Publicado en la Revista de la Universidad Nacional de San Martín.
Crónica sobre el Coloquio “Configuraciones de Vida”.
Sonia Budassi
Hay una idea. Cientos de ideas. Las ideas
tienen vidas productivas y felices, se escribe sobre ellas, se desarrollan y se
expanden, crecen y se las expresa en el aula de una universidad del conurbano
bonaerense, pero también en otra en Dresde, en Río de Janeiro, en una comunidad
indígena del norte del país, en un monasterio europeo, en un hospital chino, en
plena selva a orillas del Amazonas, en una cena de profesores hindúes, en un
viaje en colectivo interurbano, en una biblioteca parisina de postal. Las ideas
sueñan su propio ascenso social. Las más lúcidas y trabajadoras crean escuela.
Buscan colonizar otras mentes, otros claustros, plasmarse en más papers que las legitimen con muchas notas al pie para que se reproduzcan
en pequeños actos políticos en una plaza o en una habitación oscura con un
velador de lectura, una noche, mientras una estudiante quiere atraparlas para
sí. La vida de las ideas configura las vida de las personas. Algunos dirán que
es al revés.
Es sabido: las ideas van a la guerra. En
el combate son desplazadas por otras. Sufren pérdidas, amputaciones,
desplazamientos, plagios u olvidos. A veces triunfan. Las ideas buscan aliadas,
se suman a otra corriente y salen airosas y transmutadas. Algunas son antiguas,
pensadas y vueltas a pensar, orgullosas, experimentadas y soberbias, victoriosas e inquietas,
hacen pie como la sal del mar en tierras dispersas y toman otra figura que
salta en el tiempo como esos pececitos que salen del agua y dibujan un arco en
el aire para escapar de un hambriento delfín.
Las ideas están condenadas a vivir en los
hombres y en las mujeres, por eso también su realidad es tan ardua. Entre lo
material y lo simbólico. Repleta de incontables y pequeñas batallas cotidianas
porque son las que padecen esos hombres y esas mujeres que se dedican a ellas y
que, aunque quieran, no pueden hacerlo las veinticuatro horas del día. Porque
los hombres y las mujeres dedicados a estudiar también dan clases y pagan
impuestos, viajan para conocer y participan de Congresos, quieren quedarse
debatiendo pero deben detenerse para ir a dormir; los hombres y las mujeres
viven buscando esas ideas y volverlas mejores, se especializan y quieren
difundirlas, repensarlas a la luz de otro hombre o mujer especialista pero a
veces el tiempo no alcanza como en aquella remera pop de un escritor a quien le
han dicho pop: “So many books, so little time”. La ya conocida historia de los
ruidos de la mundanidad.
Salir del closet. Las ideas y lo que ellas generan a veces tienen miedo, o muchas
preocupaciones existenciales que las llevan a agruparse. ¿A qué campo
pertenezco? ¿cómo puedo profundizar más en mí? ¿Hay alguien más que me piense
parecido? Y entonces sin querer se hacen amigas de las ideas de su propia
disciplina y se encierran en un cajoncito que los hombres y las mujeres que las
estudian llaman “especialización”. Y porque quieren ser ordenadas, organizadas,
y por rigurosas, los cajones de cada disciplina de las ciencias humanas al
final suelen quedar ordenados por categorías similares. En el placard gigante
del conocimiento sucede que el antropólogo habla con antropólogos, el filósofo
medieval habla con filósofos, el crítico de arte habla con el teórico, el etnógrafo
con el etnógrafo. Muy pocas veces, sin embargo, se juntan dos medias de
distinto par; la gente lo ve mal cuando no se da cuenta de que, en definitiva,
son todas medias que comparten un placard.
Pero las ideas –o el ‘pensamiento’, o el
‘conocimiento’, como se prefiera- a veces tienen un golpe de suerte y cumplen
su deseo egomaníaco de que hombres y mujeres les dediquen, como nunca, tres
días enteros para pensarlas, vociferarlas, volverlas solidarias en el debate
crítico; que los hombres y mujeres les dediquen tiempo y abran todos los
cajones; revolver el placard, sacar cada prenda al sol y colgarlas del mismo
cordel. Mirarlas a cada una en sí y en su conjunto, con el viento en la cara y
el cielo arriba y detrás.