobre todo, la rareza ante lo conocido está dada por que volvemos a verlo a través de un lente de un hiperobservador.
Esto crea dos fuerzas en pugna pero complementarias: Por un lado, esa extrañeza nos habla de la incomodidad del narrador con el mundo, y eso es, al mismo tiempo, lo que nos permite experimentar la maravilla que por tan notable y expuesta, se vuelve invisible hasta que Molina las rescata para nosotros a través de estas historias.
Asi sucede en las siempre distintas escenas que ocurren entre los padres e hijos, o entre madres y madres e hijos, entre adolescentes y ancianos en las plazas; y también en los colectivos urbanos, o en los espacios comunes de los edificios.

Y si a veces el narrador se torna crítico con quienes son y no son a la vez de su misma clase, también es crítico consigo mismo como en esta escena en que se ve una pelea leve entre vecinos en la pileta común de un edificio. Molina concluye:
“Familias de clase media (profesionales, pequeños empresarios, comerciantes o empleados con sueldos bastante más altos que el mío) que cuidan con extremo celo ese lujo clorizado y enlajado que, deben suponer, les otorga algo más que alivio pasajero ante el calor de la ciudad”.
Otra vez, la incomodidad. Pero a ver...Medina no salió de un repollo, ni vide dentro de un raviol. Podemos arriesgar que Medina pertenece a la clase media, que es padre, que forma parte de una generación. Pero estas categorías no implican su aceptación absoluta ni significa que él encaje del todo: esto no lo vuelve un renegado, porque precisamente sobre estas grietas, en este corrimiento, Molina construye literatura.

El cruce que decía, entonces, es todavía más complejo. Porque el narrador es impudoroso cuando mira a sus semejantes en sus acciones públicas o cuando se expone en público una dinámica familiar o tribal, ya sea en las plazas, o en supermercados chinos.
Hay una de tantas escenas que ocurren en un colectivo en la que cuenta que la mayoría de los pasajeros se hacen los desentendidos a la hora de ver a su mujer embarazada y cederle el lugar.
“-A ver si alguien le da el asiento a la señora de verde, que está embarazada- pidió a los gritos, y yo, aunque me sentí bastante contrariado con el término “señora”, tuve que girar el cuello para agradecerle con la mirada.” (más adelante, sutilmente, también se va a incomodar cuando un chico le dice “señor” a él)

4) El extrañamiento como ars poética

Y esa descolocación, sensación de extrañamiento, también está puesta de manera concreta sobre la representación. Pareciera que siempre hay un velo sobre lo real, una bruma de indefinición, un signo de pregunta:
“Por la noche, pasan las últimas imágenes del concierto de una orquesta sinfónica en el Monumento a los Españoles. Por la ventana puedo ver los fuegos artificiales en la pantalla reflejada por el vidrio, y, en simultaneo, esos mismos fuegos coloreando el horizonte” .
Intento de robo a la vuelta de la casa “Un móvil transmitía en vivo desde el lugar de los hechos. A través de la cámara el barrio se veía diferente al que yo podía ver desde la ventana, como si fuera el recorte amplificado de lo que es en realidad. Hasta los detalles más familiares se veían distorsionados”
Esa pequeña distorsión aparece en el propio texto. Y acá emerge otro aspecto de En los márgenes: por debajo nos sólo nos plantea la idea del mundo, sino un ars poética, un sutil programa estético.
Y con respecto a esto me gustaría subrayar que en este libro, la incomodidad con el mundo es la contracara del asombro. Y eso es lo que hace que el libro sea atrapante, que no se pueda dejar de leer, que nos divierta, y que nos emocione como sucede con el extenso relato de la paternidad, pero también cuando se narran torpezas de la infancia. E, incluso cuando se señalan cuestiones de la vida, que por evidentes y naturales no dejan de ser crueles:
En el cuento “Un padre de familia sin auto” se lee:
"1998
Una tarde de la semana en que cumplo veintidós años, encerrado a oscuras en mi cuarto con un ataque de migraña, tengo, por primera vez, una revelación que incentiva el dolor: la juventud no es infinita, algún día voy a ser viejo."

Para ir terminando quería decir que además de ser un libro sobre el paso del tiempo, todo está narrado desde una cercanía que busca afianzar una relación de amistad con el lector, sin hacer ningún tipo de concesión. Y a tal punto propone esta relación que, incluso, como un amigo, nos quiere hacer pensar, pero también sonreir y pasar un buen momento, y revelaciones importantes: propone incluso una teoría acertadísima de Bahía Blanca como ciudad tímida, y cómo esto se vincula con el fracaso de sus selecciones de básquet en la Liga Nacional. También hay una reivindicación que en lo personal disfruté mucho–la leí y pensé: claro, los porteños tenían 6 canales de televisión cuando nosotros apenas dos, y que transmiten pocas horas, algo que en la infancia envidiabamos mucho- pero gracias al texto de Molina no sólo me di cuenta de que los porteños no tenían semillitas de girasoles, sino que además, descubrí la relación de este simpático alimento con una forma de hacer literatura.


La verdad uno tiene pocas oportunidades de hacerse amigos, y mucho más, de que un texto nos llegue tanto y nos proponga esta sincera relación de amistad como hace En los márgenes. Y este, quizá, sea uno de los tantos hallazgos del libro.

hoy presentamos el libro de Ignacio Molina "En los márgenes"


un libro tan lindo
se presentan otros dos, que todavía no leí
¡Viva!
Iupi
qué bueno che

Como hago siempre que no puedo dormir, traté de pensar en lugares tranquilos a esa hora de la noche. Por ejemplo: la cancha de de básquet de napostá, la cima de cierra de la ventana (...) una esquina desierta de la Paternal.”




"Viveza criolla personificada"

Columna publicada en la revista El Guardián de esta semana.

*Tevez tiene el aspecto magnético de un chico haciendo travesuras. Me llamó la atención, a nivel estético, la manera particular que tenía de correr, una ferocidad suprahumana: la “garra” como atributo lugar común que siempre aparece junto a su nombre. Hiperbólico en cada acto (si sonríe, si se enoja, si declara, si patea), se distingue de todo el resto. Es la personificación del estigma de la viveza criolla en la cancha, aunque a veces salga mal y le valga alguna roja. Se le atribuye una chispa espontánea que implica pequeños arranques de irracionalidad que cada tanto juegan en contra (y en la pequeña caída el hincha, raramente, no condena: justifica, porque Tevez genera perfecta identificación). “Jugador del pueblo”, “pibe de barrio” supone el efecto “como vos o como yo” aunque la estrella tenga, porque es estrella, una vida tan distinta al resto de los mortales. La dualidad “pibe de barrio”- “producto de mercado” está plagada de sentidos. Tevez encarna la compleja leyenda del mito del ascenso social. Dueño de tremendo carisma, tiene el don de ser un sobreadaptado. Goza, además, de esa capacidad para convertir sus gustos en una marca que representa cierto “ser nacional”: el asado, la cumbia, la pelota. Puede hacer dinero con eso. Como imagen de Nike hace un poco de ruido; el estigma de la pobreza procesado y vuelto heroicismo marketinero que usa una empresa globalizada. Ezequiel Alemián escribió en su Diario del Mundial (ByF;2006) con respecto a Maradona: “Es una persona respetuosa de las palabras. Las palabras que usa Maradona son como las que usan esos pocos tipos diferentes, con un talento cualitativamente distinto: no importa a qué se hayan dedicado. Usan palabras que coinciden con cosas”. Tévez, heredero atemperado de la tradición maradoniana, comparte algo de eso: una relación privilegiada, aunque a veces espontánea y otras conciente, con significante y significado. Y también con los medios, con su gente, con el fútbol, y el amor fanatismo genuino de todos los demás.

daremos un taller aquí. En el flyer léase un correo al que solicitar más información

Dije que "El periodismo, como la literatura, alimenta un ansia egomaníaca"

Gracias a Jimena Arnolfi, autora de la nota para Miradas al sur, en la que me pregunta, sobre todo, por mi libro de cuentos Periodismo, editado por 17 Grises.

Entrevista a Sonia Budassi, autora de un libro de relatos que da cuenta de la profesión


¿De qué hablamos cuando decimos “la redacción”? ¿Sabías que alguien escribe las notas anónimas en los diarios? ¿Qué es un buen periodista? ¿Se puede llorar en los baños por miedo a perder el trabajo? ¿Tenés baño en tu trabajo? ¿“Esclavita” es un apodo simpático para la nueva o expone una nueva forma de ver el Trabajo?”, escribe Lucas Funes Oliveira en la contratapa de Periodismo (17grises Editora) el nuevo libro de ficción de Sonia Budassi. Escritora y periodista oriunda de Bahía Blanca, Budassi también es editora del sello independiente de narrativa Tamarisco. Su primer libro publicado fue uno de cuentos, Los domingos son para dormir, después llegaron los libros de crónicas de no ficción, Mujeres de Dios y Apache. En busca de Carlos Tévez. Periodismo empieza con el relato de una chica que llega a la ciudad para estudiar Comunicación y consigue una pasantía para trabajar en Telenoche junto a Mónica y César. Desolación. “El periodismo, como la literatura, alimenta un ansia egomaníaca, de divismo, de buscar fama, de practicar la autocelebración. Tenemos que estar atentos a esto todo el tiempo que entregamos una nota, una reseña, una entrevista: es riesgoso”, dice Budassi.


–¿Periodismo fue inspirado en una pasantía real?

–Es ficción, pero hay muchas cosas, obviamente no todas, que sí sucedieron durante mi pasantía en Telenoche. La regla era la desidia sostenida en la repetición de fórmulas que funcionan, y un cinismo y una subestimación de lo que ellos llamaban “la gente” aterradores. A mí me sirvió para saber que la producción de televisión no tenía nada que ver conmigo ni con lo que me interesaba. En aquel momento tenía muy idealizada la profesión, al punto de creer que, en la práctica, todo era inmaculado. Yo estaba más vinculada a los libros, y mi realidad pasaba por ahí. A pesar de que sabía que quería escribir sobre literatura, fue un shock muy fuerte porque creía que en esos espacios se podía contribuir a la construcción de la responsabilidad cívica, a comprender más al otro, y todas esas cosas que se pueden hacer desde los relatos mediáticos, sobre todo en este caso, en que el programa tenía un alcance masivo. Ahora se que todo es más complejo. Conocí a muchos buenos periodistas, y vi que la práctica del periodismo está atravesada por tensiones e intereses, por pasiones y preocupaciones éticas, por miserias y hallazgos.


–¿Qué mirada tenés respecto del sistema de pasantías?

–Son positivas en muchos casos, porque aunque te hagan hacer café, uno puede aprender cosas. Pero como en general la tarea del pasante no está objetivada, lo productivo de la experiencia está supeditado a que te toquen compañeros y jefes generosos, que les guste lo que hacen, que sean buenos en lo que hacen… si eso no pasa, bueno, puede llegar a ser desde aburrido hasta horripilante. Desde una perspectiva temporal, cuando se devaluan los salarios de los periodistas después de los años ’90, las empresas gustan de extender pasantías, o más bien, de pagar como si fueran pasantías a periodistas ya formados y que han hecho su experiencia. Hay pasantías perpetuas, se desvirtúa la expresión, y ya no responde al espíritu original que es el de tener primeras experiencias profesionales. Ante el miedo de quedarse sin trabajo, de no poder progresar en “lo que nos gusta” –una idea muy burguesa, como el periodismo– muchos lo toleran porque no les queda otra. También sucede que finalmente, sólo pueden soportar esos regímenes quienes tienen un ingreso económico por fuera del trabajo. El periodismo, de a poco, se va convirtiendo en un oficio para gente que tiene otras fuentes de dinero y lo practica por pura diversión. También muchos compran ese discurso de las empresas del tipo: “Tenés el privilegio de firmar –palabra clave– y de escribir acá”, la famosa retribución simbólica que alimenta el ego, las ansias de figuración, aunque no se pueda llegar a fin de mes.


–¿Qué le pasa a tu personaje?

–Está atrapado entre el cinismo y la propia burocracia. No sólo la burocracia del medio sino la personal, la de repetir las mismas prácticas, la automatización que le permite finalmente escribir en cualquier revista o sección. Lo que se dice un “personaje quemado”. Esa “autoburocratización” también es palpable en mucha gente, aunque sea especialista en un tema y trabaje, por decir, desde siempre en la sección economía. No sólo tiene que ver con lo inevitable, tener una serie de métodos de trabajo internalizados como sugiere la teoría de las rutinas productivas, sino con una falta de motivación que, en el caso del cuento, también es consecuencia de una política empresarial.


–¿En este sentido, la cadena de explotación en los medios se irriga con un doble discurso?" 

Calamaro para niños

(columna sobre "un disco" publicada en el Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino)

Maneja una chica que tiene tres hijos en el asiento de atrás, insoportables a esta
hora, el cansancio indignado que provocan villanas aguas vivas amenazantes en la
orilla: nadie pudo bañarse con este calor. Y los niños hacen su catarsis en forma
de exabruptos, piñas fraternales, quejas y reclamos; pesado fastidio en el interior
del auto. Hasta que empieza a sonar “Quiero arreglar todo lo que hice mal/todo lo
que escondí hasta de mí” bastante fuerte. Los pasajeros de atrás, la conductora y yo
cantamos a los gritos, desafinamos y forzamos la voz. Se agitan las manos. Golpes
tipo tambor sobre tapizados, volante y puertas. Los chicos se ríen. Nosotras también.
Hay especial énfasis en las “malas palabras” de la canción –no permitidas a los niños
en otro contexto- y esta catarsis es liberadora. Somos la familia eufórica feliz de una
road movie naif y desaforada al sur de la costa atlántica argentina. El disco corrió
entero, aunque bajé el volumen a la tercera canción: de atrás llegaban ronquidos
suaves. Cada vez que vengo de una complicada y quiero levantar, escucho, entero,
varias veces, El Salmón. (Y desde luego grito fuerte, impostando la voz, cuando llega
la parte de las “malas palabras”.)

Sobre el libro "El discurso amoroso. Tensiones en torno a la condición femenina" de Adriana Boria


¿Qué modelos de mujer proponen hoy los medios de comunicación? ¿Cuáles son los aspectos que hoy se relacionan con “lo femenino”? ¿Cómo el entramado de discursos sociales procesa y retroalimenta aquello? El planteo de El discurso amoroso. Tensiones en torno a la condición femenina de Adriana Boria (Ediciones Comunicarte) trabaja sobre novelas del siglo XIX, período en que la literatura goza de un papel fundamental en la formación del imaginario social.
Magíster en Sociosemiótica y Doctora en Letras, la autora se concentra en enunciados que revelan la intimidad de los personajes de ficción, en particular de las mujeres, a través de la exposición narrativa de sentimientos amorosos. Parte de una doble premisa: desde “esa zona de discursividad que he denominado discurso amoroso”, sigue a Foucault y considera a los discursos como “productores de saberes”. Y, al mismo tiempo, sostiene que hay que tener en cuenta que éstos, a su vez, también se vuelven saberes productores de sujetos. Los textos literarios del siglo XIX se integran a un conjunto estratégico que denomina de “control y regulación de las pasiones”, en especial de la pasión amorosa. La autora trabajará con un corpus de las llamadas novelas clásicas del período que, en su mayoría, terminan cumpliendo una función didáctica.
El libro está dividido en tres partes. La primera es una rigurosa fundamentación de su perspectiva teórica, encuadrada dentro de lo interdisciplinario. Por un lado, Boria sigue la concepción bajtiniana de la subjetividad en cuanto a proceso de autopercepción dialógica. Por otro lado, retoma la noción de producción histórica de Michel Foucault, y en particular, el interrogante acerca de “los modos de subjetivación del ser humano en nuestra cultura”. El discurso amoroso resulta un objeto fértil ya que en él se produce siempre una interacción dialógica; una síntesis entre lo interno y lo externo. “El diálogo amoroso pone en juego las zonas más oscuras y secretas de los hombres operando al mismo tiempo como constructor de identidades individuales y sociales”, afirma. El apartado termina con un repaso por los postulados de diversas ramas feministas, desde Butler a Liz Bondi.
El segundo capítulo es una “pequeña historia de la mujer” de la Francia de esa época, en que se inicia un debate relacionado, dice Boria, con el tema de la mujer y la búsqueda de sus características particulares. En la discursividad de la revolución hasta mitad del siglo pueden leerse continuidades y rupturas. En los textos aparecen dicotomías claras que asocian determinados objetos al hombre y la mujer, y que prefiguran una manera de (deber) ser, ya que apuntan que cada uno se corresponde con la naturaleza femenina y masculina. Al hombre, como podemos imaginar aún hoy, se lo asocia con la pluma y la espada; a la mujer, con la aguja y el huso; a él con las producciones del genio, a ella con los sentimientos del corazón. Al mismo tiempo, la autora señala paradojas y contradicciones entre la retórica de la revolución y la realidad. Por un lado, señala avances: las mujeres pueden frecuentar el espacio público antes vedado, los salones y, por poco tiempo, se establece la ley de divorcio. Pero también indica que estas nuevas conquistas conviven con mensajes alarmistas frente al protagonismo femenino en la revolución. En este recorrido, de manera entretenida, Boria expone y reagrupa diversos testimonios y documentos de la época, y da un contexto necesario que contribuye no sólo al análisis posterior, sino a estudios por venir que indaguen en otros períodos.
Las novelas de esta época son estudiadas desde sus funciones modelizadoras y normalizadoras de la identidad de la mujer. En su corpus Adriana Boria incluye obras de autores como Alejandro Dumas, Honorato de Balzac, Stendhal, Próspero Merimée y George Sand. En ellas leerá un complejo entramado de tópicos, estigmatizaciones y lugares comunes. En la construcción literaria de las “mantenidas, queridas, amantes, coccotes ”, por ejemplo, descubrirá su funcionalidad al sistema: mientras cumplan con su papel asignado y no intenten ocupar otros espacios, será imposible que adquieran legitimidad en otros ámbitos. Por citar un solo ejemplo, esto es lo que ocurre a la protagonista de La dama de las camelias , que es “castigada” con la enfermedad y la muerte cuando quiere correrse de su estatuto y pasar a ser esposa.
El mayor aporte del texto no sólo está en las ambivalencias que descubre y las figuras de mujer que revela que, como afirma, permanecen aún hoy. Queriéndolo o no, el libro abre las puertas a nuevos estudios sobre productos culturales más próximos en el tiempo; que incluyan discursos que exceden hoy a la literatura ya que ésta, como modelizadora y estatuto de referencia social ha perdido peso. Al mismo tiempo, El discurso amoroso… bien vale como rico material de lectura y referencia para especialistas y legos, en especial aquellos apartados –que afortunadamente abundan– que superan el horizonte de expectativas de quien ha leído aquellos clásicos de la literatura.

La Editorial Perfil otra vez contra sus periodistas, y contra la libertad de expresión

Les copio y vale la pena que lo lean, también ampliar para ver bien la imagen: es el código de ética que creo Jorge Fontevechia (para violentarlo luego, claro). Ahora va contra el derecho a la libertad de expresión que tanto ha defendido en varias declaraciones...no se por qué no me extraña...

Estimados colegas, lectores y opinión pública en general:

Nos dirigimos a ustedes para comunicarles acerca de la situación interna que vive la redacción de Diario PERFIL, debido a un conflicto salarial que ha derivado en un conflicto de libertad de expresión.
Los redactores de PERFIL continúan realizando sus tareas y escribiendo sus notas, pero para manifestar su disconformidad con la propuesta salarial de la empresa han decidido levantar las firmas de sus artículos y entrevistas. Sin embargo, las autoridades de la editorial se niegan a reconocer ese derecho y han impuesto que todas las notas de sus redactores sean firmadas por terceros, seudónimos o con los nombres de otros integrantes de la redacción, violando así el derecho de los verdaderos autores de los artículos.
El retiro de las firmas es una medida de protesta, ligada estrechamente con la libertad de expresión, implementada por periodistas en varios diarios argentinos y del mundo.
En revista Noticias, Perfil.com y revistas Semanario y Luz, publicaciones de la misma editorial, donde estas semanas también se implementó la medida en el contexto del conflicto salarial, se respetó la decisión de los redactores y sus notas fueron publicadas sin firmas. La Asamblea –que ya comenzó a reunirse diariamente a la espera de una respuesta de la empresa–, integrada por la totalidad de los redactores de Diario PERFIL y por trabajadores de las redacciones de las revistas, fotografía y otras áreas de la editorial, ha decidido informarles de la situación y solicitar su apoyo público a la medida y su repudio, también público, a la decisión editorial de apropiarse de las investigaciones, entrevistas y artículos de los periodistas, que siempre han cumplido con su trabajo y las exigencias periodísticas de la Editorial.
Esta semana, muchos de los columnistas especiales de Diario PERFIL han decidido que si el conflicto salarial no se soluciona antes del fin de semana levantarán las firmas de sus artículos y entrevistas, también en solidaridad con la medida de los redactores.
Esta carta lleva al final el comunicado de la Asamblea difundido la semana pasada, donde se explica a qué se debe el conflicto salarial y nuestro reclamo.

Sin otro particular,

Los saluda atentamente,

Asamblea de Trabajadores de Editorial Perfil.

Con los copantes cronistas, gracias N. Mavrakis

Ayer salió en el Suple de Cultura de Tiempo Argentino esta nota en la que hablamos Dani Pasik linda e inteligente, Sebastián Hacher, Alejandro Soifer, Javier Sinai y yo. Aunque porque cuestiones de distancias no pude estar en la foto, publicaron "mis testimonios"  igual. Parece que tontería mi comentario, pero a veces en gráfica también es como en tele, "sin foto no hay texto". Asi que cope Mavrakis y sus respectivos editores.acá está:
Abajo la copié, con subrayado mío de las frases que me parecieron más chan, algunas, incluso, me hicieron reír. Son todos bravos eh. (como diría mi mamá no hay un muerto que se asuste del desgollado)

"Jóvenes cronistas"

Sonia Budassi, Daniela Pasik, Rodolfo Palacios, Alejandro Soifer, Sebastián Hacher y Javier Sinay hablan de un género en el que se cruzan periodismo y literatura y que casi no tiene espacio en diarios y revistas por lo que encuentra su lugar natural en el libro.

Las “cinco W” son una regla que usan los cronistas anglosajones para recordar lo que debe contar de inmediato un texto informativo: quién (who), qué (what), cuándo (when), dónde (where) y por qué (why). Hace unas semanas, el escritor y traductor Guillermo Piro hizo en su blog una broma sobre una sexta W: “La W de weather report, la previsión del tiempo. ¿No se dieron cuenta? Cuando el cronista argentino se calza la piel de Hemingway comienza siempre con la previsión del tiempo, al estilo: ‘Era una noche oscura y tempestuosa’.”
La observación tiene su gracia en la misma medida en que desnuda un síntoma común –la banalización de la experiencia bajo la forma del reporte climático, nuevo lugar común en medio de una proliferación cada vez mayor de crónicas y cronistas– en el interior de un género que, en nuestro país, resulta particularmente potente. Aunque no por eso la crónica, por momentos, parezca atrapada en una red sutil de ambigüedades.
América, narrada por sus propios descubridores, y la Argentina en particular, narrada por caminantes propios y extranjeros –desde Alonso Carrió de la Vandera en el siglo XVIII hasta los ingleses del XIX– hicieron de la crónica una práctica narrativa siempre legítima y vigente, sin demasiado que envidiar a íconos como Hunter S. Thompson o Ryszard Kapuscinski. Con casos paradigmáticos como el de Rodolfo Walsh, fundador casi al unísono con el estadounidense Truman Capote del non fiction, y un corpus de autores contemporáneos ya consagrados, como Martín Caparrós, Leila Guerriero, Josefina Licitra o Cristian Alarcón, la crónica continúa multiplicándose en libros, talleres y publicaciones especializadas. Sin embargo, como dispositivo narrativo “para contar el mundo”, la crónica también enfrenta nuevos desafíos.
¿Qué lugar real tiene hoy la crónica dentro de los medios? ¿Por qué, a pesar del éxito del género, casi no hay espacio intermedio de publicación entre los sitios web gratuitos y los libros financiados por las grandes editoriales? ¿Hasta qué punto las redes sociales en Internet redefinieron la urgencia de una experiencia subjetiva única? ¿Qué perspectivas hay más allá del circuito cerrado de los talleres de escritura donde se la practica y de las instituciones periodísticas donde se la premia y legitima?

La crónica debe ganarse su lugar en los medios por prepotencia”, dice el periodista y escritor Rodolfo Palacios, autor de El Ángel Negro (Aguilar, 2010), un trabajo sobre la vida del famoso asesino serial Carlos Robledo Puch. “Quizá algunos medios malinterpretan la crónica y la ven como un pasatiempo meramente literario. Eso es un error porque la crónica debe tener datos y es un género periodístico”, explica Palacios. “El desafío fue entrevistar a Robledo, investigar el caso, leer el expediente, hablar con los jueces, los familiares de víctimas y tratar de reconstruir la historia. Donde más presente está la crónica en el libro es en los ocho encuentros con Robledo en la cárcel y en mis viajes a Sierra Chica. Usé recursos de la ficción –aunque eso no quiere decir que en la historia hay datos inventados– para la construcción de escenas entrelazadas, diálogos, descripciones, sonidos, aromas y sensaciones”, cuenta Palacios.

Con respecto a los márgenes de publicación y circulación del género más allá de los libros, Sonia Budassi, autora de una investigación sobre la vida de las monjas, Mujeres de Dios (Sudamericana, 2008), y Apache, en busca de Carlos Tevez (Tamarisco, 2010), que reconstruye la vida del famoso futbolista a través de su propia persecución periodística, asigna un rol central a la idiosincrasia conservadora de los medios tradicionales. “Hay una tendencia a reiterar aquello de que los lectores no leen, y en general, a privilegiar los textos cortos, duros e informativos en revistas y diarios. Tal vez tenga que ver con cierta pereza intelectual que tienen quienes toman las decisiones en algunos medios: si la cosa marcha más o menos bien, mejor no asumir riesgos”, opina. En ese sentido, Budassi cree también que la crónica en sí misma a veces devela de manera autocrítica ciertas formas de hacer periodismo. “Quizá los autores de mi generación no se toman tan en serio a sí mismos en un sentido específico y se permiten salir del lugar del altar omnisciente habitual del periodismo, aunque tengan un acceso privilegiado a determinados territorios y personajes.”

“Creo que en los medios se les teme a los textos largos. Se teme que no sean leídos, como si la lógica del zapping televisivo se reprodujera sin diferencia en la gráfica”, opina Javier Sinay, periodista, ex productor televisivo y autor de Sangre Joven, matar y morir antes de la adultez (Tusquets, 2009), que recoge historias de jóvenes atravesados por la violencia y el crimen. “Cuando una crónica se hace bien, la diferencia de calidad es notable. Los editores de los pocos medios que publican crónicas lo saben y por eso no le temen: son conscientes de que vale la pena apoyar a un cronista para publicar un buen texto”, dice Sinay, destacando el rol que tienen algunas revistas que sí publican crónicas, como Rolling Stone, SH y Brando. “Después de sumergirse en busca de las fuentes, hay que escribir con cuidado porque se está contando una historia viva y, por otro lado, se está haciendo algo así como literatura. Y debe hacerse lo mejor que se pueda en ambos sentidos”, describe Sinay su propio trabajo sobre la delgada línea narrativa que exige la crónica.
Ese territorio que los medios suelen negar a la crónica tiene su correlato inverso en las editoriales. Y muchos cronistas escriben con la expectativa de ganar un espacio de publicación a partir de esa posibilidad. “Hay como una moda en el mundo editorial, pero no sé si tantos compradores o amantes del género. Un día te piden un libro de crónicas en una editorial grande o te compran una. Y entonces el libro, más allá de cómo le vaya después, te sirve para lucirte como periodista que investiga y escritor que narra bonito, pero todo sigue igual”, dice Daniela Pasik, autora de un viaje en primera persona al mundo de las cirugías estéticas, Hacerse (Grijalbo, 2010).

La crónica es un forma, si se quiere, de atacar el sistema desde adentro: las editoriales quieren editar investigaciones periodísticas, los cronistas tienen sueños literarios, la crónica dosifica cierta ficción bajo la apariencia de la verdad absoluta. Todos contentos”, sintetiza Alejandro Soifer, autor de Los Lubavitch en la Argentina (Sudamericana, 2010), una crónica sobre la historia y desarrollo de esa agrupación ortodoxa judía en el país. Por su lado, el periodista Sebastián Hacher, que acaba de terminar una larga investigación sobre La Salada, destaca el rol de la Web. “Hay un inmenso campo en blogs y sitios de Internet. Con la muerte de Néstor Kirchner, por ejemplo, la cantidad de crónicas que circuló por la Red fue tan grande como interesante”, cuenta.

¿Pero consideran los cronistas más jóvenes que ante ellos hay un mundo a ser contado muy distinto al que ya han contado sus sucesores? “La crónica, entendida como la entendían Walsh o Capote, es un género hermoso que permite la práctica mixturada del periodismo y la literatura. Realizado así, cualquier tema es interesante”, dice Pasik. Para Budassi, en cambio, los temas están siempre arraigados a una curiosidad personal. “Me interesan aquellos temas que me generen problemas, preguntas, algo que no termino de entender del todo, personajes a los que pueda quitarles el velo del lugar común y la estigmatización.” “No sé si hay tópicos que nos atraviesen como generación”, sugiere Sinay. Opinión que Palacios parece colocar en perspectiva: “Leo a los cronistas de esta generación, me fascina lo que hace Caparrós como cronista, pero también leo a los viejos exponentes del non fiction: Gay Talese, Tom Wolfe, Norman Mailer, Truman Capote, Joseph Mitchell. Con esto quiero decir que lo que ellos escribían sigue vigente. Se mantienen las motivaciones o la forma de encarar una crónica. Desde las tragedias griegas o shakespearianas, los grandes asuntos son los mismos”, dice. “En mis temas encontré una continuidad: hablar de sectores que fueron excluidos y que de una u otra forma terminaron por inventar un mundo nuevo. Me interesa contar esos mecanismos de creatividad popular, que son mucho más complejos y ricos de lo que parecen a simple vista. A veces el acercamiento de los periodistas a esos temas es desde la fascinación: se busca lo marginal o lo freak”, explica Hacher, cuyo primer acercamiento a la crónica fue con un análisis del culto del Gauchito Gil. “Los cronistas jóvenes tenemos cierta obligación de ir a buscar la pequeña gran historia que nos vaya construyendo un capital cultural que eventualmente nos permita dedicarnos a la vida del bon-vivant cronista estilo Caparrós: mezcla de vacaciones pagas por el mundo, jugosos adelantos editoriales y el nihilismo ilustrado”, agrega Soifer, más punzante.

Las limitaciones a la hora de publicar crónicas, por otro lado, hacen de muchos talleres especializados –como el de Cristian Alarcón, cuyo colectivo puede encontrarse en –una herramienta esencial para conocer en qué andan otros colegas. “En nuestro país no contamos con una educación formal en escritura como sí hay en universidades del mundo que hacen de la técnica una carrera en sí misma; en ese sentido, me parecen una opción siempre válida, aunque nunca hice un taller específico de crónica. No creo que sea un requisito indispensable para escribir”, dice Soifer. “Siempre es sana la confrontación con los pares y la lectura crítica, y puede darse en el marco de un taller pero también en una redacción o con otros escritores”, opina Budassi. “Está bueno tener compañeros para hacer ese viaje, y creo que los talleres a veces cumplen esa función”, agrega Hacher. “No creo que lo talleres sean un requisito obligatorio, pero son un buen punto de partida para escribir”, coincide Palacios, que en mayo publicará un nuevo libro de crónica policial y que el año pasado fue uno de los pocos privilegiados en participar de un seminario con el famoso cronista esadounidense John Lee Anderson.

Otros cronistas, en cambio, relativizan aun más la importancia de aquello que puede aprenderse en un taller. Y por eso ponen el acento en la importancia de cierta apuesta por el autodidactismo.

“Lo más importante es escribir y escribir, leer y leer, estar en la calle con los ojos abiertos y tratar de aprender de los editores y de los colegas”, dice Sinay, mientras que Pasik, finalmente, dispara: “Los talleres, en general, me parecen un poco ladris.”

Exploradores unipersonales de asesinos seriales, adictos a las cirugías o grupos religiosos; arqueólogos entre víctimas y victimarios de la violencia más joven y virulenta o en el corazón de un nuevo centro nacional de comercio off-shore; rastreadores de la vida profunda de monjas o estrellas internacionales del fútbol, uno de los factores ante los que la nueva generación de cronistas sí se enfrenta de manera inédita es a la saturación de narraciones que, como la tradicional crónica, tiene como centro una primera persona. De hecho, la vasta proliferación de voces que también apuestan a contar el mundo desde las redes sociales –en Facebook, Twitter, YouTube– muchas veces funciona con más instantaneidad –y a veces calidad– que los clásicos narradores de antaño. ¿La crónica ha cambiado desde que aproximarse “a la realidad” es mucho menos restrictivo que antes? En este nuevo contexto tecnológico, ¿es la “subjetividad” misma un privilegio en disputa?

“Si el cronista es alguien interesante, lo interesante de su crónica es su mirada. Y me importa menos ver a Robledo Puch filmado con un celular en YouTube, que la mirada de Palacios sobre ese personaje, por ejemplo. Por eso, la crónica, el libro o el diario en papel, no se van a ningún lado”, opina Pasik. “La velocidad de la información actual implica un grado de masticación mucho más grande. Twitter, blogs, videos, todos presentan pequeños fragmentos de información. Ver un twitt es comerse una pastilla: puede ser rica, pero no alimenta. Las crónicas son platos más elaborados. Requieren otros tiempos, otra forma de consumo”, coincide Soifer.

“La investigación y el tratar de ir a fondo con el objeto y sujeto del relato es algo imperativo al sentarte a escribir una crónica; en ese sentido, las redes sociales ayudan mucho porque suman fuentes, no veo una competencia sino una complementariedad”, explica por su lado Budassi. “Tengo la esperanza de que el avance de la tecnología –sobre todo las cámaras capaces de filmar y hacer fotos en alta definición– aporte nuevos formatos a la crónica”, dice Hacher, destacando emprendimientos digitales como Mediastorm.org y Elfaro.net. “La sobreabundancia de información torna todavía más importante la subjetividad del cronista. Por eso, debe organizar los datos con una voz diferente. La crónica es un producto con un valor agregado: la subjetividad que mira, que interpreta y que aporta”, opina Sinay. “En el caso de la aproximación a los hechos reales, la pregunta entonces es cómo contar lo que han visto millones de personas”, sintetiza Palacios. Y concluye con dos ejemplos casi inobjetables: “La crónica de Norman Mailer sobre la pelea Alí-Frazier en 1971 y la de Oriana Fallacci sobre la llegada del hombre a la Luna, demuestran que se puede crear un texto atractivo sobre un acontecimiento que vieron millones de personas. Lo importante, es cómo contarlo”.

"Te quiero/te quierooo/eres el centro de mi fotolog"

/dani umpi/josé luis perales

(las fotos fueron tomadas por mí y por G. Morochón (protagonista de la foto superior; invencible compañero)

quizá publique acá la historia de Vinilo, que es el gato que vino con el departamente que alquilé con mucha suerte para la beca en Madrid, pero es verdad que si lo hago habrá disgresiones a personajes, no personas, que tienen o no tienen mucho que ver. Como todo lo mío no se lee -como debe ser- en clave autobiográfica, entonces el nombre Vinilo, que sí existe, va a corresponderse con un nombre y una primera situación real.
(podría haber elegido imágenes de ciudades medievales, de supremas obras de arte arte conceptuales, de inefables arquitecturas que alardean de las mejores imponentes obras en la Gran Vía y demás pero no, y no es sólo porque no tengo cámara de fotos) 

tiene que ser real

Nuestros granaderos no terminan de representar una fuerza activa, enérgica, vinculada a la lucha. Generan fascinación, es cierto, pero más por su pose solemne, por su aura misteriosa de guardianes quietos: no sangran, no corren, no sudan, no pelean. Al menos esa es la imagen más usual: prolijos hasta la pose estatua, disciplinados hasta el estoicismo, no sucumben a provocaciones; ni siquiera reaccionan cuando un niño salta frente a ellos para verlos pestañear. Los granaderos remiten al glamour y no a la guerra. A la elegancia y no al barro. Al protocolo y no a la fiereza del momento límite que sólo puede medirse con la desesperada ansia de salvación, de la patria, del soldado, del compañero. El granadero es un muñequito de cuento para poner en la mesa de luz. Una reliquia pedestre, para mirar con nostalgia porque como los príncipes de los cuentos que se convierten en sapos, y viceversa, uno por momentos se los olvida, y piensa que ya no existen más.

No es una explicación sensata, ni una comparación válida para dudar, entonces, de que estos personajes sean de verdad. Pero igual, ¿están filmando una película? El nombre del archivo indica “Czech Republi”. Tierra lejana helada, de esas que dan para delirar y armar ampulosas escenas nacidas de la fantasía promovida por cierto tipo de ignorancia ¿Son reales? ¿A quién responde el hidalgo de caballo blanco? ¿Cómo el viento no logra voltear ese apelmazado plumón amarillo? ¿cómo no resbala esa pata elegante de caballo en esa nieve de pista de sky? ¿por qué parece a punto de batirse a espada con el enemigo y sin embargo, al fondo, los granaderos europeos del este hablan indiferentes, como quien charla en la fila del supermercado? ¿por qué caminan con desidia cuando su compañero, el hidalgo está a punto de pelear, probablemente, una batalla final? ¿La dorada armadura lo librará de qué tipo de arma fatal?¿será una lucha pareja, de espadas, de igual a igual? Esta imagen viene de lejos y está tan fuera de época, que yo quiero pensar que sí, por eso mismo, esta imagen tiene que ser real.


(texto que escribí para el suple de cultura de Tiempo Argentino, que no se va a publicar por motivos aburridos de contar)

replicante y pac pac pac pac

Estoy en Madris, como un golpe de suerte que algunos llaman beca. El frío fatal invernal, eso sí muy lógico. Y Rogelio Villareal, director de la mejicana y completísima revista Replicante, me publicó este texto que tanto tiempo hube de trabajar –lo cual no garantiza que eso se haya reflejado en el resultado final- en la edición de Enero.

Analicé y –oprobio de neologismo- croniquié, la campaña que hizo Topper “Fútbol Deporte Nacional”. Empecé a trabajar una versión para la revista Ñ, que se publicó en 2010, pero esta es una versión distinta, que va a algo más allá (¿de qué?). Ponele.


(Acá dejo una foto de unos pajarracos que abren
y cierran el pico y hacen ruido de pac pac pac.


La foto la sacó la artista Cecilia Orso en Alcalá de Henares. Ataque de cholulismo mal en la casa de Cervantes, de esas cosas que dan vergüenza confesar.)