Se publicó bazar americano. Aquí mesmo, la reseña que escribí sobre el libro Bellas Artes del compatriota Luis Sagasti!

Bellas Artes, de Luis Sagasti, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011
“Por los espejitos de nieve que cuelgan de los árboles pasa como ráfaga la cara de Beuys, deshecha entre la tierra. Los espejos de nieve como pequeñísimos haikus perfectos”.

El narrador de Bellas Artes, de Luis Sagasti, afirma que Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, puede leerse de varias formas: como “la alucinación de un herido de guerra, desvaríos de un ex combatiente viejo, o una historia de ciencia ficción autobiográfica”.
Una hipótesis de lectura multiforme – sobre un texto híbrido- podría arriesgarse sobre la propia novela Sagasti. Porque el libro adquiere, por momentos, el tono de una fábula para niños tan tierna como truculenta. Por otros, puede leerse como un trazo que toma el gesto de un Imago Mundi que tensa lo extemporáneo y lo actual. Y, de ese modo, Bellas Artes plantea la posibilidad de un efecto universal: poner en evidencia el conflicto entre lenguaje y mundo.
La novela regala, además, un tratado de estética con el foco puesto, en especial, en el proceso creativo motorizado por el dolor, la experiencia o el azar. En este sentido, hay una preocupación centrada en la búsqueda más que en el resultado, aunque estos no se omitan. Se comenta El Principito de Saint Exupery, y el momento de su muerte, responsabilidad del aviador Host Rippert. Se describen los bocetos que dibujaba el escritor, pero también los del militar culpable. Se cuentan las performances del artista Beuys y cómo sobrevivió, luego de una batalla, gracias a los tártaros y al chamán de la tribu que leía constelaciones.
La novela podría proponerse, al mismo tiempo, como una pequeña enciclopedia de artistas involuntarios y sublimes, talentosos o torpes, suicidas, sobrevivientes de guerra, personajes pequeñamente absurdos; héroes y antihéroes, todos ellos extraídos del continuum de la historia que, bajo la mirada de Sagasti, pueden relacionarse a través de siglos, e incluso milenios de distancia. Este encadenamiento al que se entrega el narrador no será, sin embargo, el de la asociación surrealista ni el de una concatenación proustiana. Podemos arriesgar que Bellas Artes es, sobre todo, un relato gestado en el Siglo XXI, que dialoga intencionalmente con la Historia del Arte, pero interpela directamente a la literatura y a la cultura -en el sentido amplio del término- de su tiempo, con movimientos y tejidos cercanos al hipertexto.
 Ovillo y tejido
“El mundo es un ovillo de lana. Una madeja a la que no es fácil encontrarle la punta”, se lee en las primeras páginas. ¿Cómo funciona el mundo?, pregunta el narrador mientras propone hipótesis que implican ir desandando el lugar común (“Hay otros que piensan que en realidad el mundo está sujeto por hilos”; etc). Así, reconstruye algunos tópicos y descarta varias tesis: “Uno no debería creer en ellas (las conspiraciones) pero sí en los secretos. Después de todo, la infancia no era otra cosa que el desvelamiento progresivo de secretos bien guardados”. En cada revisión de esas metáforas pone en juego la idea de ciclo y, como se dijo, también la de conspiración, nociones que descarta a favor del valor del secreto que defenderá en las páginas siguientes. La infancia es un enclave al que volverá en situaciones puntuales: la lectura de la matriz resulta necesaria para entender la evolución de cosmovisiones dadas por supuestas.
La reflexión sobre los mecanismos que ponen no sólo al mundo, sino a la humanidad en marcha no se agotan en meros enunciados analíticos –que los hay– sino que se desarrollan a partir de la historia contada en cada uno de los capítulos. Historias que se relacionan con las siguientes y con las anteriores, y son en sí mismas objeto y sujeto de indagación. Si en la -con justicia elogiada- Los mares de la luna Sagasti develaba el juego engañoso entre lo evidente y lo oculto, y entre apariencia y realidad, en su último libro va a profundizar en estas preocupaciones. Si en el escenario cerrado con un exterior difuso de la casa donde se celebra la fiesta en Los mares de la luna, se prefiguraba la lógica de unir lo que se da por separado, es Bellas Artes la obra que completa esta operación llevando el texto a un extremo que bien podría dar cuenta del concepto “religar”, con sus implicancias trascendentes, y también racionales y lógicas. Volver a unir lo que a priori parece dividido y lejano; incluyendo el sintagma zen de “así como arriba, abajo”: “Hay un ilegible haiku gigante inalterable arriba de nuestras cabezas cada noche”.
Luciérnagas y constelaciones
Como en Los mares de la luna, el narrador adopta una tercera persona, por momentos irónica y oscilante entre la pequeña distancia que le permite comentar lo que cuenta y la cercanía que brinda la plena convicción en el evento narrado.  Lo que distingue la voz de Bellas Artes y la particulariza de otras contemporáneas que utilizan el mismo recurso es que, como pocos, Sagasti utiliza con maestría, y en dosis calculadas que no lo hacen caer en el mero efectismo, el cambio de registros (en este caso, si seguimos la clasificación estructuralista historia-relato, en consonancia perfecta). Así, la abstracción y la especulación intelectual que es capaz de encadenar El grito de Munch con la obra de Abramovic, o la descripción de las características de cada peripecia de determinado personaje, se continuará sin saltos de continuidad, con atributos que nos hacen volver al contexto de enunciación. En uno de los capítulos cuenta la historia de Matsuo Basho (nacido en 1682) que “inicia una peregrinación austera que adelgaza sus poemas hasta alcanzar la más compleja de las simplicidades” y lo pone en relación con Kioyi Hatasuko, su contemporáneo, cuyos haikus “no eran lo suficientemente buenos”. El narrador utiliza un recurso que abre otro pliegue sobre el relato. Si narra las diferentes formas de acceder a lo supremo, la comprensión del mundo, el movimiento inherente del universo cuyos habitantes –sean chamanes o sacerdotes, como en efecto hay en la historia, o soldados y artistas– abrazan, o pueden abrazar, breves momentos de iluminación, no teme al detalle material, al comentario pedestre, a la resignificación coloquial: “En la espontaneidad de su trazo había una verdad, y a veces la verdad suele ser un poco aguachenta”. El narrador no teme humanizarse aún cuando habla de lo que parecería ser arte o filosofía “con mayúsculas” y rigor científico, y da un giro por debajo de la solemnidad, como quien no quiere dejarse amedrentar por una grandilocuente trascendencia, en la convicción de que ésta, en sí misma, autónoma, carece de sentido. “Coca Cola! como haiku perfecto”, leeremos más tarde, en la cita al beatnik Lawrence Ferlinghetti. En Bellas Artes no hay conflicto entre lo “alto” y lo “bajo”, categorías puestas en cuestión con fuerza en el siglo XX, reformuladas en el texto por un narrador del siglo XXI: las distintas capas se mestizan, se acoplan, conviven y se complejizan con la fluidez y los matices rotundos propios de internet.
El procedimiento se repetirá a lo largo del texto, y se percibe propio de una obra que busca dialogar sin resentimientos con el arte de sus contemporáneos haciendo pie en la tradición con ánimo prospectivo, aún cuando otra constante es poner el lenguaje en cuestión. Por eso, el cambio de registro y las idas y vueltas sobre un mismo suceso funcionan como una investigación exhaustiva de los alcances y dobleces del sentido.  Al comentar la performance Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta de Beuys –uno de los personajes que ha pasado por la guerra, como Wittgenstein o Saint Exupery– recurre a la digresión, que es otro elemento que se reitera, así como el oxímoron y la paradoja (presentes en citas anteriores): “¿Hay un cielo de liebres? Uno de chico imagina que debe haber y tiene que haber un cielo de animales. Nunca un infierno. El perro propio no va al infierno”.
 Haikus y literatura extraterrestre
El texto de Vonnegut es uno de los pilares transversales de la novela; con fuerza centrífuga hace pie en ella para volver una y otra vez a sí mismo. La explicación de cómo es la literatura de Tralfamadore descripta en Matadero cinco es uno de los núcleos: “‘Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos (a los símbolos) todos a la vez’”. Sin causas ni efectos, ‘lo que a nosotros nos gusta de nuestros libros es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos todos a la vez’”. En la inevitable serialidad que impone la literatura incluso en el regodeo instantaneísta de ciertas vanguardias históricas, Sagasti pone en acto una multiplicidad de eventos, una sucesión de momentos terribles y extraordinarios. “El haiku, lo más cerca que hemos estado de escribir como en Tralfamadore, contar en un instante lo que es un decurso”; “¿Cuántas palabras pueden leerse sin desplazar la vista?”, se pregunta.
En Biografía ilustrada de Mishima, Mario Bellatin opta por crear una historia a partir de los vacíos y de la falta de un escritor acéfalo para armar otro mundo posible. Sagasti se ciñe a los datos verídicos para crear una estructura de telaraña, sobre la base fundante y elástica de Matadero Cinco y la trayectoria del norteamericano, que será un personaje como los otros, aunque con una jerarquía modelizadora. El texto de Vonnegut sirve de enclave para otras líneas narrativas que Bellas Artes explora con vocación filosófica y entomóloga, e inspira al mismo tiempo su andamiaje ficcional. El texto arroja líneas fuera de sí –otras obras– las toma, las cita, las interpreta y las procesa. Como Matadero cinco, Bellas Artes vuelve hacia atrás y adelante en el tiempo y, todo lo que emergió separado –personajes, momentos históricos, iluminaciones– es integrado por el narrador, que busca, con ferocidad, la contemplación de las grietas de lo real y del lenguaje. Esta dinámica, en definitiva, le ayuda a teorizar por lo bajo sobre el mundo y el arte. “La estética y lo abominable se dan la mano; ese es el verdadero horror de la foto: la estética involuntaria”, se lee acerca de la conocida imagen del hombre arrojándose desde una de las torres gemelas minutos después del atentado.
 “En Saint-Exupéry, que no era pintor, se advierte (...) que son formas abocetadas, la prefiguración de algo a lo que mucho le falta para tornarse definitivo; en cambio Beuys, que ya ha vuelto de la guerra, sabe que nada puede sino abocetarse, prometer lo que no se va a dar nunca; sus acuarelas son una imagen de lo que se espera (y que se espera que nunca acontezca)”. Al borde de retomar la famosa frase de Adorno sobre la incapacidad de escribir poesía, al límite de entregarse al remanso triste de la fatalidad y el desencanto como lógica inapelable y morfología absoluta del entramado del mundo, Bellas Artes continúa el rumbo y asume el vértigo de lo inestable al poner en acto el encuentro súbito con lo bello, el pliegue de lo inesperado y de lo inconcluso. De final abierto y esponjoso, círculo imperfecto, la excelente tercera novela de Luis Sagasti termina siendo una epifanía y una celebración de la literatura: mientras quede un historia para ser contada frente a un fogón, seguirán emergiendo sucesivos haikus, un ciclo de grietas, una serie de maravillas en potencia que Bellas Artes contribuye a perpetuar.

No hay comentarios: