"Viveza criolla personificada"

Columna publicada en la revista El Guardián de esta semana.

*Tevez tiene el aspecto magnético de un chico haciendo travesuras. Me llamó la atención, a nivel estético, la manera particular que tenía de correr, una ferocidad suprahumana: la “garra” como atributo lugar común que siempre aparece junto a su nombre. Hiperbólico en cada acto (si sonríe, si se enoja, si declara, si patea), se distingue de todo el resto. Es la personificación del estigma de la viveza criolla en la cancha, aunque a veces salga mal y le valga alguna roja. Se le atribuye una chispa espontánea que implica pequeños arranques de irracionalidad que cada tanto juegan en contra (y en la pequeña caída el hincha, raramente, no condena: justifica, porque Tevez genera perfecta identificación). “Jugador del pueblo”, “pibe de barrio” supone el efecto “como vos o como yo” aunque la estrella tenga, porque es estrella, una vida tan distinta al resto de los mortales. La dualidad “pibe de barrio”- “producto de mercado” está plagada de sentidos. Tevez encarna la compleja leyenda del mito del ascenso social. Dueño de tremendo carisma, tiene el don de ser un sobreadaptado. Goza, además, de esa capacidad para convertir sus gustos en una marca que representa cierto “ser nacional”: el asado, la cumbia, la pelota. Puede hacer dinero con eso. Como imagen de Nike hace un poco de ruido; el estigma de la pobreza procesado y vuelto heroicismo marketinero que usa una empresa globalizada. Ezequiel Alemián escribió en su Diario del Mundial (ByF;2006) con respecto a Maradona: “Es una persona respetuosa de las palabras. Las palabras que usa Maradona son como las que usan esos pocos tipos diferentes, con un talento cualitativamente distinto: no importa a qué se hayan dedicado. Usan palabras que coinciden con cosas”. Tévez, heredero atemperado de la tradición maradoniana, comparte algo de eso: una relación privilegiada, aunque a veces espontánea y otras conciente, con significante y significado. Y también con los medios, con su gente, con el fútbol, y el amor fanatismo genuino de todos los demás.

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Dije que "El periodismo, como la literatura, alimenta un ansia egomaníaca"

Gracias a Jimena Arnolfi, autora de la nota para Miradas al sur, en la que me pregunta, sobre todo, por mi libro de cuentos Periodismo, editado por 17 Grises.

Entrevista a Sonia Budassi, autora de un libro de relatos que da cuenta de la profesión


¿De qué hablamos cuando decimos “la redacción”? ¿Sabías que alguien escribe las notas anónimas en los diarios? ¿Qué es un buen periodista? ¿Se puede llorar en los baños por miedo a perder el trabajo? ¿Tenés baño en tu trabajo? ¿“Esclavita” es un apodo simpático para la nueva o expone una nueva forma de ver el Trabajo?”, escribe Lucas Funes Oliveira en la contratapa de Periodismo (17grises Editora) el nuevo libro de ficción de Sonia Budassi. Escritora y periodista oriunda de Bahía Blanca, Budassi también es editora del sello independiente de narrativa Tamarisco. Su primer libro publicado fue uno de cuentos, Los domingos son para dormir, después llegaron los libros de crónicas de no ficción, Mujeres de Dios y Apache. En busca de Carlos Tévez. Periodismo empieza con el relato de una chica que llega a la ciudad para estudiar Comunicación y consigue una pasantía para trabajar en Telenoche junto a Mónica y César. Desolación. “El periodismo, como la literatura, alimenta un ansia egomaníaca, de divismo, de buscar fama, de practicar la autocelebración. Tenemos que estar atentos a esto todo el tiempo que entregamos una nota, una reseña, una entrevista: es riesgoso”, dice Budassi.


–¿Periodismo fue inspirado en una pasantía real?

–Es ficción, pero hay muchas cosas, obviamente no todas, que sí sucedieron durante mi pasantía en Telenoche. La regla era la desidia sostenida en la repetición de fórmulas que funcionan, y un cinismo y una subestimación de lo que ellos llamaban “la gente” aterradores. A mí me sirvió para saber que la producción de televisión no tenía nada que ver conmigo ni con lo que me interesaba. En aquel momento tenía muy idealizada la profesión, al punto de creer que, en la práctica, todo era inmaculado. Yo estaba más vinculada a los libros, y mi realidad pasaba por ahí. A pesar de que sabía que quería escribir sobre literatura, fue un shock muy fuerte porque creía que en esos espacios se podía contribuir a la construcción de la responsabilidad cívica, a comprender más al otro, y todas esas cosas que se pueden hacer desde los relatos mediáticos, sobre todo en este caso, en que el programa tenía un alcance masivo. Ahora se que todo es más complejo. Conocí a muchos buenos periodistas, y vi que la práctica del periodismo está atravesada por tensiones e intereses, por pasiones y preocupaciones éticas, por miserias y hallazgos.


–¿Qué mirada tenés respecto del sistema de pasantías?

–Son positivas en muchos casos, porque aunque te hagan hacer café, uno puede aprender cosas. Pero como en general la tarea del pasante no está objetivada, lo productivo de la experiencia está supeditado a que te toquen compañeros y jefes generosos, que les guste lo que hacen, que sean buenos en lo que hacen… si eso no pasa, bueno, puede llegar a ser desde aburrido hasta horripilante. Desde una perspectiva temporal, cuando se devaluan los salarios de los periodistas después de los años ’90, las empresas gustan de extender pasantías, o más bien, de pagar como si fueran pasantías a periodistas ya formados y que han hecho su experiencia. Hay pasantías perpetuas, se desvirtúa la expresión, y ya no responde al espíritu original que es el de tener primeras experiencias profesionales. Ante el miedo de quedarse sin trabajo, de no poder progresar en “lo que nos gusta” –una idea muy burguesa, como el periodismo– muchos lo toleran porque no les queda otra. También sucede que finalmente, sólo pueden soportar esos regímenes quienes tienen un ingreso económico por fuera del trabajo. El periodismo, de a poco, se va convirtiendo en un oficio para gente que tiene otras fuentes de dinero y lo practica por pura diversión. También muchos compran ese discurso de las empresas del tipo: “Tenés el privilegio de firmar –palabra clave– y de escribir acá”, la famosa retribución simbólica que alimenta el ego, las ansias de figuración, aunque no se pueda llegar a fin de mes.


–¿Qué le pasa a tu personaje?

–Está atrapado entre el cinismo y la propia burocracia. No sólo la burocracia del medio sino la personal, la de repetir las mismas prácticas, la automatización que le permite finalmente escribir en cualquier revista o sección. Lo que se dice un “personaje quemado”. Esa “autoburocratización” también es palpable en mucha gente, aunque sea especialista en un tema y trabaje, por decir, desde siempre en la sección economía. No sólo tiene que ver con lo inevitable, tener una serie de métodos de trabajo internalizados como sugiere la teoría de las rutinas productivas, sino con una falta de motivación que, en el caso del cuento, también es consecuencia de una política empresarial.


–¿En este sentido, la cadena de explotación en los medios se irriga con un doble discurso?"