Ellos, nosotros, y los otros. Notas sobre el campo cultural durante del Kirchnerismo. Publicada en la Revista Crisis, hace más de un año.


Nosotros

Tememos a la obviedad pero también al cinismo. Se nos dice, siempre se nos dijo, que debíamos cultivar “el sentido crítico” pero también “colaborar en la construcción” (nadie terminó de definir qué era eso). En el fondo, lo que nos importó fue leer bien; lo anterior opera de base para irrumpir ante el riesgo de lánguida indiferencia o de canchera iconoclasta intervención. Si caemos en algún maniqueísmo, suena una alarma como un corrector. Tampoco nos gusta que nos imaginen escribiendo nuestras más o menos felices ficciones en la torre Rapunzel que espera monárquico llamado del gran sello editorial o del editor de moda (si es que algo de eso existe).
Leandro de La Plata
A una cuadra está la legislatura bonaerense con sus cúpulas europeístas y su corrupta morfología espiritual de agujero negro: a algunos aún no les interesa votar, pero casi nadie sabe para qué sirve un legislador provincial. Estoy con Leandro. Conoce “el paño”. Ahora milita en Octubres y tiene su web de periodismo político; le va bien. Trabajó con Magdalena pero también en el diario HOY. Amplia experiencia militante. Ahora se declara feliz con su trabajo en una Subsecretaría de La Nación; viaja en combi hasta Buenos Aires porque nació en Rawson pero vive en La Plata. Tomamos un café que llega tibio.
Joven Admirador
Leandro renunció al HOY cuando le ofrecieron ocupar el cargo de editor por el mismo sueldo. Otro periodista lo reemplazó de inmediato bajo las mismas condiciones que él rechazó: el siniestro paradigma (¿transgeneracional?) de lo esperable. Le pregunto si conoce a Joven Admirador, él también trabajaba ahí. Parece que ya en ese entonces hacía lo mismo que cuando lo conocí, años más tarde, en otra redacción. Joven no tenía maldad eh. Sólo era un tanto individualista, de hábitos trepadores y una inteligencia demasiado moderada. Declaraba haber leído a Walsh y a Cortazar. Admiraba a Jorge Fontevechia y a varios periodistas televisivos. Estimo que también le gustaba CQC, aunque nunca lo hablamos. Siempre saludaba con un beso. Sueña, en secreto, con participar de una antología de cuentos.
Nosotros
Cuando Cristina asumió fui hasta Avenida de Mayo con un amigo escritor para verla en el recorrido en auto desde Congreso a Casa Rosada. Después escribí 140 caracteres sobre esa sensación de que ella me miró a los ojos a mí. Mi amigo decía que en realidad ella lo había mirado a él. No hacemos teorías sobre la seducción del líder, ni sobre la empatía emocional que generan los actos de concurrencia masiva, ni de los ritos colectivos que te hacen sentir parte.
Joven Admirador
En la redacción, Joven es de los que hacen comentarios sobre las carteras de Cristina a modo de queja indignada como lo haría, si la tuviera, mi tía Nené. No tengo que decir que espero críticas más agudas de quienes hacen periodismo político. Y de los que trabajan con el lenguaje en general, y quizá con esto vuelvo al tópico obvio del sentido crítico de los obreros de las letras como imperativo, de la supuesta responsabilidad social que debería colocarnos del lado de “cierta verdad”, lo del intelectual comprometido, la literatura militante y lo políticamente correcto como gesto de evolución o como acto despreciable. Todo eso puede ser escrito con signos de pregunta.
Nosotros
Me pasa a buscar en su súper auto (es el único de mis amigos escritores que tiene super casa y super auto) y todo el camino voy a ser copiloto atrevida acariciándole el cuello o poniendo mi mano sobre la suya sobre la palanca de cambio: es afecto: nunca vi a Juan llorar así.
-Era como un padre- repite. Pienso en el tópico literario de la búsqueda del padre como búsqueda de la identidad y, horror, siento que caímos en la tan temida obviedad cuando él completa y reafirma:
-Era un padre para todos nosotros, los que estamos en la búsqueda, en medio de un proceso identitario.
Juan es militante trans. Al instante recuerdo –pero no lo digo, no da- el casamiento de Julia (amiga artista) en 2007; ella la más impensada para el matrimonio: siempre contagió una cosa izquierdosa-anarquista. O ella cambió o yo la leí mal. Mientras comíamos un cazuela de pollo con una salsa rica y exótica, Gastón (amigo cineasta) definía el peligro que significaba para él que se le atribuyan dotes paternalistas a los presidentes en Argentina, al extremo de considerarlos casi como Mesías que te salvan o te hunden. Vimos la cuestión como reproductora de la abulia cívica, el mal universal de los tiempos; el voto y me voy (si es que se tiene la deferencia de ir a votar). No hubo vals como no hubo Iglesia, pero sí música festiva; la charla terminó apenas llegamos a la pista en la que no se escuchó ningún “Meneadito” pero sí mucho The Cure.
Nosotros, Leandro de la Plata y el Joven Admirador
De nuevo en La Plata, Leandro me dice:
-¡No sabés! Me encontré con Joven Admirador en el Costera viniendo para acá. Agarrate: ¡Joven Admirador se hizo kirchnerista!
Primero me da un ataque de risa, le digo que no puedo creerlo. Después pienso en la engorrosa ambivalencia de “lo políticamente correcto”. Más tarde en el sentido común de la endogamia y en el otro rincón el “dudo de todo”.
Nosotros, ellos
Estamos en una cena, en Recoleta, en un piso 15; un piso enorme lleno de obras de arte y comida rica y un vino delicioso que no voy a probar pero del que el resto de mis compañeros beberá hasta bordear lo impresentable. “¿A vos siempre te invitan a lugares así?”, me pregunta el periodista cultural rosarino. Digo que sí. Lo digo en chiste.
El anfitrión es extranjero y representa a su país manejando un centro cultural que tiene base acá. Cuando nos llevaron de visita a la nueva sede en construcción se nos explicó que había sido un patronato de la infancia, que después fue ocupado por cientos de familias hasta que ocurrió el violento desalojo. El guía terminó de narrar la seguidilla con un “pero nosotros estamos en contra de todo tipo de violencia”. Ante una pregunta, contó que el Gobierno de la Ciudad les cedió el terreno por treinta años.
El anfitrión es de lo más interesante y simpático. Hace chistes y cuenta anécdotas ambientadas en todas partes del mundo. Al lugar entran artistas extranjeros y algún agregado cultural. No hay música. Estoy en el grupo que se queda en el balcón. Hablamos de fiestas, de política y de la muerte de Néstor. Una de mis compañeras se autoproclama peronista –su papá fue candidato a intendente por su pueblo varias veces; se dice que en el 83 perdió por 200 votos por culpa de un cantito ingenioso y chicanero- y tiene la idea de cantar la marcha peronista acá. Otro sugiere que deberíamos consultarlo. Yo digo que quién podría estar en contra: hasta quedaríamos pintorescos frente a los artistas extranjeros, les regalaríamos desinteresadamente una simpática escena autóctona para contar a su regreso. Prima la prudencia y alguien pide permiso. Con la mayor elegancia, gracia e inteligencia que yo haya visto combinadas alguna vez, el anfitrión dice que no. El rosarino, que no entendió el chiste, vuelve a preguntarme, borracho, si siempre me invitan a lugares así. Entonces le digo la verdad, le digo que no y ensayo una hipótesis simplista: la diferencia entre el dinero que mueve la literatura y el arte a cierto nivel. Cerca nuestro, en el sillón, el director de la revista cultural extranjera habla por lo bajo de “contracultura”, y de que no entiende bien cómo varios de sus “jóvenes alumnos becados, todos con una carrera interesante” se muestran tan cercanos a las ideas de quienes “están en el poder”. Yo me acuerdo de que en un recreo de la clase, una de mis compañeras me contó que era “apolítica” mientras tomábamos un café expreso grande de Mc Donalds. Por vergüenza, dice, no quiso decírselo a todos, y aclara que está de acuerdo con la asignación universal por hijo.
Nosotros, ellos y yo
Antes de ayer, mientras pensaba en este dossier, me llega vía facebook un video titulado “Quién es quién en la política argentina”. Un bodrio extenso; burlas y descalificaciones a dirigentes de distintos partidos.
Sensación de pesadilla: por un minuto siento que el monstruo más improductivo del 2001 no había quedado atrás. Le paso el link a una amiga que se dedica a otra cosa. “Está bueno”, dice por chat. Cuando empiezo la discusión me dice que el tema le aburre. Cuándo le digo que no lo puedo creer, dice que salga un poco del “cascarón de tus amiguitos escritores” y vea cómo piensan los demás; aparte ella está en el trabajo y no puede seguir hablando. Me deprimo. Después leo la secuencia como un festín de críticas constructivas. Después pienso en que si sos escritora, valdría ser nihilista sólo al extremo (producto de importación). Después pienso en la herencia literaria de CQC. Después pienso que mostrar cierto optimismo tampoco está bien. Después pienso en oh, la complejidad. Después recuerdo varias escenas, que forman una secuencia en nosotros, en ellos y en mí. Y recién entonces me pongo a escribir.